Víctima de Bárbados, el mismo día del
asesinato del deportista Alberto Drake, pero 14 años después, nació el
único hijo de su primo más querido
04:04 Juanita Perdomo Larezada / 02-10-2011
Lo sabe y se niega a aceptarlo. La poca luz de la sala esconde la humedad de sus de sus ojos, pero la voz lo traiciona.
Crespo está llorando desde la garganta, salpica el alma con cada cosa que dice, como si en silencio estuviera condenado a seguir perdiendo un combate que inició el 6 de octubre de 1976. El terrorismo lo derrotó, un toque de sable del que nunca se recuperará.
En la playa de Buey Vaca, en la occidental provincia de Matanzas, fue el último encuentro de los primos. Después, el beso a la novia Águeda, a la madre Cándida. El hasta pronto Cuba.
Aeropuerto Internacional José Martí. El arma bien arriba, la mirada en el futuro y una lágrima negada a mojarle el pómulo; el deseo de ser campeón y Venezuela ahí, tendida a sus pies, seducida por el yumurino de 18 años.
“Le ganó a todos. Estuvo imbatible, dicen que tenía condiciones para ser el mejor sablista de Matanzas… Le debo el esgrimista que fui, tanto me embulló, que lo complací. Antes de practicar, ya sabía la posición fundamental de este deporte, él me la enseñó, se convirtió en mi primer entrenador. Éramos uno solo.
“Qué contento me ponía cuando la gente comentaba: aquel es el primo de Drake, aunque él prefería identificarnos como hermanos. Yo tenía tres años menos, no coincidimos en equipo alguno, varias veces entrenamos juntos. Era mi ídolo.
“No volvimos a vernos después de la última vez en la playa. Entonces, Alberto soñaba con ser grande, y yo con parecérmele.
“Pero la vida es muy dura. ¿Quién lo iba a decir? Ese día, bien temprano en la mañana yo estaba en la EIDE jugando dominó. De pronto Valentín, uno que nos entrenó a los dos, me dice: escuché en la guagua que se cayó un avión cargado de atletas.
“Le respondí, ¡ah!, eso debe ser mentira, pero bien adentro me quedé con la duda… A nadie se lo comenté, ni a mi hermana que estaba en baloncesto. Mi ánimo decayó tanto que llegué al comedor sin deseos de almorzar, iba a coger la comida cuando miro para la puerta y veo a mi papá…
“No sé qué tiempo estuve llorando sin consuelo, pasaba todos los días por el INDER a ver su foto. Me partía el alma verlo ahí, quieto, sin poder hablarme, sin responderme por qué lo mataron… Me puse tan mal, que mi papá tuvo que regañarme, entonces reaccioné y me concentré en los entrenamientos…
“Llegué a la ESPA nacional y participé en las Universiadas de Rumanía y Canadá, en torneos clase A de países europeos, alcancé bronce en los Juegos Juveniles de la Amistad y cuarto lugar por equipo en la Copa del Mundo de Nueva York… En 1984 me retiré, nunca iba ser tan bueno como Teto… Por qué le tocó a él…
“La gente puede pensar que uno exagera, pero Alberto impresionaba por el carácter, la forma de comportarse, tratar a las personas; modesto, inteligente, leía mucho. Sin embargo, el combate lo transformaba por completo, una explosividad que solo desplegaba sable en mano; era un zurdo tremendo, un primo que me quitaron.
“A los hombres no se les mata así, sin dejarle opciones para defenderse. Desde chiquito me enseñaron a no odiar. Yo siento eso por Posada Carriles, lo tengo entre ceja y ceja, lo aborrezco.
“Cuando pienso en Barbados, en nuestro equipo de esgrima, en los tantos muertos, entiendo mejor lo que hacían los Cinco en Estados Unidos, el honor más grande que le puede tocar a cualquier revolucionario”.
Marcos Crespo vive con los brazos extendidos, en espera de un estrechón de manos que nunca llegará. Alberto se fue para siempre, se hundió en un mes histórico, que engendró otro día, otro año. El 6 de octubre de 1990 nació el único hijo que tiene Dagoberto. Teto sigue aquí
Tomado de www.trabajadores.cu
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