Punta Brava fue el sitio para el holocausto, porque aquella imagen del Héroe descendiendo de su corcel en medio de la sabana, fue eso un holocausto,
Luego de recorrer más de dos mil kilómetros machete en mano, una bala o varias balas, volvieron a lacerar su enorme cuerpo, cuerpo de gigante, de fuertes manos y mas fuerte aún en las ideas que defendió.
La muerte en este caso hay que verla como una jugada del destino, pues él que sorteó tantos disparos, que derribó tantas trochas, que fue especialmente galante hasta en el combate, no temía a caer en cualquiera de los campos cubanos.
No se puede ver al héroe, como el hombre invulnerable, de carne y hueso estuvo hecho y en ese cuerpo exhibía decenas de cicatrices, que marcaron su vida de manera definitiva.
Maceo, el General de tantas estrellas en la frente, no las dejó caer ni en medio de aquel momento, cuando las fuerzas le faltaban para blandir el machete mambí con el que había destrozado más de una vez las estrategias de los colonialistas.
Maceo, el General, el héroe de Mangos de Baraguá y de Peralejo, el héroe de mil batallas caía en combate aquel siete de diciembre, y junto a él, a un joven capitán al que quería como a un hijo: Panchito Gómez Toro.
Aunque murió físicamente el hijo de Mariana, volvió a tomar cuerpo en aquellos hombres y mujeres que en la falsa república siguieron la ruta de su ejemplo hasta que en el horizonte brilló la montaña donde sus descendientes asumieron la custodia de sus estrellas y como él, las llevaron en la frente.
Pasó el tiempo y Maceo, aquel hijo pródigo de la Patria, acompañó a los internacionalistas cubanos en aquel regreso a las raíces, a los ancestros, para defender la vida y la esperanza de los africanos. Ahí estaba Maceo no ya sobre su caballo, sino en la cabina de un caza, en los mandos de un tanque, en la artillería y en la infantería.
Y en África aquellos jóvenes también defendieron las estrellas del héroe, las llevaron al combate y las depositaron en la frente de los caídos en las acciones que trajeron para ese continente una nueva luz, una aurora que al caer la tarde se convierte en manantiales de esperanza.
Maceo y Cuba dos nombres por los que vale la pena luchar y morir, aunque los héroes como el Titán de Bronce, se mantienen con la mano puesta en la empuñadura del machete, para hacerle pagar bien cara la osadía a los enemigos que intenten mancillar la tierra que nos vio nacer.
Autor: David Rodriguez
Editado desde la ciudad de Bayamo, Cuba, por el periodista David Rodríguez Rodríguez.
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martes, 1 de abril de 2008
LA CEIBA BAYAMESA
Bayamo contó hasta hace algunos años, con un símbolo natural, que identificaba a la ciudad, junto a su historia y sus legendarios coches tirados por caballos-
Ese símbolo, que ocupaba un privilegiado sitio de la Vega del Río Bayamo, era admirado por los habitantes de la ciudad por su altura y el diámetro de su tronco.
La Ceiba, ubicada entonces en un área adyacente a la Escuela Primaria Manuel Ascunce Domenech, donde antes funcionó La Divina Pastora, un centro estudiantil religioso.
El entorno de la majestuosa Ceiba era visitado frecuentemente por los bayameses, unos para disfrutar de su imagen, y otros, lamentablemente, para dañarla, quizás sin percatarse de las heridas que infligían a su tronco.
La Ceiba era la novia del río. Sus raíces se humedecían en sus aguas, nutriendo a la planta que cada año vestía sus mejores galas, a veces blancas, a veces de un intenso color verde.
Su altivez y frondosidad dominaban el panorama paisajístico aledaño al río, no había árbol más alto, ni más bello que ella, solo compitiendo en belleza y orgullo con las palmas reales.
Su ancho tronco comenzó a recibir el maltrato de algunos que, con fuego, fueron abriéndole el vientre, ignorándose las intenciones de estos.
Lo real es que con el tiempo aquel tronco fue horadado de tal manera que en su interior cabían perfectamente varias personas.
Un día de un año que no recuerdo, en horas del mediodía, se escuchó en el entorno un ruido seco, que llamó la atención de los vecinos cercanos al río.
Había caído La Ceiba, no pudo aguantar el sufrimiento de los desmanes de algunos y de la enfermedad que la corroía. Sus raíces, ya viejas, no resistieron el peso del gigantesco árbol.
En su último gesto de existencia, La Ceiba recurrió a su amor de toda la vida, y se lanzó al río, cuyas aguas bendijeron para siempre su paso por la vida. Fue un último abrazo entre La Ceiba y el río, novios eternos, que siguen siendo referencia de los bayameses.
Ese símbolo, que ocupaba un privilegiado sitio de la Vega del Río Bayamo, era admirado por los habitantes de la ciudad por su altura y el diámetro de su tronco.
La Ceiba, ubicada entonces en un área adyacente a la Escuela Primaria Manuel Ascunce Domenech, donde antes funcionó La Divina Pastora, un centro estudiantil religioso.
El entorno de la majestuosa Ceiba era visitado frecuentemente por los bayameses, unos para disfrutar de su imagen, y otros, lamentablemente, para dañarla, quizás sin percatarse de las heridas que infligían a su tronco.
La Ceiba era la novia del río. Sus raíces se humedecían en sus aguas, nutriendo a la planta que cada año vestía sus mejores galas, a veces blancas, a veces de un intenso color verde.
Su altivez y frondosidad dominaban el panorama paisajístico aledaño al río, no había árbol más alto, ni más bello que ella, solo compitiendo en belleza y orgullo con las palmas reales.
Su ancho tronco comenzó a recibir el maltrato de algunos que, con fuego, fueron abriéndole el vientre, ignorándose las intenciones de estos.
Lo real es que con el tiempo aquel tronco fue horadado de tal manera que en su interior cabían perfectamente varias personas.
Un día de un año que no recuerdo, en horas del mediodía, se escuchó en el entorno un ruido seco, que llamó la atención de los vecinos cercanos al río.
Había caído La Ceiba, no pudo aguantar el sufrimiento de los desmanes de algunos y de la enfermedad que la corroía. Sus raíces, ya viejas, no resistieron el peso del gigantesco árbol.
En su último gesto de existencia, La Ceiba recurrió a su amor de toda la vida, y se lanzó al río, cuyas aguas bendijeron para siempre su paso por la vida. Fue un último abrazo entre La Ceiba y el río, novios eternos, que siguen siendo referencia de los bayameses.
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