Para rendir homenaje a una heroína cualquier momento
es bueno, por la trascendencia de sus actos y su apego a las luchas
independentistas contra el poder colonial español en Cuba.
Hoy dedicamos nuestro espacio a una mujer tiene todas
las características que han encumbrado a las féminas bayamesas a lo largo de la
historia, desde aquel 10 de octubre de 1868 hasta nuestros días.
Hija de uno de los hombres constituidos horcones de
la lucha por la libertad de la patria, siguió a su padre desde aquel instante
de la fundación del Comité Revolucionario de Bayamo.
Se sumó a las actividades preparatorias del
Alzamiento con toda la fuerza que una tarea como esa puede generar en el
sensible corazón de una mujer que también ayudó a forjar la patria.
Candelaria Figueredo, Canducha, inscribió su nombre
en el altar de la nación cubana por su contribución, devoción y amor a la
libertad que su padre, Perucho, le inculcó en el seno del hogar.
Tras el revés de Yara los mambises continuaron camino
hacia Bayamo, donde luego de tres dias de intensos combates, las huestes
cespedianas tomaron la ciudad, primera libre de Cuba en Armas.
En ese instante supremo Canducha recorrió las calles,
aun con la pólvora enrareciendo el ambiente, vestida de amazona, gorro frigio,
ondeando la bandera de Céspedes, mientras los bayameses aplaudían gozosos.
Fue de las integrantes de aquel glorioso coro que
cantó el Himno de Bayamo en el atrio de la iglesia el 8 de noviembre de 1868,
una muestra adicional de su apego a la tierra que la vio nacer.
Aquel 12 de enero de 1869, acompañó a su padre al
prenderle fuego a la vivienda que ocupaban y se marcharon, como los demás bayameses
a la manigua redentora, estableciéndose en la zona de Valenzuela.
A partir de entonces comenzó un peregrinar por varios
sitios de la región oriental debido a la persecución de los colonialistas
ibéricos que no daban tregua a los insurrectos.
El 17 de julio de 1870, estando en el campamento de
El Mijial, se escucharon disparos en la cercanía y tuvo que salir huyendo de
allí hasta llegar a la zona de Santa Rosa, jurisdicción de Las Tunas.
A ese lugar llegaría dias mas tarde su padre Perucho
Figueredo, también acosado por el enemigo y enfermo con una fiebre muy alta,
síntoma del tifus que sufría.
Posteriormente, la delación de un traidor, propició
el ataque de una columna española al campamento, internándose en los montes
circundantes para buscar protección ante el asedio.
Luego, cuando buscaba agua para su padre, fue
sorprendida por los soldados españoles, inició una carrera que le provocó una
caída que le hizo perder el conocimiento, pero no fue capturada.
Cuando recobró la conciencia caminó sola por esos
montes hasta que una mujer le contó que su familia había sido apresada por los
colonialistas españoles.
En julio de 1871 fue hecha prisionera, trasladada a
Manzanillo y deportada a Jamaica desde donde partió hacia Nueva York, de allí a
Cayo Hueso, donde contrajo matrimonio del cual nacieron cinco hijos.
Regresó a Cuba al concluir la dominación española y
vivió en La Habana
hasta su muerte el 19 de enero de 1914,