Llevaba
el demonio en las piernas. Devoró esos 400 metros con las ansias de vencer.
Las
vallas se apartaban de su terrible paso y una a una fue cayendo bajo sus pies.
Félix
Sánchez rebrotó de las aparentes cenizas y como el ave fénix estampó el nombre
de su patria en los anales olímpicos.
Cuando
el tiempo parecía haber opacado su estirpe de campeón, el sol salió nuevamente
para él regalándole toda su luz y con
esa fuerza indoblegable elevó hasta lo más alto la bandera de su patria.
A la
hora de las medallas las lágrimas de la dignidad deportiva de Félix, hicieron
brillar inusitadamente la noche londinesa, ya húmeda por la lluvia común en esa
ciudad.
Los
dominicanos deben estar muy alegres. Esta ha sido una jornada de gloria para la
Nación de Juan Pablo Duarte.
Felicidades
dominicanos, celebren con merengue y bachata este triunfo inolvidable de Félix
Sánchez. Se lo merecen.