El columnista habitual del diario Miami Herald no ahorra adjetivos: "El gobernante narcisista-leninista de Venezuela -quien en su discurso del 15 de enero ante el Congreso usó 489 veces la palabra `yo´- sabe que su futuro político depende del precio del petróleo". Regodeándose en su propia hiel, Andrés Oppenheimer, embiste una vez más contra Hugo Chávez, y obviamente sabe que tanto en Florida como en Washington la diatriba es festejada.
Tampoco se queda atrás la luminaria de CNN en español, Patricia Janiot, cuando en uno de sus "originales" comentarios, carga tintas contra el mandatario venezolano y lo califica de "autócrata que se entromete a través de sus petrodólares en los problemas internos de algunos países latinoamericanos".
Ambos desinformadores son sólo una pequeña parte de la inmensa legión de "profesionales" que a lo largo y ancho del planeta la emprenden contra el presidente con mayor consenso (algo que se demuestra casi anualmente en las urnas) que haya tenido Venezuela.
Algunos analistas consideran que estas jugarretas de mal tono, a la que dichos personajes y los medios que los amparan tienen acostumbrados a sus lectores, oyentes y televidentes, son producto de una política de acoso e intento de derribo del líder de la Revolución Bolivariana.
Sin embargo, es mucho más certero definirlo como eslabones de una estrategia de terrorismo mediático orientados hacia un jefe de Estado al que no pueden comprar, cooptar ni replicar con buenas artes.
De eso se trata el constante asedio, que tanto Chávez como el proceso de transformación revolucionaria que él encabeza no es fácil de combatir a través de lo que sería algo lógico como la batalla de las ideas (al decir de Fidel Castro, otro líder que de maniobras mediáticas en su contra sabe bastante).
Es tanto y de tal nivel de excelencia, pensando en los sectores más humildes y desprotegidos de Venezuela, lo que se ha hecho en estos 12 años de mandato revolucionario, que el único recurso que tienen a mano sus detractores es la mentira, la tergiversación informativa, el insulto soez y en algunos casos, lisa y llanamente la convocatoria al magnicidio.
Por todo ello ha tenido que pasar Hugo Chávez desde que a fines de 1998 se impuso electoralmente a la derecha oligárquica y pro-imperialista.
Desde ese momento hasta el presente, no ha transcurrido ni un sólo día sin que los medios opositores del país, y prácticamente todos los que conforman la alianza sacrosanta arropada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), volcaran su odio hacia ese gobernante cuya gran virtud es no fallarle a su pueblo, como lo habían hecho sus antecesores de la llamada Cuarta República.
Sin titubeos ni especulaciones, Chávez convocó, como había prometido, a un cambio constituyente (que se convirtió rápidamente en ejemplo para otros países de la región) y desarrolló misiones (alfabetizadoras, de salud, de alimentación y hasta deportivas) para demostrar que con voluntad política todo se puede.
Y generar una espectacular alza en la estima de ese pueblo que no sólo confió en él en las urnas sino que lo supo rescatar de las garras de los golpistas y también derrotar a desabastecedores, ladrones del petróleo y nostálgicos de las dictaduras.
Enterados los golpistas venezolanos que Chávez era un hueso duro de roer (no lo pudieron cooptar en los inicios del proceso, cuando el magnate de la prensa Gustavo Cisneros le ofreció el paraíso a cambio de sumisión), redoblaron sus campañas mediáticas y no dejaron ni un espacio sin llenar para intentar vanamente desprestigiar al presidente.
Sólo basta recordar la feroz escalada acusándole de "aplastar la libertad de expresión" cuando no se le renovó la licencia al canal golpista RCTV, o las permanentes acusaciones de CNN, Clarín y La Nación, de Argentina, El Mercurio de Chile o El Tiempo de Colombia, vinculando a Chávez con las FARC, el ELN, ETA o
Hezbollah.
Para ello, desde Madrid, cuentan diariamente con la "ayudita" de El País y El Mundo, que no cesan de inventar "primicias" sobre campos de entrenamiento, instructores llegados desde el exterior o pruebas de armamento sofisticado en algún recoveco de la propia Caracas.
Son los mismos medios que callan desenfadadamente cuando la Inteligencia venezolana descubre paramilitares colombianos infiltrados en los barrios de Caracas con intenciones criminales.
Si faltaba algún sanbenito que colgarle al líder venezolano, el disciplinado coro del terrorismo mediático recogió en esta semana la acusación del ex presidente mexicano Vicente Fox, quien suelto de cuerpo lo vincula a los "carteles del narcotráfico" y afirma que "Venezuela sigue facilitando el tráfico de drogas".
Precisamente Fox, al que la propia DEA norteamericana acusa de ser amigo de "carteles" varios.
La estrategia imperial funciona de manera aceitada a la hora de difamar a los mandatarios latinoamericanos que defienden su soberanía y son parte de la construcción de un nuevo y valiente discurso para hablar con el Norte de igual a igual y sin falsos tutelajes.
De allí que el recurso de la infamia tenga que ser usado como un armamento más -y bastante poderoso por cierto- en lo que Washington denomina "guerra asimétrica" o "tácticas de contrainsurgencia informativa".
Lo que les duele a los Oppenheimer o a la viuda de Noble, es que a pesar de la carga con munición gruesa lanzada en forma imágenes o textos (baste recordar ese engendro que idearon Canal 4 de España y CNN Plus, llamado "Los Guardianes de Chávez"), la Revolución goza de muy buena salud y profundiza su avance hacia el socialismo.
Con una economía pujante tras la ruptura de las cadenas que le ataban al FMI (la deuda pública disminuyó de 47,5 a 25 puntos), con el petróleo en manos venezolanas (por primera vez en la historia), y su renta al servicio de crear más y más beneficios sociales para los que menos tienen.
* Carlos Aznárez es Director del periódico Resumen Latinoamericano
Tampoco se queda atrás la luminaria de CNN en español, Patricia Janiot, cuando en uno de sus "originales" comentarios, carga tintas contra el mandatario venezolano y lo califica de "autócrata que se entromete a través de sus petrodólares en los problemas internos de algunos países latinoamericanos".
Ambos desinformadores son sólo una pequeña parte de la inmensa legión de "profesionales" que a lo largo y ancho del planeta la emprenden contra el presidente con mayor consenso (algo que se demuestra casi anualmente en las urnas) que haya tenido Venezuela.
Algunos analistas consideran que estas jugarretas de mal tono, a la que dichos personajes y los medios que los amparan tienen acostumbrados a sus lectores, oyentes y televidentes, son producto de una política de acoso e intento de derribo del líder de la Revolución Bolivariana.
Sin embargo, es mucho más certero definirlo como eslabones de una estrategia de terrorismo mediático orientados hacia un jefe de Estado al que no pueden comprar, cooptar ni replicar con buenas artes.
De eso se trata el constante asedio, que tanto Chávez como el proceso de transformación revolucionaria que él encabeza no es fácil de combatir a través de lo que sería algo lógico como la batalla de las ideas (al decir de Fidel Castro, otro líder que de maniobras mediáticas en su contra sabe bastante).
Es tanto y de tal nivel de excelencia, pensando en los sectores más humildes y desprotegidos de Venezuela, lo que se ha hecho en estos 12 años de mandato revolucionario, que el único recurso que tienen a mano sus detractores es la mentira, la tergiversación informativa, el insulto soez y en algunos casos, lisa y llanamente la convocatoria al magnicidio.
Por todo ello ha tenido que pasar Hugo Chávez desde que a fines de 1998 se impuso electoralmente a la derecha oligárquica y pro-imperialista.
Desde ese momento hasta el presente, no ha transcurrido ni un sólo día sin que los medios opositores del país, y prácticamente todos los que conforman la alianza sacrosanta arropada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), volcaran su odio hacia ese gobernante cuya gran virtud es no fallarle a su pueblo, como lo habían hecho sus antecesores de la llamada Cuarta República.
Sin titubeos ni especulaciones, Chávez convocó, como había prometido, a un cambio constituyente (que se convirtió rápidamente en ejemplo para otros países de la región) y desarrolló misiones (alfabetizadoras, de salud, de alimentación y hasta deportivas) para demostrar que con voluntad política todo se puede.
Y generar una espectacular alza en la estima de ese pueblo que no sólo confió en él en las urnas sino que lo supo rescatar de las garras de los golpistas y también derrotar a desabastecedores, ladrones del petróleo y nostálgicos de las dictaduras.
Enterados los golpistas venezolanos que Chávez era un hueso duro de roer (no lo pudieron cooptar en los inicios del proceso, cuando el magnate de la prensa Gustavo Cisneros le ofreció el paraíso a cambio de sumisión), redoblaron sus campañas mediáticas y no dejaron ni un espacio sin llenar para intentar vanamente desprestigiar al presidente.
Sólo basta recordar la feroz escalada acusándole de "aplastar la libertad de expresión" cuando no se le renovó la licencia al canal golpista RCTV, o las permanentes acusaciones de CNN, Clarín y La Nación, de Argentina, El Mercurio de Chile o El Tiempo de Colombia, vinculando a Chávez con las FARC, el ELN, ETA o
Hezbollah.
Para ello, desde Madrid, cuentan diariamente con la "ayudita" de El País y El Mundo, que no cesan de inventar "primicias" sobre campos de entrenamiento, instructores llegados desde el exterior o pruebas de armamento sofisticado en algún recoveco de la propia Caracas.
Son los mismos medios que callan desenfadadamente cuando la Inteligencia venezolana descubre paramilitares colombianos infiltrados en los barrios de Caracas con intenciones criminales.
Si faltaba algún sanbenito que colgarle al líder venezolano, el disciplinado coro del terrorismo mediático recogió en esta semana la acusación del ex presidente mexicano Vicente Fox, quien suelto de cuerpo lo vincula a los "carteles del narcotráfico" y afirma que "Venezuela sigue facilitando el tráfico de drogas".
Precisamente Fox, al que la propia DEA norteamericana acusa de ser amigo de "carteles" varios.
La estrategia imperial funciona de manera aceitada a la hora de difamar a los mandatarios latinoamericanos que defienden su soberanía y son parte de la construcción de un nuevo y valiente discurso para hablar con el Norte de igual a igual y sin falsos tutelajes.
De allí que el recurso de la infamia tenga que ser usado como un armamento más -y bastante poderoso por cierto- en lo que Washington denomina "guerra asimétrica" o "tácticas de contrainsurgencia informativa".
Lo que les duele a los Oppenheimer o a la viuda de Noble, es que a pesar de la carga con munición gruesa lanzada en forma imágenes o textos (baste recordar ese engendro que idearon Canal 4 de España y CNN Plus, llamado "Los Guardianes de Chávez"), la Revolución goza de muy buena salud y profundiza su avance hacia el socialismo.
Con una economía pujante tras la ruptura de las cadenas que le ataban al FMI (la deuda pública disminuyó de 47,5 a 25 puntos), con el petróleo en manos venezolanas (por primera vez en la historia), y su renta al servicio de crear más y más beneficios sociales para los que menos tienen.
* Carlos Aznárez es Director del periódico Resumen Latinoamericano