Después de 58 años vuelve a teñir los mares de Nuestra América la IV Flota de los Estados Unidos, cuando ya no existen las circunstancias que la hicieron surgir en 1943.
Entonces para qué volver a integrar ese andamiaje de presión y de muerte?
Para qué volver a blandir el mazo de la fuerza en una América Latina urgida, no de portaaviones nucleares, sino de miles de maestros y médicos para paliar dos de sus males como el analfabetismo y la insalubridad?
Para qué envía Estados Unidos la IV Flota a nuestra región, cuando en algunos países los pueblos han elegido, utilizando las fórmulas de la democracia, Gobiernos con amplio apoyo popular y que responden a sus intereses, a los de los pueblos?
Dicen las autoridades norteamericanas que la presencia de la flota responde a las necesidades del combate contra el narcotráfico, pero lo que se huele detrás de esas afirmaciones está muy distante de ese único objetivo.
Por qué Estados Unidos no procede para ayudar de verdad a los pueblos de Nuestra América, ayuda que no está en el envío de soldados, ni de barcos, ni de aviones, ni de armas, cuando nuestros pueblos necesitan comercio justo para los productos de la región?
Es realmente el Gobierno de los Estados Unidos el paradigma a seguir por los Gobiernos de América Latina?
La historia escrita por Washington en nuestras tierras latinoamericanas está tétricamente vinculada a políticas de agresión, de exterminio, de robo de las riquezas, de golpes de estado apoyados por los norteamericanos y de amenazas cuando algún que otro país quiere levantar la cabeza.
Los argentinos tienen una espina clavada en el pecho desde aquel momento de la Guerra de Las Malvinas, territorio gaucho usurpado por Gran Bretaña, reclamo permanente de Buenos Aires en organismos internacionales.
Qué sucedió en aquel momento? Sencillamente el Gobierno de Estados Unidos violando lo pactado en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, apoyó moral y materialmente al Reino Unido que estipula lo siguiente en su artículo tercero:
¨¨Las Altas Partes Contratantes convienen en que un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de dichas Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas¨¨.
Estados Unidos no hizo honor al Tratado y ayudó logísticamente al Reino Unido en esa guerra que duró del 2 de abril al 14 de junio de 1982 y en la que murieron soldados argentinos que intentaron rescatar para la soberanía de ese país, lo que le arrebataron a esa nación en 1833.
En ese conflicto murieron, exactamente 649 militares argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños.
La breve referencia a ese hecho bélico se justifica para expresar que ni los soldados norteamericanos ni su Gobierno quieren tanto a nuestros pueblos para sacrificarse por ellos.
Lo único que interesa a ese Gobierno y a sus transnacionales son las riquezas de Nuestra América y la presencia de la IV Flota viene a reafirmar ese concepto.
Está claro todo pues lo que en realidad quieren proteger son sus intereses y amenazar a Gobiernos progresistas como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Al parecer a Estados Unidos no le basta el hecho de que esos pueblos hayan elegido a esos Gobiernos por medio de las urnas, Washington desea, además la genuflexión de estos como ocurrió hasta hace poco tiempo en esas mismas naciones.
Lo que les hace perder la paciencia es el avance de la Revolución Bolivariana de Venezuela, los avances obtenidos por los bolivianos, cuando por vez primera un indígena tiene el poder en sus manos, y en el caso de Ecuador y Nicaragua sucede lo mismo.
La IV Flota podrá surcar los mares americanos, podrá exhibir su poderío y quizás puedan escucharse las amenazas de quien la envía a esta región, pero lo que no podrá evitar el Imperio es que lo pueblos de Nuestra América sigan el camino de la redención, que no está en los cielos, sino en nuestras manos y en nuestras tierras.