Hoy es el día de los enamorados.
La
historia que sigue está basada en hechos reales, solo se han omitido los
nombres de las personas involucradas por una cuestión eminentemente ética y de
respeto a sus memorias.
Bayamo
siempre ha tenido hermosas historias de amor.
Quizás una de las más conocidas
sea aquella que se protagonizo el 27 de marzo de 1851 cuando un enamorado unió
a varios amigos para cantar una canción.
De
esa manera surgió en Cuba la primera canción romántica, dedicada en este caso a
Luz Vázquez y Moreno, una bellísima mujer que en ese instante tenía
contradicciones con su novio. Nacía entonces La Bayamesa.
Esa
historia es bien conocida en Bayamo y en toda Cuba, por lo que significo por la
letra y por la melodía, constituyéndose en un paradigma de la canción de la
Isla.
Si
aquella historia no basto para confirmar lo enamorados que son los bayameses y
las bayamesas, lo que a continuación exponemos también forma parte de esos
sentimientos.
Ocurrió
en los años 80 y 90 del pasado siglo y aunque ya en la Plaza de la Revolución
de Bayamo los enamorados habían dejado la tradición de dar vueltas a lo que
llamamos parque, si había vestigios de un amor eterno.
Esa
relación debió durar mucho tiempo pues los protagonistas ya en la curva final de sus días y de los que no diremos sus nombres, tenían
entre 75 u 80 años de edad.
Vivian
en sitios diferentes de la Ciudad Monumento, pero era allí, en la Plaza de la
Revolución, donde se veían de manera cotidiana, solo una fuerza mayor podía
impedir el encuentro amoroso.
El
llegaba, vestido elegantemente. Ella no se quedaba atrás, con su vestido de
color entero y maquillada para el encuentro con el ser amado, quien se ponía de
pie, le daba un beso y la acomodaba en el asiento.
Acto
seguido juntaban sus manos y conversaban en susurros como para que ningún
intruso interfiriera en sus diálogos, quizás hablando de sus vidas, de sus
tropiezos o de ese amor que solo la muerte pudo detener.
Y
así pasaban horas mirándose a los ojos que son la expresión del alma y más
cuando el amor los rodeaba en medio de aquella plaza, cuyos arboles protegieron
esa relación de tantos años.
La
despedida era lo más triste. El, se ponía de pie y la ayudaba a ella a hacer lo
mismo. Seguidamente se daban un beso corto, pero sincero y emprendían el
regreso a casa, cada uno por su lado.
Eran
pasos achacosos, lentos, como si no quisieran separarse el uno del otro, pero,
pasos al fin, la distancia se hacía más evidente, pero una última mirada,
sellaba una noche, otra noche de amor en la plaza bayamesa.