Noviembre
de 1961. El Mirador, uno de los sitios más hermosos que he visto en mi vida,
está ubicado en las profundidades de la Sierra Maestra, perteneciente al
municipio de Buey Arriba, en la provincia de Granma.
A
ese lugar había llegado siete meses antes, como integrante del Ejército de
Alfabetizadores Conrado Benítez García, un maestro que fue asesinado en enero
de ese año.
La
misión encomendada era alfabetizar a un matrimonio de campesinos, Mario y Juana
Montero, quienes vivían en la pequeña comunidad montañosa, junto a otros
familiares y vecinos.
Nunca
me había separado de mis padres por tanto tiempo, pero el objetivo de la labor
que desempeñaría resultaba atractivo y lo comprendía a pesar de contar con solo
14 años de edad.
El
cambio era duro, pues pasaba de la ciudad al campo, a las montañas donde no
había electricidad y la temperatura se presentaba demasiado fría en muchas
ocasiones.
Conocí allí a muchas personas, todas amables,
decentes y honestas, sellos del campesinado cubano, y se forjó entonces la
amistad, consideración y la ayuda para aquel que había dejado su casa atrás.
En
ese tiempo asumí la tarea de enseñar a Mario y a Juana en el horario nocturno,
auxiliado por aquel farol chino que tantas veces utilizamos para los quehaceres
de aquel bohío, pobre pero muy limpio.
El
matrimonio me tomó tanto cariño que teniendo en cuenta mi endeble cuerpo de
entonces me dejaban dormir con ellos en su cama, como lo hacen los padres con
sus hijos en determinados momentos de su vida.
Mario
me enseñó a montar en mulo, el animal más preciado de la montaña por su
resistencia y capacidad de sortear los caminos de la serranía, muchas veces
intransitables para los vehículos.
También
me propició el primer encuentro con las plantaciones de café que quedaban justo
detrás de su casa, explicándome todo lo relacionado con ese grano del que se
extrae la famosa infusión que tanto gusta.
Todos
los días en la mañana me iba al campo con Mario a atender los cafetos, mientras
Juana preparaba los alimentos como la malanga, el plátano, la carne de cerdo o
de ave y el necesario arroz.
En
la noche, encendido el farol chino, comenzaba la clase destinada a
alfabetizarlos y ponerlos en condiciones de ser más útiles a la sociedad y a ellos
mismos.
En
realidad esa estancia en El Mirador me puso en contacto directo con unas
personas maravillosas, muy unidas y que siempre estaban prestas a ayudar a
quien pasara por el frente de su humilde vivienda.
El
techo era de zinc, y en los tiempos de calor se tornaba insoportable y en el
invierno también, pero esos detalles no hicieron mella en mi disposición de
seguir y terminar la obra iniciada.
La
estabilidad en esa casa marchaba de forma estupenda hasta un día en que llegó
una noticia desgarradora, inesperada y preocupante: habían asesinado en El
Escambray a un alfabetizar y a su alumno.
Como
en toda casa donde estaba un alfabetizador, en la de Mario y Juana yo izaba
todas las mañanas la bandera de la campaña, que servía además a los
supervisores para orientarse.
Al
llegar la noticia, aquel matrimonio entró en shock, me quitaron el uniforme y
me pusieron ropas que me identificaban como un campesino mas, bajaron la
bandera y desaparecieron el asta,.
Habían
asesinado a Manuel Ascunce Domenech y al campesino Pedro Lantigua en horrenda
acción terrorista para amedrentar a los que seguíamos laborando en la campaña.
Ascunce
solo tenía ¡!!!16 AÑOS!!!, siendo su delito enseñar a leer y a escribir a los
campesinos en Limones de Cantero, en la Sierra del Escambray en el centro del
país.
Aquel
hecho no logró el objetivo de los asesinos, pues los que nos mantuvimos
alfabetizando recibimos refuerzos de otros jóvenes que no se habían incorporado
a ese noble empeño.
Allí
en el Mirador todo se volvió diferente aunque el amor de aquellos campesinos no
varió, solo que desde entonces me protegieron más ante cualquier extraño que se
acercara a su casa.
El
22 de diciembre de 1961, cuando Cuba proclamó ante el mundo que era territorio
libre de analfabetismo, el nombre y la imagen de Manuel Ascunce Domenech quedó
para siempre sembrado en nuestros corazones.