Confieso
que la marcha de la tarde de este jueves en Bayamo me dejó impresionado.
No
solo por la presencia de pueblo en el sitio de reunión, también por la alegría
que cada rostro exhibía.
Sí
alegría porque los bayameses no han dejado en el olvido a esos cuatro hombres
que desafiando los obstáculos se empeñaron en escudriñar a esos grupos
terroristas de Miami, siempre con ansias de matar en la Isla.
Fue una de esas tarde en las que la naturaleza no produjo lluvia alguna, como para favorecer el desarrollo de esa marcha de multitudes que llegó hasta la Plaza de la
Patria con sus cintas amarillas.
Esas
cintas amarillas demostraron el amor de los cubanos hacia la vida, porque vida
era lo que preservaban esos hermanos hoy sumidos en la oscuridad de las celdas
pero con el sol de la Isla en cada una de ellas.
Y
caminé junto a mis coterráneos convencido de que ese gesto llegaría hasta ellos
con lo que alegraríamos un poco sus momentos de encierro que ya suman 15 años.
Trabajadores,
estudiantes, amas de casa, militares, dirigentes, jubilados, todos juntos como
lo requieren estos tiempos, llevaban en las manos, en las camisas, blusas, las
cintas amarillas de los buenos sentimientos.
El
sol premió a los presentes con sus nobles rayos, dibujando una de las tardes más
hermosas que hayamos vivido porque nada más digno que exigir justicia para
quienes la merecen.
Estoy seguro de que a sus cárceles llegará el grito exigiendo su regreso a la patria, que con la potencia de pueblo libre, cruzará el mar y los llanos norteamericanos para posarse en sus celdas, donde ellos son libres.
Estoy seguro de que a sus cárceles llegará el grito exigiendo su regreso a la patria, que con la potencia de pueblo libre, cruzará el mar y los llanos norteamericanos para posarse en sus celdas, donde ellos son libres.
Jamás
hubo en la historia de la humanidad unos presos más queridos, estimados, amados
y reconocidos que René, Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando.
Hoy
los barrotes que tratan de encerrarlos se estremecieron de impotencia y los
carceleros experimentaron una sensación de libertad en los pequeños recintos de
los héroes.
Eso
solo es posible cuando un pueblo tañe sus campanas y lanza sus sonidos al
espacio, entrando en sus prisiones sin permiso alguno de las autoridades
carcelarias.
Ellos,
los héroes, marcharon con nosotros, alegres y optimistas, seguros de que la
justicia, por mucho que los que odian y destruyen se empeñen en torcerla,
enderezará su rumbo.
La
tarde cerró su existencia sobre Bayamo con el color amarillo y
como colofón, un arcoíris hermoso selló una épica pero hermosa jornada en la
que se multiplicó el amor entre los cubanos