Afortunado del canto, desgranando canciones va el trovador sobre el filo de la caña, paseándose por la guardarraya, sintiendo como propio el silbato de la locomotora que desde niño lo acompaña.
Aquellos caminos angostos no impidieron que ensanchara sus virtudes y los verdes campos y el canto del sinsonte, le construyeron las imágenes que desde entonces sus esencias creadoras expresan.
Improvisador de la esperanza, cosechero del amor, hacedor de virtudes, amigo de la madrugada y del amanecer, aguardando siempre por el sol para calentar sus musas, esas que dibujan en el pentagrama sus ideas más hermosas.
Mago de la palabra, taladra el verbo para hacerlo mas real, como real es la hermosura del manantial de donde brota el agua que calmará después los ardores de sus cuerdas vocales, incapaces de impedir la salida de su sonido convertido en metáforas coloreadas con su sabia manera de comunicarse.
Así, de plaza en plaza, avanza burlándose del cansancio como el juglar que jamás abandona a su guitarra, y tiñe con su voz, a veces ruda, a veces tierna, pero siempre sincera, a los que acuden a sus citas añorando sus inspiraciones para nutrir sus almas.
La palma real que lo acompaña, como símbolo de cubanía, baila al compás de su ritmo, y arrastra, como en un frenesí, a toda la floresta, que al mismo tiempo hace viajar en sus ramas a todas las aves canoras de la campiña.
Su canto es como un ciclón, su canto es como una brisa, su canto canta a la mañana, al amor y a la esperanza, así canta Cándido Fabré, el Sonero, que con su canto se engrandece y se proyecta hacia la Humanidad.