Ada Santamaría Cuadrado, una de las mujeres mas hermosas que he conocido, me decía una vez que los revolucionarios que han transitado por el dificil camino de la lucha por la redención humana, no mueren nunca.
En esa ocasión, sentados debajo de su preferida mata de mangos del patio de la casa, me hacía pequeñas y grandes historias acerca de su familia, cuyos miembros, para mí, constituyen un paradigma para cualquier generación de cubanos.
Ella, Ada, tan dada a guardar las proezas, me explicaba, una y otra vez la importancia de la lucha por el mejoramiento humano, y lo hacía como hablando de otras personas, ocultando, por una auténtica modestia, la propia contribución personal al Triunfo de la Revolución Cubana.
Esas palabras de Adita, volvieron a mi mente al enterarme de la trágica muerte de sus sobrinos Celia y Abel Hart Santamaría, en un domingo, en el que los habaneros se preparaban para enfrentar los efectos de un huracán.
No los conocí personalmente, pero pude disfrutar de los comentarios de Celia en diversas publicaciones alternativas donde ponía tal fuerza en sus convicciones que parecía estar en medio de una batalla en la Sierra Maestra, adonde quería ir, para escalar el Pico Turquino y rendir homenaje a José Martí.
De Celia voy a guardar sus mejores sentimientos, sus certeros análisis acerca de hechos vinculados con la Revolución, de su defensa de los movimientos libertarios en América Latina, de sus discusiones con otros revolucionarios de la Isla y de otras partes, levantando siempre la bandera de la dignidad.
No era de las mujeres que se dejaban seducir por cantos de sirena, llegaran de donde llegaran, ella tenía muy claro el concepto que enarboló como estandarte en su azaroso andar por las vías de la comunicación periodística.
Celia no cedió nunca en sus principios.No siempre logró que todos la entendieran en toda la majestad de sus expresiones, pero queda, por suerte, la impronta de su presencia, de esa presencia que como digna mujer cubana, ocupó los espacios abiertos por este proyecto social en los que la emancipación del equivocadamente llamado sexo débil, se alcanzó definitivamente.
Estas son palabras del corazón, de mi corazón, dedicadas a una combatiente revolucionaria, que no hizo más que seguir el ejemplo de quienes la educaron con los principios inalterables de una Revolución, que su familia ayudó a consolidar.
Ada estaría hoy muy orgullosa de su sobrina. Celia amó profundamente a su tía Ada, no solo por la consanguinidad que las unía, creo que por encima de eso, se levantaba ese muro indestructible de amor que solo los revolucionarios auténticos se profesan.
En el epílogo vuelvo a Ada, a su casa, a la frondosa mata de mangos,cuyos frutos disfrutó más de una vez, y vuelvo porque como ella me dijo, ¨¨los revolucionarios que han transitado por el dificil camino de la lucha por la redención humana no mueren nunca¨¨. Celia está entre ellos.
Autor: David Rodríguez Rodríguez