Fidel con campesinos de la Sierra
Dilbert
Reyes Rodríguez
"¿Aquí no hay equipo de pelota? ¿Quién es el manager? Reúna a su gente, que ya estamos jugando. —Así dijo Fidel, y se armó un sal pa’ fuera que en un santiamén empezó el choque".
De
izquierda a derecha, Alcides y Abel Gómez, jugadores en aquel
partido memorable.
El herrero Abel Gómez es la personificación misma del entusiasmo cada vez que recuerda aquel partido de béisbol, que el Comandante en Jefe y sus acompañantes jugaron el 6 de octubre de 1966 en la Sierra Maestra, con los campesinos de San Pablo de Yao.
Su hermano Alcides, que era el bodeguero del entonces caserío, no es menos expresivo: "Todo lo que pasó aquí fue para recordar, y cada anécdota es un reflejo del carácter campechano de Fidel, pero también de sus principios morales".
"Él venía bajando de La Otilia, el campamento que el Che instaló en las montañas de Buey Arriba, y por supuesto, como venía con sus botas, se me ocurrió buscarle unos tenis del número 45 que tenía en la tienda.
"Ahora sí estoy listo para jugar, ¿cuánto valen? —dijo dando salticos, y yo que, con tanto que él hizo por no-sotros jamás le cobraría, le respondí que nada. ¡Muchacho!, fue el primer regaño del día: ‘¿Quién te dijo que podías regalar lo que no es tuyo? Eso hay que pagarlo’".
Abel y Alcides cuentan que los domingos todo San Pablo de Yao se paralizaba con la pelota, por lo cual allí estaba el mejor equipo de la zona. "No podías dejarte llevar por el físico de nadie", relata Abel.
"El mismo Abelino Olmo, un tipo flaco y chiquito, fue el pitcher, y cuando Fidel lo vio calentar comentó ‘¿Este es el hombre que me van a poner?’
"Oiga, cuando el Comandante fue al bate y notó que por ser él le pitcheó flojo, lo recriminó y le ordenó tirar duro. Entonces Abelino mandó uno de esos lanzamientos endemoniados. El Jefe señaló: ‘Ah, porque sabe tirar curvas’, y después de ver a varios de sus hombres retirados, hubo un momento en que le gritó medio incómodo: ‘¡Flaco, se te va a partir el brazo tirando curvitas!’"
Varias anécdotas jocosas matizaron la jornada, como la del toque de bola de Alcides, cuando el Jefe, que fue el pitcher durante siete entradas, lo hizo volver a batear porque aquello era "juego de manigua"; o aquella en que un roletazo del Comandante dio contra una bosta seca de vaca, detuvo la pelota y permitió ponerlo out en primera, provocando un desacuerdo y la expulsión del árbitro, "porque si no da donde dio, me hubiera embasado", argumentó.
Sin embargo, entre todos los pasajes, ambos hermanos recuerdan con especial regocijo uno que, ellos dicen, siempre les revela al Fidel intransigente y jovial.
"A Alcides le decían La Jiribilla, por su velocidad corriendo. Al ser rápido fue que pudo embasarse con el toque de bola, y Fidel lo viró".
"Pero después del toque —interviene Alcides—, logré darle un hit. Luego, mientras el Comandante hacía el movimiento para lanzar, me robé la segunda. Cuando él se dio cuenta, se bajó de la lomita, caminó hacia mí y me hizo virar otra vez: ‘¡Oiga, vuelva para primera, que a mí ni en la pelota me pueden robar!’"
El marcador final fue de 9 carreras por 8 a favor de los locales. De hecho, ese es un tema caliente entre Alcides y Abel. Uno, "porque si hubiera ganado, tal vez habría regresado para jugar"; el otro, que "al contrario, haber perdido seguro lo hizo pensar en volver al desquite".
Hoy en San Pablo de Yao existe un excelente terreno donde mismo se jugó, cercado, bien marcado y con sus dogouts. Se llama 6 de Octubre, por el día del memorable partido, y aunque las lomas circundantes de la Sierra Maestra son el símbolo más alto de la presencia en la zona del jefe guerrillero; en aquel terrenito de pelota también vive, se siente, el Fidel campechano, aleccionador, el líder¼ el Fidel siempre del pueblo.