Santiago
de Cuba, Miércoles 17 de agosto de 1870.
A
las 7 de la mañana de ese día un pelotón de fusilamiento se preparaba para
cumplir la orden dada por la Corona Española de pasar por las armas a tres
cubanos dignos.
El
único delito de esos cubanos, bayameses por demás, fue de luchar por la tierra
que los vio nacer, ocupada entonces por un ejército extranjero que reprimía al
pueblo de la isla.
El
silencio se hizo cómplice del momento fatal, tres hombres verían el amanecer
por última vez, ya no tendrían el abrigo de sus familias, perderían la vida
momentos después.
En
ese instante supremo la mente de aquellos patriotas estaba colmada de las
imágenes vividas en ese período voluptuoso de 1868, cuando desde sus posiciones
revolucionarias hicieron lo suyo.
Perucho
Figueredo, Rodrigo Tamayo y el hijo este, Ignacio, recibieron con honor la descarga
de fusilería que apagó sus existencias, pero no el ejemplo que hasta hoy
perdura.
El
más trascendente de ellos, Perucho, legó a la historia patria el Himno
Nacional, ese que nos identifica tanto aquí como en cualquier parte del mundo y
que nos llena de sano y patriótico orgullo.
Ningún
ser humano debe ser condenado a morir por luchar por la independencia de su
tierra, más cuando los que perpetraron este asesinato llegaron a esta parte del
mundo como colonizadores.
No
hay derecho alguno a segar la vida de luchadores por la libertad como los tres
bayameses, ultimados de manera flagrante, abusiva y despiadada, con el infame
fin de cercenar sus ideas.
Lo
que se propusieron sus captores no lo lograron pues las ansias independentistas
se siguieron manifestando en los campos cubanos a un alto costo de vidas de
otros compatriotas.
La
descarga de fusilería pudo tronchar la vida de los patriotas en aquella mañana
calurosa de agosto de 1870, pero los sueños que ellos enarbolaban siguieron
volando tan alto como el sol.
Hoy,
cuando tenemos patria, cuando solo ondea una bandera, la nuestra, en todos los
confines de la isla, sus nombres permanecen en la memoria porque son
estandartes en los que está reflejada la nación cubana.
En
aquella infausta jornada, cuando el eco de los disparos se diseminó por el mar
y por la tierra, también se escuchó un grito que apagó las detonaciones: Morir
por la patria es vivir!!!