En la soledad de sus
últimos días en San
Lorenzo, escribió la
larga carta a semejanza
de un diario, donde
contaba a su amada Ana
de Quesada los rigores
de su apartado refugio,
convencido de que muy
poco le hacía falta para
vivir al otrora
Presidente de la
República en Armas.
Su casita de guano, como
la describe, estaba
cobijada con buenas
maderas, y tenía dos
cuartos forrados de
palma y tabla de cedro
donde una hamaca, una
mesita escritorio, un
banco, las armas y otros
utensilios… conformaban
el universo al cual se
había reducido su
grandeza humana. La
comida no faltaba, el
cariño del vecindario,
pues “raro es el día que
no recibimos visitas” y
el baño en el riachuelo
cercano a donde vertían
las aguas del
Contramaestre.
A esas alturas, el amor
filial lo sostenía ante
cualquier desgarradura:
“Algún
consuelo recibo con ver
diariamente vuestros
retratos. Los enseño a
casi todos los patriotas
que se encuentran
conmigo. La mayor parte,
especialmente las
mujeres, me piden que se
los enseñe. Hacen mil
aspavientos de
admiración y les echan
un millón de
bendiciones, deseando
todos que volvamos a
reunirnos.” Carlos
Manuel de Céspedes solo
rogaba a su Ana, en pago
al amor, la abnegación y
fidelidad mantenidas en
la distancia, unido al
estoico cuidado de los
gemelos Gloria Dolores y
Carlos Manuel, que le
creyera lo sumamente
doloroso que resultaba
para él estar separado
de ellos.
Algunos grandes hombres
de la Historia han
enfrentado sus destinos
en soledad, envueltos en
la marea de la
mezquindad humana y las
ambiciones de poder. Sin
embargo, su esplendor
prospera invariablemente
tras la muerte y se
reproduce en la
inspiración creciente
que representan para
aquellos patriotas por
nacer. Céspedes fue uno
de ellos.
Contaba con el heroísmo
de los cubanos para
consumar la
independencia y con la
virtud de sus
coterráneos para
consolidar la República,
cuando en 1869 fue
nombrado Presidente. A
sus seguidores, que no
eran pocos, les
prometía abnegación y
con su propia vida dio
pruebas del cumplimiento
del compromiso
adquirido, en el
sacrificio y la renuncia
al poder y el bienestar
material.
Los ideales de los
hombres del 68, como se
conoce a la generación
de criollos que se
alzaron en armas contra
el dominio español,
progresaron en la
discreción de la
masonería. La Logia
Buena Fe, agrupó en
territorio manzanillero
a los líderes de la
Revolución palpitante un
26 de julio de 1868;
como si esa fecha
estuviera predestinada
en la historia de Cuba.
Bajo la dirección de
Céspedes, el venerado
Maestro de esa logia, se
clarificaron las ideas
que unieron a los
hombres visionarios de
la Guerra de los Diez
Años. Existía entonces
“un catecismo de
conocimientos básicos,
un sistema pedagógico,
filosófico, político,
para la educación y la
formación del pueblo”1.Se
afianzaba en el lema
“Ciencia y virtud.
Ciencia y conciencia”,
el pensamiento
emancipador del maestro
José de la Luz y
Caballero. Se convenía
en la necesidad de la
igualdad social y se
designaba a las clases
más desposeídas como
únicas dadas a convertir
al mundo en un pueblo de
hermanos.
Y por sobre todas las
cosas, se concebía a la
patria dentro de la más
pura tradición del
pensamiento
revolucionario cubano
iniciado por Félix
Varela: “La patria es
(…) el núcleo social y
cultural de las
tradiciones y hábitos
del pueblo y, sobre
todo, fuente de justicia
social y proyección
hacia un porvenir común,
justo y libre”2.
Un cespediano confeso
es, sin duda, el
Historiador de la Ciudad
de La Habana, para quien
la fascinación por ese
prohombre de la
independencia nacional
se reafirmó cuando tuvo
en sus manos, luego de
una larga búsqueda, la
libreta y el pequeño
librito que recoge las
incidencias a modo de
diario, de la vida de
Céspedes desde el 25 de
julio de 1873 hasta el
día de su muerte el 27
de febrero de 1874. La
letra pequeñísima que
presumía el ahorro del
espacio, exhibía sin
embargo, caracteres
claros y precisos. El
luchador incansable
había dedicado sus
anotaciones a su amada
Anita, a quien privaron
del consolador goce de
la lectura de aquellas
percepciones de su
hombre.
Para Eusebio Leal, la
grandeza de Céspedes
reside en su condición
humana. Era irascible y
de genio tempestuoso y
entre los sacrificios
que le impuso la
Revolución, el más
doloroso —como lo
confesó por escrito— fue
el de su carácter. Sin
embargo, esa naturaleza
voluntariosa y enérgica
lo llevó también a la
osadía de lanzar la
clarinada
independentista.
Cuando se desbarrancó su
cuerpo en la escarpada
geografía de San Lorenzo
“(…) muchos lloraron por
aquel caballero extraño
que compartía por
doquier sus escasísimos
bienes personales, con
la misma serenidad con
que una vez, siendo
señor de vidas y
haciendas, había optado
por la vocación
infinitamente superior
de revolucionario”3.
Cada 10 de Octubre, con
la disciplina y devoción
propias de quienes
reconocen la
trascendencia del legado
cespediano, los cubanos
de varias generaciones
se reúnen al pie de la
estatua del Padre de la
Patria, en la Plaza de
Armas, para luego
peregrinar a la Sala de
las Banderas del Museo
de la Ciudad. El otrora
Palacio de los Capitanes
Generales —cual símbolo
de la irreversibilidad
de la independencia
nacional— atesora hoy
las más importantes
insignias mambisas,
entre ellas y en un
sitial de honor, la que
ondeó en el ingenio La
Demajagua aquel día de
1868.
La ceremonia durante la
cual las notas
originales del Himno de
Bayamo parecen
regresarnos en el
tiempo, se ha convertido
en una tradición que el
Historiador ha sabido
instituir, cumpliendo
con otro de los legados
plenos de simbolismo, de
su predecesor Emilio
Roig.
“El
Museo de la Ciudad en su
reinauguración, en el
año 1968 —cuenta Leal—
abrió sus puertas con
motivo de la celebración
del primer centenario
del 10 de Octubre. Fue
un acuerdo y una bonita
sugerencia de nuestra
querida e inolvidable
amiga y compañera Celia
Sánchez quien había
tomado de su padre, el
Doctor Manuel Sánchez
Silveira, esa vocación
profundamente martiana y
cespediana.
“Se
había creado una
comisión Nacional para
la celebración del
centenario, presidida
por el Comandante
Faustino Pérez, otra
gran personalidad de la
historia de la
Revolución. Él me brindó
todo su apoyo y nosotros
trabajamos con mucho
ardor para concluir la
primera parte del Museo
de la Ciudad, que no
incluía lo que años más
tarde sería la
realización principal:
la Sala de las Banderas,
a donde peregrinamos
cada 10 de Octubre luego
de rendir homenaje a
Céspedes al pie de la
estatua que se levantó
al centro de la Plaza de
Armas.”
El colocar esa estatua
al centro de la Plaza de
Armas se convirtió en
una de las grandes
batallas de su
predecesor Emilio Roig.
¿Cómo ganó el primer
Historiador de La Habana
esa contienda?
Era
paradójico que en La
Habana no existiese un
monumento a Céspedes, el
Padre de la Patria. El
único consagrado a él lo
habían levantado con
esfuerzo propio dos
maestros: Hortensia
Pichardo y su esposo
Fernando Portuondo.
Ellos eran profesores
del Instituto de la
Víbora institución
frente a la cual
develaron un modesto
busto.
A
partir de ese momento,
comenzó una batalla ―una
batalla de Hortensia,
Fernando y lógicamente
del Doctor Roig―, para
hacer esculpir una obra
magnificente que
representase a Céspedes,
como le llamó algún
biógrafo, el héroe Dandy,
vestido elegantemente,
como el día de su
muerte, con sus mejores
galas, mirando al
futuro.
Eso
suponía retirar de la
Plaza de Armas la
estatua del rey Fernando
VII, figura abominable
de la historia, no solo
de la monarquía
española, sino de la
política internacional
de aquel tiempo,
caracterizada por las
relaciones complejas
entre España y Francia,
la invasión de Napoleón
a España, y las
sucesivas traiciones de
Fernando VII a su padre,
al movimiento liberal, a
los militares leales a
la causa de la
independencia nacional.
Finalmente, el hombre
que reprimió con mano
tan cruel y dura a todo
el movimiento
progresista español y
americano de su tiempo.
Muchas personas, algunos
intelectuales e
historiadores, no fueron
partidarios de aquel
acto del Doctor Roig.
Se conserva todo un
expediente de las
críticas que le hicieron
planteando el dilema del
monumento histórico a
Fernando VII que debía
permanecer ahí. Roig se
defiende como gato boca
arriba y coloca el
monumento porque él sabe
que el rey seguía en el
poder en la Cuba de ese
momento, simbólicamente,
representado por la
tiranía viciosa,
corrupta, decadente y
criminal. Al decidir
colocar la estatua de
Céspedes, lo hizo
buscando un símbolo
propicio al alma de
Cuba.
Coloca la estatua, sin
embargo, no destruye la
de Fernando VII y decide
guardarla en el Museo.
Cuando se me presentó el
dilema en el momento de
la restauración de la
Plaza de Armas —donde se
rescataban las esencias
de la plaza original—,
era imposible en nombre
de ningún principio,
recolocar la de Fernando
VII. Quizá, de haber
ocurrido el debate hoy,
la estatua a lo mejor
estaría ahí, porque
Céspedes ya pertenecía a
todos los cubanos y
merecía y merece un
monumento mayor.
Esto le respondí a
Carlos Rafael Rodríguez
cuando él me preguntó
sobre el particular,
porque había sido
testigo de aquel debate
que tanto hirió a Emilio
Roig. Nosotros volvimos
a colocar entonces la de
Fernando VII en un
ángulo de la plaza, con
la misma lápida que el
Doctor Roig redactó para
su exhibición posterior,
y que lo explica todo.4
No hay quien pase por la
Plaza de Armas que no se
detenga a leerla. Es una
lección permanente que
mi predecesor nos dio a
todos, porque es
preferible explicar los
monumentos y la
historia, y no
ocultarla.
¿Cuáles fueron las
condiciones personales,
las circunstancias de
vida que hicieron de
Céspedes el hombre de la
Revolución
independentista? ¿Por
qué él y no otro?
El
papel del hombre en la
historia solamente lo
niegan los mezquinos y
las pequeñas hormigas
pensantes. Céspedes fue
el líder de aquel
movimiento y ese
liderazgo lo obtiene,
primero, por sus
antecedentes.
Vamos a pensar que era
un hombre de la cultura;
hablaba seis idiomas.
Desde la edad de 11 años
empezó la tarea de
traducir, por ejemplo,
los cantos de La
Eneida del latín;
hizo una excelente
traducción. . Como
abogado que fue, había
estudiado latín, griego,
inglés, hablaba
perfectamente el francés
y el italiano. Eso le permitió,
cuando concluye su
carrera en Barcelona
titulándose de Abogado
del Reino, realizar un
largo viaje que lo llevó
a Inglaterra, Francia,
Italia, Turquía…
Recientemente ha
ocurrido un
acontecimiento muy
interesante, que es la
aparición de la
reproducción en un
grabado de un cuadro
probable, en el cual se
ilustra una reunión
insólita en París, donde
aparecen Céspedes, la
Avellaneda, la condesa
de Merlín... Si esto es verdad, nos
encontramos a una figura
que en aquel entorno
estuvo muy motivada por
las ideas más avanzadas
del pensamiento y la
cubanía.
Céspedes era un
excelente equitador,
buen esgrimista, un
jugador de ajedrez que
solía a veces terminar
las partidas de
espaldas, por su
conocimiento del
tablero. Era un orador
apasionado. Cuando se le
permite ejercer y
realiza los ejercicios
profesionales en Cuba,
al regresar a Bayamo
convertido en abogado,
llega a ser uno de los
más solicitados letrados
defensores de
determinadas causas.
Debo recordar que antes
había realizado sus
estudios en la capital,
en el Seminario de San
Carlos y San Ambrosio y
en la Universidad de La
Habana. Quiere decir,
que estuvo en los dos
espacios donde se
debatía el pensamiento
cubano en esta ciudad. Y todos los
días, en su camino desde
la Universidad al
Seminario, o desde el
Seminario a la
Universidad, debía pasar
por Liceo Artístico y
Literario donde se
reunía la flor y nata de
la intelectualidad del
país.
Desde el año 1850 figura
como un hombre peligroso
para la autoridad
española, como alguien
que es asiduo a
tertulias culturales que
enmascaran un proyecto
político. Sufre
numerosas prisiones:
prisión en Manzanillo,
desterrado a Baracoa, en
el Morro de Santiago de
Cuba, en las húmedas
cámaras del navío
Soberano, anclado en
el puerto santiaguero
como reliquia de la
batalla de Trafalgar.
|
Parque Céspedes,
Santiago de Cuba
|
Finalmente, empiezan a
fundarse las logias
masónicas. La masonería
fue la institución más
progresista y amante de
la libertad de ese
tiempo; el gran legado
liberal ―y yo diría
casi romántico― de la
masonería que aspira en
esa época en Cuba a una
sociedad sin esclavos.
Céspedes lo expresa en
su poema autobiográfico
“Contestación”.
Me
faltó este detalle: es
también un poeta. Y hay
que ver cómo influyó la
poesía y la literatura
en la forja de un
sentimiento nacional:
Heredia, la Avellaneda;
los que rodean a
Céspedes, José Fornaris,
Francisco Castillo son
poetas. Ellos tres van a
ser los creadores de “La
Bayamesa”, que se cantó
al pie de la ventana de
una muy bella bayamesa y
que constituye “La
Marsellesa” de los
cubanos.
Céspedes tenía un
parentesco familiar con
otra figura muy clave en
esta historia, que es
Pedro Figueredo, y con
otro gran caballero, que
se llamó Francisco
Vicente Aguilera.
Se
va a crear por esa época
una logia muy importante
denominada Buena Fe ―ya
esto precede al
levantamiento― en la
cual participaban no
solo cubanos sino
también españoles
liberales que anhelaban
el cambio y la
transformación de Cuba.
Es
muy probable ―es un tema
que se discute― que el
levantamiento se fija
para una fecha
determinada, pero se
pospone una y otra vez
buscando circunstancias
propicias. Finalmente se
va a llegar a un
acuerdo: si la
conspiración es
descubierta ―como casi
todas las
conspiraciones―, el
primero que se alce será
secundado por los demás.
¿Y sucedió que la
conspiración fue
descubierta y Céspedes
fue el primero en
alzarse?
Esa
es una hipótesis.
¿Es cierto que una fecha
de gran importancia para
la corona española
también pudo motivar el
momento del alzamiento?
El
10 de octubre era la
onomástica de la reina
Isabel II y fiesta
oficial que se celebraba
desde la Capitanía
General de La Habana
hasta la última tenencia
de gobierno en el
interior del país.
A. Antes, durante otra
celebración que se había
preparado con motivo del
nacimiento de la
princesa de Asturias5.
Céspedes había
organizado un baile que
se consideró una actitud
desafiante a la
autoridad. Él fue
acusado por esto. Hubo
una causa incoada porque
se pidió prestado para
esta circunstancia un
retrato de la reina
Isabel II, que corrió la
misma suerte del
colocado en la
Universidad de La
Habana: fue rasgado.
Horas antes del 10 de
octubre, día del
cumpleaños de la reina,
se había detectado un
movimiento
insurreccional. El
Gobernador de Oriente
había sido advertido por
distintos jefes
políticos y militares de
que sonaban cascabeles,
espuelas y machetes en
aquella zona. Se hablaba
incluso de que se habían
comprado armas, que
habían desembarcado por
un determinado punto; se
generan muchas
informaciones
contradictorias.
En realidad, armas tenían muy pocas. En
una memorable
conversación había
afirmado a su
interlocutor: “las armas
las tienen ellos”, en un
llamado por arrebatarlas
al enemigo.
Finalmente, en vísperas
del 10 de octubre, la
Capitanía General ordena
que se haga una recogida
de todos los elementos
que se suponía estaban
en la conspiración. De
ahí que Céspedes acuda
al 10 de octubre.
Para mí puede ser una
maravillosa
coincidencia, o puede
ser algo propio de una
persona tan inteligente
como él que, en una
reunión previa en uno de
sus lugares predilectos,
San Miguel del Rompe6,
afirmó que el poder de
España estaba caduco y
carcomido porque hacía
siglos lo miraban de
rodillas.
“¡Levantémonos!”, clama
Céspedes7.
Quiere decir que su
voluntad es esta, contra
la opinión de compañeros
que planteaban que era
necesario esperar a una
nueva zafra para poder
comprar armas y
avituallarse. Esa era
quizá una política
prudente, que venía como
recomendación de los
conspiradores de La
Habana, quienes
prometieron su apoyo.
Eran grupos
fundamentalmente
reformistas, que se
habían asustado con las
acciones conspirativas
de López en 1849, 1850 y
1851 y no movieron un
dedo para salvarlo;
participaron de las
conspiraciones, pero
finalmente lo dejaron
solo.
Por
vez primera en realidad
y con una visión de
independencia y de
abolición de la
esclavitud, se tomaban
las armas,
diferenciándose de todos
los movimientos
anteriores. Lo que
lógicamente no estaba
claro en 1849 ni en 1850
ni en 1851, para
Céspedes sí lo estaba en
1868.
Su
lucidez se fundaba en
las cualidades de un
hombre de vasta cultura,
joven que aunque tenía
50 años, era uno de los
mayores entre los jefes
más importantes que se
levantaron en armas.
Inmediatamente que se
produce el levantamiento
en La Demajagua,
empiezan a eclosionar
distintos puntos de
Manzanillo, Jiguaní y
toda esa zona oriental.
La gente se levanta,
acuden partidas armadas
y muy pronto el polvorín
estuvo encendido y
recibió un nombre: El
grito de Yara.
¿Por qué la Revolución
tomó el nombre de Yara y
no de La Demajagua?
Hortensia Pichardo se lo
preguntaba y lo hablamos
muchas veces. Céspedes
mismo lo explicó en su
último diario. Contó
que aquella madrugada
saliendo de La Demajagua
donde se reunieron los
que acudieron a su
llamado, se dirigieron a
Yara sitio en el cual
ocurrió el primer lance
con tropas españolas.
Se
produjo entonces un
intercambio de disparos,
una confusión ―cuentan
que llovía―; lo cierto
es que momentáneamente
Céspedes se queda con un
puñado de gente ―se dice
que fueron 12― y con la
bandera que había
bordado en el ingenio
Candelaria Acosta (Cambula)8. Se trataba de una
bandera diferente a la
concebida por Narciso
López y Joaquín de
Agüero (la bandera que
los acompañó en las
expediciones de 1849, de
1850 y de 1851).
Para mí representa una
incógnita el porqué
Céspedes cambió ese
diseño, cuando nadie
podía olvidar aquella
bandera. Más tarde, en
Guáimaro, se va a
acordar que la enseña
nacional sea la de López
y de Agüero. Sin
embargo, para no
agraviar a Oriente y a
Céspedes, quien había
sido el primero en
levantarse, la
resultante de su diseño
—que es como el de la
bandera de la República
de Chile con los colores
invertidos—, presidía
las sesiones de la
Cámara, y
posteriormente, las del
Congreso cubano.
Por
acuerdo No. 1 de la
Asamblea Nacional del
Poder Popular al
constituirse, las dos
banderas rigen en su
sala de reuniones.
También Céspedes está
muy presente cada vez
que entonamos el himno
nacional. El 20 de
octubre, tras tomar la
ciudad de Bayamo, Pedro
Figueredo dio a conocer
aquellos trazos
musicales que había
compuesto, una especie
de síntesis de ciertas
melodías que eran muy
importantes y hasta
populares.
Me
decía el maestro Manuel
Duchesne Morillas, padre
de Manuel Duchesne Cuzán,
que se descubrían
algunos antecedentes en
el himno cubano. Exhibía
una gran inspiración
patriótica y fue
compuesto sin letra,
para acompañar la
procesión del Corpus
Christi en la Iglesia de
Bayamo. “La Marsellesa”
francesa venía por
detrás sigilosamente; un
poquito ―decía Duchesne―
del Barbero de Sevilla,
y finalmente, en la
lucha, se va
convirtiendo en lo que
es actualmente: una gran
marcha revolucionaria y
el Himno Nacional de los
cubanos. Pero no tenía
letra.
El
20 de octubre, después
que Céspedes
personalmente intercede
para la capitulación de
los que estaban sitiados
en Bayamo, nace la
primera capital de la
Revolución y el primer
ayuntamiento
revolucionario, en el
cual Céspedes se
preocupa de proponer e
incorporar por vez
primera a gente que no
eran de la raza blanca y
que habían sido hasta
ese momento
absolutamente
discriminados.
No
olvidemos que el 10 de
octubre, en su finca La
Demajagua, donde
producía las mejores
cañas y había logrado
rehacer su quebrantada
fortuna de años
anteriores, tenía
obreros asalariados; es
decir, ya él estaba
pasando a una forma
superior de producción;
la producción esclavista
cede al capitalismo, que
era lo más
revolucionario de aquel
tiempo y que nos llegaba
tardíamente, por ser una
sociedad esclavista.
Céspedes trabajaba con
obreros asalariados;
pero tenía en todas sus
fincas, según los datos
existentes, 53 esclavos
que había adquirido con
la propiedad que la casa
Venecia de La Habana le
había extendido por la
finca La Demajagua, que
estaba en un lugar
privilegiado, frente al
Golfo de Guacanayabo
con la sierra al fondo.
En el ingenio había solo un puñado de
esclavos, los
suficientes al ser
liberados por Céspedes
para convertirse en
símbolo de su voluntad:
la mezcla del polvorín
estaba encendida.
Allí se emplazaban las
distintas fincas de
Céspedes y de otras
familias que también
figuraban en la
conspiración, como la de
Francisco Maceo Osorio,
la familia de Titá
Calvar, la de Jaime
Santiesteban, todos esos
nombres aparecen entre
los que ese día salen.
El
que no está es Francisco
Vicente Aguilera, porque
lo sorprende la noticia
allá en Cabaniguán, en
su latifundio, de donde
viene con todos sus
monteros, con toda su
gente, echando al fuego
una de las más grandes
fortunas de Cuba,
después de haberlo
puesto en venta todo.
Era el hombre más rico
entre todos ellos.
Fue
llamado El Precursor sin
Gloria9,
porque durante mucho
tiempo los historiadores
se debatieron en los
temas puramente
personales, y no
vieron el proceso social
que la Revolución
conllevaba, ni el gran
aporte a las ideas
políticas que el
alzamiento armado
suponía, y se detuvieron
más bien en las pugnas
personales que solamente
la marea de la
Revolución fue capaz de
purificar en el tiempo y
de conquistar.
En
el tiempo que nos tocó
vivir y gracias a la
obra de Fidel Castro, se
hizo posible la unidad,
el sueño más acariciado
por aquel hombre que fue
capaz de alzarse en
1868: Céspedes.
Lo
han acusado de todo: de
tirano, de aristócrata,
de elitista... Lo que
no pueden quitarle de
ninguna manera sus
detractores ―que los
tuvo y todavía los
tiene― es precisamente
su carácter de
precursor, su capacidad
para luchar. Céspedes,
como Maceo, no fumaba ni
bebía; jamás se le oyó
decir una frase
descompuesta ni una
ofensa. Era fino y
cortante como un
cuchillo en las
discusiones políticas y
nunca un contendiente
vulgar. Solamente en las
secretas páginas del
diario es capaz de usar
los términos más duros.
Algunos historiadores
refieren que hubo un
momento en el cual
sacrificó su
protagonismo en la
Revolución por esa
unidad necesaria.
¿Coincide con esa
visión?
A
él lo apartaron cuando
la Cámara dejó de estar
representada por los
hombres ilustres de
Guáimaro y viene esa
especie de idealismo que
analizó Enrique José
Varona con tanta
profundidad; un
idealismo que a veces,
no dejando de ser puro y
de tener aspiraciones
nobles, se apartaba de
la realidad.
La
realidad era ―y Céspedes
lo dijo― que cada
discurso y cada reunión
constituían un tiempo
perdido, que lo que
había que hacer era
luchar para triunfar.
Esa es su visión. Él
también fue muy
idealista.
Céspedes es la figura
que en Guáimaro ―no
podía ser de otra
manera― fue elegido
Presidente de la
República constituida.
Pero en nombre del
idealismo que teme a la
tiranía ―como el propio
Martí lo va a definir―,
el temor a César o a los
generales de Alejandro,
lo lleva a subordinar el
poder ejecutivo al
legislativo; quiere
decir, el Presidente a
la Cámara.
Eso
se explica porque
Céspedes no era solo el
Presidente; era el líder
de la Revolución y no
necesitaba cargo ni
título alguno
para serlo; ¡lo era!
Pero, no obstante,
cede.
Hay
quien ha visto en ese
instante político una
lucha generacional. Como
decíamos, Céspedes
asiste a aquellos actos
cuando está ya en los 50
años. Da vergüenza haber
vivido uno mucho más y
pensar en el tiempo que
le tocó vivir a él.
Y en esas
discusiones, él cede;
cede la bandera, a
partir de que se
coloque, porque esa fue
la bandera con la cual
se tomó las armas, por
una idea que está en su
manifiesto: “Cuba quiere
ser un pueblo libre e
independiente para
extender una mano a
todos los pueblos del
mundo”.
Pero además, está el
acto tremendo ―que es
como echar un fuego al
polvorín― de libertar a
aquellos esclavos suyos.
Los veintitantos que
estaban en La Demajagua.
Está la presencia de un
hombre importantísimo,
que es José Joaquín
Palma, amigo y primer
biógrafo de Céspedes;
biografía que el propio
Céspedes corrigió, en la
cual dice que una Cuba
libre ya nunca más podrá
ser esclava ni tener
esclavos. Este es el
concepto, más que la
letra.
Entonces, no cabe duda
de que en Guáimaro se
impone el criterio
democrático de este
idealismo doctrinario, a
veces un poco delirante
y apartado de la
realidad.
¿Cuánto pudo haber
influido esa
contraposición que
algunos refieren existió
entre Céspedes y
Agramante?
Se
trató siempre en los que
encendieron la candela
de la pugna, de
contraponer a Céspedes
con Agramonte. Y eso no
es cierto. Los dos
procedían de cunas
similares. Cuando vas a
Camagüey, la casa de
Agramonte es la más
importante de la ciudad,
de dos plantas, un
palacio; una casa
patricia, frente a la
Iglesia de La Merced que
fue destruida por el
fuego. Pero la casa que
se conserva de Céspedes
es también una mansión
principalísima en
Bayamo.
Ambos tenían mucho que
perder, y lo sacrifican
todo por la idea. Es lo
primero. Ambos
estudiaron en espacios
similares: en la
Universidad de La Habana10,
con todo su
ámbito cultural,
incluyendo el Seminario,
a donde se asistían a
oír clases, charlas, y a
escuchar a intelectuales
que ofrecían
conferencias eruditas en
la sede antigua de la
Universidad, el Colegio
Universitario San
Gerónimo de La Habana.
Es
precisamente en esta
Universidad de La Habana
—en este momento una
universidad laica— donde
van a escucharse las
voces tan importantes de
ambos.
Céspedes estudia después
en Barcelona; Agramonte,
también, donde estaba la
parte más avanzada
económicamente de la
España de su tiempo, y
donde había un gran
movimiento autonomista e
independentista. Por
cierto, la bandera
catalana se va a
inspirar mucho en la
bandera de la estrella
solitaria.
Los
dos eran abogados. En un
país como Cuba, las dos
profesiones
determinantes en su
historia han sido la
abogacía y la medicina.
Céspedes, abogado;
Agramonte, abogado;
Martí, abogado; Fidel,
abogado.
Hubo un choque. Eso era
inevitable. Sí existió.
Inclusive, hay un
momento en que Céspedes
decide ―creo yo que con
un sentimiento de
gratitud― ayudar a la
familia de Agramonte, y
solicita que le pase una
pensión por la orfandad
en que habían quedado, y
Agramonte responde a
eso…
En
torno a Céspedes pasaba
lo mismo: siempre había
corifeos, cortesanos, a
quienes les gusta
encender la candela, y
es posible que la
encendieran, tanto es
así que se produce algo
insólito: un reto a
duelo de Agramonte a
Céspedes, lo cual era
terrible porque Céspedes
era el Presidente de la
República; la solicitud
de un duelo al
Presidente por parte de
un Mayor General del
Ejército no solamente
era inconstitucional,
sino que era también un
acto de rebeldía.
Sin
embargo, ¿cómo maneja
Céspedes eso? ¡Con qué
sentido de su
experiencia vivida
comprende el sentimiento
herido de Agramonte! ¿Y
cómo se soluciona? ¿Y
cómo actúa cuando
Agramonte renuncia a su
mando, un mando para el
cual estaba tan dotado?
Agramonte es como el
Sucre de esta historia;
el hombre más preparado
después de Céspedes,
porque tenía las cuatro
cualidades: el
conocimiento cultural,
el conocimiento del
Derecho, la aspiración
al Estado de derecho y
el culto por la
libertad. Era más joven,
muere a los 31 años.
Agramonte era
extraordinariamente
elocuente. Se convierte
en un jefe militar capaz
de hacer cosas
tremendas, como lo fue
el combate del Cocal del
Olimpo, como fue el
rescate de Julio Sanguily, acto de una
gran osadía. Pero
además, era un hombre
muy respetado, un gran
organizador. Había
organizado la guerra en
Camagüey, las fábricas,
prefecturas para
abastecer al
ejército...
Todavía en esa etapa la
región tiene un papel
determinante, y muy
pocos lograban superar
la visión de ir más
allá. Por eso es que
cuando, al regreso de
Agramonte, Céspedes lo
nombra jefe de Camagüey
y de Las Villas, cuando
lo designa, primero,
queda reparado el
pasado; segundo, toma la
dirección de la
Revolución en Camagüey,
donde el enemigo había
hecho estragos y
persecuciones sin
límites, había
convertido la ciudad en
un cuartel general
prácticamente de sus
tropas, y las familias
cubanas y raigales como
la suya estaban siendo
perseguidas y
humilladas.
La
más grande de todas las
humillaciones fue traer
su cadáver luego a
Camagüey y quemarlo en
la Plaza de San Juan de
Dios; eso es lo último
que se podía hacer allí,
y se recuerda todavía.
Al designar a Agramonte
para Camagüey, Céspedes
pone de nuevo el alfil
en el juego de ajedrez.
La
muerte de Agramonte es
la muerte de Céspedes,
porque le precede. Si
Agramonte hubiera estado
vivo, Céspedes no
hubiera podido ser
depuesto, creo yo, de la
forma en que lo fue.
Bijagual no habría
existido, que es el
lugar geográfico donde
se produce la deposición
por parte de la Cámara.
Hoy ese sitio está
borrado del mapa. Lo
cubre una presa que
lleva el nombre del
Padre de la Patria. Esas
fueron como las aguas
del Jordán.
Fueron días muy amargos. Y
comienza la destrucción
de la Revolución que
había sido capaz de
liberar a las clases
populares, porque su
gran mérito fue
desencadenar no
solamente a los
esclavos, sino a las
clases populares.
Y eso supuso el retraso
de la Revolución
definitiva.
Supone un retraso,
porque es una cuestión
de tiempo. España había
podido acudir con una
cantidad de recursos a
sofocar la Revolución,
pero no había podido,
por una situación
interna, reunir todo lo
que era necesario. Por
eso la cuestión del
tiempo era decisiva.
Céspedes le explica su
visión a Máximo Gómez,
quien —a pesar de estar
resentido con él—, no
vacila en reconocer que
fue aquel caudillo el
que le sembró la idea de
que sin una invasión a
Occidente, sin pasar la
frontera que se había
establecido en el centro
de la Isla, aunque se
colocara a un millón de
hombres en el Oriente,
Cuba no sería libre.
Que fue la estrategia de
lucha probada en 1895 y
en 1959,
definitivamente.
En la batalla de Las
Guásimas, a las puertas
de Camagüey, el
contingente que lleva
Gómez con el objetivo de
ir hacia Occidente es
detenido por una columna
española y obtienen lo
que podríamos llamar una
victoria pírrica. Los
españoles pudieron
regresar con grandes
bajas a Camagüey, los
mambises no
pudieron evitar el
refuerzo que los
españoles reciben desde
esa ciudad. A los
independentistas, con
todos sus heridos, sus
bajas, con el
agotamiento de su
parque, solamente les
quedó como refugio el
monte.
Entonces, como todo
hombre político,
Céspedes no es
infalible. No soy yo
quien debo aquí ponerme
a analizar errores
porque, figúrate tú, qué
puedo decir yo cuando
solamente los que viven
metidos en la espiral de
la batalla tienen
derecho a opinar. Hay
que entrar a la historia
con la cabeza
descubierta y con
respeto. Pero toda
historia tiene luces y
sombras, y las figuras
que más luz reciben son
las que más grandes
sombras proyectan.
Ahora, hay que saber
estudiar esas zonas de
penumbra. Hay que ver la
luz primero, y la luz es
el fuego; hay que ver la
candela primero, estar
dispuesto a quemarse, y
no mirar desde afuera un
proceso como el proceso
del 10 de Octubre,
adonde no llega la
salpicadura ni de la
sangre ni del fango.
Cuando muere Agramonte,
se mata la sucesión de
la Revolución, y lo
demás fue como la bola
que viene bajando por la
ladera de la montaña.
Céspedes es depuesto, e
inmediatamente comienza
una sucesión frágil de
la dirección de la
Revolución, que no hizo
más que chocar con la
realidad. Y por último,
viene el gran crimen,
que es la soledad de San
Lorenzo y lo que ocurre
allá arriba el 27 de
febrero de 1874, es
decir, la muerte de
Céspedes, en lo alto del
monte.
Antes, su familia quiso
rescatarlo, se urdió un
plan para buscarlo. Él
vacila. Y finalmente,
acepta su destino, que
fue aceptar la gloria.
El hombre del 10 de
Octubre no hubiera
podido morir en los
EE.UU. o en Jamaica,
donde estaban su hermano
Manuel Hilario y su
hermana Francisca de
Borja (Borjita); el
hombre del 10 de Octubre
no puede olvidar a su
hermano Pedro…
Cuando Pedro de Céspedes
es fusilado en Santiago
de Cuba, el Gobernador
de Oriente, que había
llegado en noviembre de
1873 con la expedición
del Virginius, Céspedes
se presenta a la Cámara
diciéndole que ahora que
han muerto su hermano y
su sobrino político
Herminio ―que venía
también en la
expedición―, pone una
vez más su vida al
servicio de la causa de
la Revolución. Ahí es
donde el gigante va
creciendo.
Cuando recordamos que se
corta el pelo y lo manda
a sus hijos que han
nacido en los EE.UU.
―los gemelos que nacen
de Ana de Quesada:
Gloria Dolores y
Carlos Manuel―; cuando
conocemos que envía la
bandera del 10 de
Octubre en un pequeño
canuto, en una caja que
preparan para salvar esa
enseña que hoy está en
la Sala de las Banderas,
y que Ana de Quesada
devolvió a Cuba
personalmente poco
después de proclamada la
República infeliz de
1902, la historia se va
uniendo.
Y finalmente, el
Presidente Viejo ―como
le llamaban los
campesinos―, que recorre
la parte del monte donde
está cautivo, es dejado
en un punto llamado San
Lorenzo sin más escolta
que su propio hijo,
algunos fieles que le
acompañaban y algunos
vecinos de aquel lugar.
Ahora, qué cosa tan
impresionante: Céspedes
está vestido como puede,
él dice que
grotescamente pero que
no le hace falta nada.
Le escribe así a su
esposa, quien le dice
que van a mandarle ropa
y asegura no querer
nada, pues ha aprendido
a prescindir de todo. En
el diario confiesa que
un día, cruzando un río,
se le cayó una espuela
de plata que llevaba
desde el comienzo de la
Revolución y se alegró
de ser cada día más
pobre. Todo el pasado de
su señorío, como lo
describe Martí, con el
diamante en el anillo,
el bastón de carey y
oro, preciosamente
vestido, ha
desaparecido. Ahora hay
un hombre que, siendo
muy joven todavía, va
cabalgando o andando en
agotadoras jornadas por
la sierra, por aquellos
lugares; que baja
religiosamente a bañarse
en la charca en San
Lorenzo. Es
impresionante, porque
eso está muy conservado.
Celia Sánchez mandó a
conservar aquel lugar,
ordenó que se ascendiera
al risco adonde él subió
por una pequeña
escalinata y allá en lo
alto, desde donde se
desplomó, está su busto.
Los biógrafos, la propia
Hortensia y Rafael
Acosta, que es el más
joven y brillante de los
cespedianos, eluden el
tema del suicidio.
Leonidas Raquín, el
confidente de Céspedes
en Santiago de Cuba, le
responde a Ana de
Quesada, que le pregunta
cómo estaba el cuerpo de
su esposo cuando lo
sacan del barranco y lo
exponen en Santiago de
Cuba, y él se refiere a
una pequeña herida que
tenía en el pecho y la
ropa chamuscada, que a
mi juicio no se
correspondía con un
fusilazo a quemarropa de
sus perseguidores.
Él aseguró que de las
tantas balas en su
revólver todas eran para
los españoles, excepto
una que se reservaba
para él—, si acaso en el
último momento cayese
prisionero, vejado,
porque era la
Revolución, no solo él,
la que iba a ir
encadenada a Santiago de
Cuba, a un proceso vejaminoso, como mismo
llevaron a Pedro
Figueredo que, sin
embargo, en el momento
de ser ejecutado,
confirma que irá con
Carlos Manuel de
Céspedes a la gloria o
al cadalso. Entonces, un
acto extremo de su parte
no habría sido indigno
de su carácter.
El Padre de la Patria
cae del barranco hacia
abajo, y hay que sacarlo
de allí. Esa imagen que
Cintio y Fina describen
del hijo cuando llega,
tras escuchar los
disparos en el monte, y
su padre ya no está
allí. Entonces recorre
la huella de su sangre y
de sus cabellos —los va
recogiendo— a lo largo
de la loma; va siguiendo
el trazado que se ha
sembrado en la tierra de
Cuba; es el abono fértil
para una nación que ha
de nacer, así lo afirmó
José Lezama Lima.
Si el hombre de Yara y
de La Demajagua hubiese
muerto en los EE.UU. con
su familia, no sería el
Padre de la Patria;
sería una anécdota,
sería el iniciador y
nada más. Pero el
sacrificio de San
Lorenzo, su acatamiento
de la ley, su juramente
de que por su
responsabilidad no se
derramaría sangre
cubana, su visión de
estadista que alcanzó el
futuro, lo convierte en
tal.
¿Y qué hizo en San
Lorenzo en los últimos
días de su vida? Con una
cartilla pasaba horas
alfabetizando a los
niños campesinos. El día
de su muerte, abrió el
baúl y sacó la ropa
elegante que había
conservado, se vistió
con sus mejores
atuendos. En el diario
está todo escrito. Pocas
horas antes tiene un
sueño premonitorio en el
cual se da cuenta, como
hombre hipersensible e
inteligente que fue, que
el fin está próximo. Y
ese fin se consuma el 27
de febrero de 1874
cuando cae de lo alto
del risco, y Manuel
Sanguily, al que debo
citar, escribe que “cayó
en un barranco, como un
sol de llamas que se
hunde en el abismo”
11.
|
Mausoleo donde
descansan los
restos de Carlos
Manuel de
Céspedes,
Cementerio Santa
Ifigenia,
Santiago de Cuba
|
¿Cuánto nos puede seguir
salvando e inspirando
hoy como nación el
referente de Céspedes?
Aquí lo único salvador
es mirar a nuestro
pasado, y el pasado es
todo lo que está pasando
ahora mismo y ya queda
atrás. Mirar a ese
pasado hasta fecha tan
remota, y encontrar los
fundamentos del carácter
nacional. No podemos
conformarnos solamente
con un pensamiento
fragmentado, con
consignas; tenemos que
buscar la esencia de las
cosas.
Se han escrito muchas
semblanzas y biografías:
Leonardo Griñán Peralta,
Antonio Aparicio,
Herminio Portell Vilá,
Hortensia y Fernando en
su obra imponderable de
tres tomos; Cintio
Vitier y Fina García
Marruz, Lezama realizó
un maravilloso texto
sobre Céspedes, y lo
cita en varias
oportunidades; Rafael
Acosta ―a quien estoy
leyendo en estas noches,
en su precioso libro
sobre Los silencios
quebrados de San Lorenzo,
que prologué, hace
análisis muy profundos y
que son referentes
imprescindibles para
poder interpretarlo
hoy.
La salvación está en
observar no solamente la
historia de los
individuos, sino la
historia del proceso, y
cómo ese proceso y esa
gesta inspiran el
nacimiento de un pueblo.
Y abandonar
resueltamente, como
tentación, el estar
tratando de
santificarlos, de
idealizarlos a tal
extremo que la proeza se
convierta en inimitable
por las nuevas
generaciones. Ellos
fueron mujeres y hombres
como nosotros. Lo que
ocurre es que en el
momento que los llamó el
destino, por su propia
determinación o por las
circunstancias, se
convirtieron en hombres
excepcionales. Esa es la
verdad. Excepcional fue
Carlos Manuel de
Céspedes y López del
Castillo, el Padre de la
Patria.
Notas:
1- Eduardo Torres Cuevas
en su intervención
durante la Sesión de la
Academia de Historia de
Cuba en ocasión del
aniversario 143 del
alzamiento de Céspedes
en La Demajagua.
2- Ibídem.
3- Leal Spengler,
Eusebio. Carlos
Manuel de Céspedes. El
Diario perdido.
Publicimex S.A., La
Habana, 1992, p. 15.
4- Fragmentos del texto
de la lápida: “Fernando
VII. Su reinado fue
ejemplo de desvergüenza
y absolutismo. En 1821,
cuando la Constitución
de Cádiz, fingió
acatarla ante la presión
popular para enseguida
desbordar la más
sangrienta reacción. (…)
Hasta su muerte, en
1833, España vivió una
era de despotismo
inenarrable. (…) Esta
efigie fue colocada en
la Plaza de Armas en
1834 y retirada de su
pedestal el día 15 de
febrero de 1955, luego
de tenaz lucha dirigida
por Emilio Roig de
Leuchsenring, siendo
erigida la del Padre de
la Patria Carlos Manuel
de Céspedes y del
Castillo el 17 de
febrero de ese propio
año. La estatua de
Fernando VII se conservó
desde entonces en el
Museo de la ciudad de La
Habana y fue colocada en
este sitio el 8 de mayo
de 1975” (...)
5- Isabel II fue jurada
como princesa de
Asturias en 1833 (con
tres años) y proclamada
reina al morir su padre
en aquel mismo año.
6- Se refiere a la
reunión efectuada el 4
de agosto de 1868 en San
Miguel del Rompe,
conocida como la
Convención de Tirzán,
palabra simbólica en la
terminología masónica,
donde Céspedes mostró su
convencimiento de que
existían las condiciones
necesarias para el
alzamiento armado contra
el gobierno colonial.
7- Céspedes afirma en su
exposición sobre la
oportunidad del
levantamiento, en San
Miguel del Rompe, el 4
de agosto de 1868:
“Señores: La hora es
solemne y decisiva. El
poder de España está
caduco y carcomido. Si
aún nos parece fuerte y
grande, es porque hace
más de tres siglos que
lo contemplamos de
rodillas:
¡Levantémonos!”. Tomado
de Leal Spengler,
Eusebio. El Diario
perdido. Publicimex
S.A. La Habana, 1992,
p.32.
8- La bandera original
que ondeó durante el
alzamiento de Céspedes
fue traída de vuelta a
Cuba por Ana de Quesada,
su viuda, y se exhibe en
la Sala de las Banderas
del Museo de la Ciudad,
otrora Palacio de los
Capitanes Generales,
junto al acta oficial de
entrega.
9- Pueden hallarse
referencias en el libro
Aguilera, el
precursor sin gloria,
Volumen 2 de Biblioteca
Bachiller y Morales,
Pánfilo Daniel Camacho
Sánchez, Ministerio de
Educación, 1951.
10- Céspedes ingresa en
1833 al Real Seminario
de San Carlos y San
Ambrosio. De 1835 a 1838
cursa estudios en la
Real y Pontificia
Universidad de La
Habana.
11- El coronel del
Ejército Libertador,
Manuel Sanguily,
describe de este modo la
muerte del Padre de la
Patria: “Céspedes no
podía consentir que a
él, encarnación soberana
de la sublime rebeldía,
le llevaran en triunfo
los españoles, preso y
amarrado como un
delincuente. Aceptó
solo, por breves
momentos, el gran
combate de su pueblo:
hizo frente con su
revólver a los enemigos
que se le encimaban, y
herido de muerte por
bala contraria, cayó en
un barranco, como un sol
de llamas que se hunde
en el abismo”.
|