Jesús Arboleya Cervera
El
tema de las remesas constituye uno de los aspectos más polémicos de las
relaciones de Cuba con la emigración. Para la extrema derecha
cubanoamericana es una forma de “perpetuar la existencia del régimen”,
como si ello dependiera de las remesas y los cubanos estuviesen a la
espera de que “lloviera café”, al decir de Juan Luís Guerra.
Pero,
incluso, muchos de aquellos que favorecen su autorización, las conciben
como un factor desestabilizador de la sociedad cubana y aspiran a
aprovechar sus efectos negativos con tal fin. Debido a esto, algunos en
Cuba, la asumen como un hecho peligroso, dado que bajo su sombrilla se
brinda apoyo económico a elementos contrarrevolucionarios, además
“vergonzoso”, que tiende a generar diferencias que no se originan como
resultado del trabajo y, por tanto, negativas en su esencia.
Vale entonces que tratemos de abordar
este fenómeno, desprovistos de los apasionamientos que hasta ahora han
caracterizado su análisis, y así considerar ventajas y desventajas con
la mayor objetividad posible.
Aunque resulta difícil medirla con
exactitud, ya que ingresan al país tanto por canales oficiales como por
vías informales, se calcula que las remesas de los emigrados a Cuba
alcanzan unos 1 400 millones de dólares anuales, de los cuales el 68 %
proviene de Estados Unidos, y aunque algunos consideran que ello
representa la mitad del ingreso de los receptores, tal afirmación parece
exagerada, en tanto desconoce los beneficios gratuitos o subsidiados
que recibe toda la población.
Vale aclarar que estos aportes son
inferiores a la media de lo que envían a sus familiares otros
inmigrantes latinoamericanos, así como que la proporción de lo que
ingresa a Cuba procedente de Estados Unidos ha descendido del 80 % que
tenía en 2005, a pesar de las flexibilizaciones aprobadas por el
gobierno de Obama al respecto. En ello puede haber influido la recesión
económica, pero también el hecho de que las remesas que se trasladan a
Cuba solo están destinadas a satisfacer ciertos niveles de consumo, no
siendo necesarias para garantizar aspectos vitales como la vivienda, la
salud y la educación, como ocurre en otros países latinoamericanos, lo
que tiende a disminuir las exigencias de su cuantía y, por tanto, su
importancia relativa.
Ello también se comprueba cuando las
analizamos en términos absolutos. Las remesas de los inmigrantes latinos
en Estados Unidos se cuadruplicaron en la década de 1990, llegando a
alcanzar 66 500 millones en 2006, transformándose en una de las
principales fuentes de financiamiento externo para la región. México,
Brasil y Colombia concentran más del 60% de las remesas percibidas por
los países del área y un 20% es captado por Guatemala, El Salvador y
República Dominicana. En países como Haití, Nicaragua y Honduras
representan el 24%, el 11% y el 10% del PIB, respectivamente, y en
economías más grandes como las de El Salvador y República Dominicana, el
14% y el 10%.
Según la CEPAL, aunque la repercusión de
estas remesas poco atenúa los indicadores de pobreza de toda la
población, resulta vital para la subsistencia de los hogares que las
reciben. No obstante, algunos consideran que, a la larga, sus efectos
son nocivos para estas sociedades, en tanto tienden a alimentar un
sector parasitario que constituye un freno al desarrollo de la economía y
consolida la dependencia, sin embargo, tales consecuencias parecen ser
más achacables a causas estructurales de esos países, que a las remesas
por sí mismas.
A pesar de que por las causas antes
apuntadas resulta difícil calcular su impacto real en Cuba, a lo que se
suma la ausencia de investigaciones, al menos públicas, y la reticencia
gubernamental de ofrecer cifras oficiales, quizá para no alentar
acciones de Estados Unidos en su contra o por el prejuicio de que con
ello se valida una comparación desfavorable de la realidad cubana
respecto a la emigración, resulta evidente que las remesas se han
convertido no solo en una fuente importante de dinero fresco para el
país, sino en parte del fondo de inversiones para los pequeños negocios
que se desarrollan en la Isla.
Un sondeo realizado bajo el auspicio de Diálogo Inter Americano con 300 receptores de remesas en Cuba, publicado por la revista Palabra Nueva
de la arquidiócesis de La Habana, indica que el 57 % de estas personas
utiliza o piensa utilizar ese dinero para el desarrollo de pequeños
negocios. También es cierto que otra parte se convierte en capital
ocioso, provocando el incremento de la inflación, con la consiguiente
desvalorización de los salarios, afectando el incentivo del trabajo para
aquellos receptores que deciden vivir de esta renta.
De cualquier manera, es un hecho que,
mediante las remesas, los emigrados tienden a integrarse de diversas
maneras a la economía cubana, articulándose de forma inevitable con los
esfuerzos socializadores que la caracterizan, dando forma a una conexión
que implica la creación de intereses personales, ya sea por su relación
con el bienestar de familiares y amigos o por su participación directa
en las empresas que éstos están creando en el país, y esta tendencia es
otra consecuencia del impacto que han tenido los “nuevos emigrados” en
la comunidad cubanoamericana.
Estudios realizados en Estados Unidos en
2007, muestran que el 58 % de la comunidad cubanoamericana mandaba
dinero a sus familiares en Cuba. Pero la proporción varía según la fecha
de arribo a ese país, por lo que mientras un 75 % de los emigraron
después de 1985 enviaban remesas, solo lo hacía el 31 % de los que lo
hicieron antes de 1964 y apenas el 45 % de los que emigraron entre esa
fecha y 1975, aunque llama la atención que un 47 % de los nacidos en
Estados Unidos también enviaba remesas el país, lo que indica que es una
actitud que mantiene una fuerte presencia en los descendientes.
Desde el punto de vista humano, el envío
de remesas constituye un gesto de solidaridad que debe ser apreciado y
ojalá llegue a adquirir connotaciones patrióticas que trasciendan el
ámbito familiar o los negocios, ya que para nada se trata de una
limosna, como afirma el discurso de la extrema derecha, sino que, con
más justicia que nadie, el pueblo cubano está en el legítimo derecho de
recibir, al menos parte, de lo que ha invertido en la formación de estas
personas y en tal sentido debe estar orientada la política cubana al
respecto.
Podemos entonces concluir que, sin
desconocer los inconvenientes que acarrea, el envío de remesas dan forma
a un proceso de integración económica entre Cuba y su emigración, cuyas
consecuencias políticas tienden a atenuar diferencias, más que
agudizarlas; avanzando en la normalización de las relaciones, incluso en
el predominio de la concordia sobre la confrontación, por mucho
esfuerzo que hagan los congresistas cubanoamericanos por impedirlo.
(Publicado en Progreso semanal)
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