El Huracán Gustav pasó por Cuba, dejando una estela de destrucción, provocada, fundamentalmente, por los fuertes vientos asociados ese fenómeno atmosférico.
Se ha dicho por los especialistas en esta materia, que Gustav ha sido uno de los huracanes que más fieramente ha atacado a Cuba, lo que requirió de una movilización extraordinaria de todas las fuerzas encargadas de la seguridad de la población, con el objetivo de evitar desgracias personales.
La organización de la Defensa Civil, un gigantesco organismo con ramificaciones hasta el nivel de barriadas, tanto en las ciudades como en los campos, probó nuevamente su valía, logrando que la población proclive a la evacuación, lo hiciera de manera ordenada y segura.
Como en otras ocasiones, los cubanos respondieron al llamado de la Defensa Civil en el sentido de no esperar la cercanía del fenómeno atmosférico para tomar la decisión de evacuarse. Ya algunos, cuando el peligro se avizora ni siquiera esperan por las autoridades, y se instalan en sitios seguros, en casas de vecinos con mejores condiciones, pero todos con el interés de proteger sus vidas.
No se escatiman esfuerzos ni recursos. Todo se pone en función de la protección de la población. Todas las entidades, con sus equipos, se subordinan a la dirección de la Defensa civil a nivel provincial, municipal o al nivel del barrio, pertenezcan a las Fuerzas Armadas, Revolucionarias a la Construcción, al Transporte o a las Comunicaciones.
Cierto es que Gustav golpeó duro, muy duro a los cubanos, especialmente a los habitantes de la Isla de la Juventud y a la provincia de Pinar del Río. Los daños son cuantiosos. La afectación a la economía de este país, bloqueado y asediado por Estados Unidos, ha recibido un golpe bajo por parte de la naturaleza.
Pero en medio del desastre, en medio del dolor por los perjuicios ocasionados, ningún ciudadano ha quedado a merced de la insensibilidad y de la apatía, todos saben que no quedarán desamparados y que lo poco que pueda existir en cuanto a recursos, se pondrá a su disposición de manera inmediata.
El huracán pasó, pero lo que no pasa, se mantiene, es la entereza de los cubanos ante estos fenómenos atmosféricos, que cada vez son más potentes y peligrosos, y que constituyen amenazas permanentes para los que vivimos en el Caribe.
En medio de las dificultades, la ciudadanía no quedó sola. Los enfermos recibieron la atención que requerían. La vida no se detuvo ante tanta monstruosidad creada por las fuerzas de la naturaleza.
Un ejemplo lo tuvimos en la Isla de la Juventud. La noticia se escuchó en el espacio de la Mesa Redonda. No hubo aspavientos con esa información. Quien la dio, un periodista pinero, lo dijo sin hacer hincapié en la importancia de la misma.
Pasó que en medio de la destrucción originada por Gustav, los enfermos con dolencias renales, pudieron dejar de recibir el servicio de hemodiálisis, debido a las condiciones en que quedó la principal instalación hospitalaria de la Isla de la Juventud.
De nuevo se puso de manifiesto el humanismo del proceso revolucionario cubano. Se dispuso de un avión para trasladar a esos pacientes hacia la capital cubana, donde quedarían ingresados para recibir el tratamiento necesario que requieren sus dolencias.
El periodista no informó del hecho de manera sensacionalista, y no lo hizo porque sabía que en Cuba ese hecho no es excepcional, es un hecho cotidiano, cuando se trata de salvar la vida de una persona.
En este momento, trabajadores de diferentes provincias y pertenecientes a diversos sectores de la economía, se encuentran o se encaminan hacia las áreas más dañadas por el huracán, muestra de la unidad prevaleciente entre los cubanos.
Yo que vivo en el Oriente de la Isla, sitio por donde pasó muy cerca de nosotros ese dañino huracán Gustav, soy testigo de la entereza conque se enfrentan aquí estos fenómenos atmosféricos, aún cuando dejan una huella destructiva difícil de olvidar. Esa misma entereza es la que muestran hoy los cubanos de la Isla de la Juventud y de Pinar del Río.
Ellos no están solos en este momento, cuando la virtud y el amor entre nosotros, alcanza cotas más elevadas que las nubes que acompañaron a Gustav en su arrollador paso por nuestra hermosa tierra.
Autor: David Rodríguez