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miércoles, 13 de septiembre de 2017

ME DUELE CUBA

Es un dolor que se lleva muy adentro.
Dolor que la medicina no podrá curar porque proviene del alma y a ese punto del sentimiento humano no llega la solución ni por una pastilla, ni por una inyección.
Duele mucho Cuba porque nuestro país ha sufrido los embates de un fenómeno atmosférico que jamás debió existir porque arrancó árboles desde su raíz, porque hizo polvo piedras gigantescas.
Duele mucho ese saldo del paso de ese huracán que desde ahora será innombrable para mí pues ha dejado muerte, destrucción, gritos por lo perdido.
Ya el huracán es historia para muchos, otros lo llevan y llevarán en sus pupilas para toda la vida porque les arrancó lo que tenían, porque cercenó sueños, horizontes y hasta sonrisas.
Duele porque a pesar de los esfuerzos, de los llamados, de las convocatorias para preservar la vida algunos ciudadanos desconocieron esas palabras y ahora no podrán volver a escucharlas.
Duele el hecho de que alguien no fuera socorrido, que no recibiera en tiempo la mano que debió sacarlo a la superficie para poder seguir respirando.
A pesar del humanismo que nos rodea, aún tenemos que lidiar con la pereza de algunos que en cualquier barrio de esta Isla demoraron el empuje de lo previsto y llegaron tarde cuando ya todo se sumergía.
Me duele Holguín por los destrozos de esa catástrofe con nombre de mujer que paseó la muerte por los corazones de sus habitantes, golpeados una y otra vez con otros nombres de horror.
Las Tunas, Camagüey, Ciego de Ávila y Sancti Spíritus me provocan sentimientos de tristeza, que solo el sol del trabajo podrán disipar ahora que nos encaminamos con fuerza hacia la recuperación.
Triste igualmente el panorama de la cayería norte de Villa Clara y ese pedraplén partido en varios tramos, ensombreciendo uno de los sitios más hermosos de nuestro archipiélago.
Igual me ocurre con Matanzas, la Atenas de Cuba y su península de Hicacos tan castigada por los vientos y la lluvia de lo que es ya el innombrable huracán que nos quiso arrebatar lo alcanzado por todos.
Y La Habana me estremece el espinazo viendo a algunas personas que vivieron dramáticos instantes, con el agua en sus hogares y sus pertenencias perdidas, pero vivas para seguir adelante.
Me duele Cuba, el dolor de los cubanos, el dolor de la tierra, del aire, del mar, de las palmeras y los ríos.
Me duele la patria que aún en estas circunstancias no se echa a llorar, ni busca lástima, todo lo contrario, se yergue, empina, levanta y une mano con mano, levantándonos a todos por el bien de todos.
En este momento crucial los cubanos estemos donde estemos, debemos demostrar el amor a la tierra que nos vio nacer, por encima de filosofías, por encima de discrepancias, sembrando amor en cada amanecer.