Hay
fechas patrias que conmueven, que generan sentimientos de orgullo, que nos
hacen crecer como seres humanos habitantes de una tierra extraordinaria, bella
y con una estremecedora historia.
Bayamo
es todo eso y mucho más. Es sol para la oscuridad. Es aliento para los
desanimados. Es insoslayable por lo vivido. Es, en fin, un crisol en el firmamento.
Y de
su gente, qué decir? Personas que valoran la inmensidad del sitio donde
nacieron y viven, que sustentan ese amor por el terruño en cada amanecer, en
cada anochecer, en cada instante de la vida.
Y
este es uno de esos días en los que la memoria no se deja moler por el paso del
tiempo, esta se mantiene intacta en su esencia, pero agregando valores que la
hacen grandiosa.
12
de enero y la evocación de aquel hecho toma características muy hondas en los
corazones de los bayameses, quienes saben de la trascendencia de lo sucedido.
Y a
la luz de los años transcurridos de la épica acción, podemos preguntarnos
muchas cosas inherentes a lo que se vivió hace 146 años.
¿Cuántas
personas derramaron lágrimas al tener que decidir ante el supremo acto de quemar
sus viviendas y marcharse al monte, desprovistas de sus propiedades?
¿Cuántos
de aquellos bayameses habrán tenido sus dudas acerca de la importancia de
quemar la ciudad antes de que cayera nuevamente en manos de los colonialistas?
¿Cuánta
riqueza se perdió entre las llamas de la libertad aquel día en que se apostó
por el fuego como herramienta de lucha contra el poder colonial español?
No
hay duda, se perdió mucho de lo material existente, se perdió el techo de los
bayameses, pero se ganó en virtud, en patriotismo, en grandeza.
Aquel
fue un heroico llamado de la conciencia de un naciente pueblo en revolución,
que había nacido en estas tierras como llama de libertad de todos los cubanos.