¿Qué
pensamientos poblarán la mente de un hombre cuando sabe que le arrancaran la
vida?
¿A
quienes recordará en ese instante supremo al ver frente a él un pelotón de
fusilamiento dispuesto a privarlo de ver el sol todas las mañanas?
¿Qué
última imagen tendría de aquel sitio, alejado de su amada ciudad, a la que
sabía no volvería a ver?
Las
líneas precedentes pretenden abarcar los momentos cruciales de un hombre, que
desde la altura de sus versos, sigue siendo paradigma de la cultura cubana.
Se
trata de uno de esos seres humanos que Bayamo vio nacer y del que vive
eternamente orgullosa esta ciudad de tantos patriotas y poetas, de tantos
hombres de bien que la enaltecen.
Juan
Clemente Zenea, uno de los más encumbrados poetas de la historia de Cuba,
fusilado el 24 de agosto de 1871, fue el gran olvidado en una época donde su
verdadera historia estuvo escamoteada.
Considerado
traidor, tanto por las huestes cubanas y por los colonialistas españoles, su
reivindicación plena se alcanzó gracias a la voluntad de otro poeta
extraordinario, Cintio Vitier.
La
oscuridad que rodeaba su nombre se despejó definitivamente para bien de su
memoria y de la cultura cubana, de la que Zenea es uno de los árboles por cuyas
ramas viaja la sabia ineludible de su poesía.
Vivió
en Cuba y fuera de ella, pero su inmensa figura no disminuyó en lo más mínimo,
todo lo contrario, su prosa, su poesía, el amor a la tierra madre nunca lo
despojó de las ansias de verla libre de coloniaje.
Bayamo
lo recuerda y lo ha perpetuado en uno de los sitios más concurridos de la
ciudad, en medio de árboles, sentado en su trono, como pensando escribir el
próximo poema.
La
calle lleva su nombre, expresión de respeto para el hombre que dejó para la
posteridad su enorme caudal de recio intelectual y poeta de hermosas imágenes.
Cuando
se escuchó la descarga de la fusilería en el Foso de los Laureles, aquel 25 de
agosto de 1871, Zenea dejaba al viento sus poemas que desde entonces navegan
errantes por el ancho mar del Caribe.