Jesús Arboleya Cervera
Hace unos días, el Cuban Research Institute (CRI), de la Universidad Internacional de la Florida, dio a conocer los resultados de la última encuesta realizada en la comunidad cubanoamericana de Miami.
Esta es la décima de las que vienen realizando desde 1991 y estuvo
acompañada de un interesante informe titulado “La diáspora cubana en el
siglo XXI”, que por razones de espacio no puedo comentar ahora.
Me limitaré,
por tanto, a comparar los resultados de esta encuesta con la primera
que realizó esta institución en 1991, toda vez que ello puede
ilustrarnos respecto a las transformaciones políticas sufridas por esta
población, en los últimos veinte años.
En 1991, el 88 % de la muestra
consideraba que el régimen cubano no sobreviviría más de dos años,
aunque solo un 32 % contemplaba la posibilidad de regresar si esto
ocurría. El 77,5 % apoyaba una eventual rebelión armada en Cuba y el 53 %
una invasión militar de Estados Unidos. Casi el 90 % abogaba por
intensificar el bloqueo económico y el 61 % estaba en contra de la venta
de medicinas y alimentos. Apenas el 41 % estaba interesado en viajar a
Cuba, incluso si se levantaban las restricciones existentes en esos
momentos.
En la última encuesta, al menos en la
versión a la que he tenido acceso, la pregunta relacionada con el
posible fin del régimen cubano ni siquiera se hace, y tampoco aparecen
las relacionadas con el apoyo a la rebelión armada o la invasión
norteamericana, quizá porque en opinión de los investigadores ya carecen
de actualidad, lo cual sería una buena noticia, si realmente fuese
cierto.
De todas formas, hoy día, el 44 % de los
cubanoamericanos apoya el fin del bloqueo económico y el 80 % lo
considera disfuncional; alrededor del 75 % respalda las ventas de
medicinas y alimentos; un 57 % los viajes sin restricciones y el 61 % se
opone a cualquier ley que restrinja esta posibilidad, lo que indica el
desfase de la extrema derecha, respecto a los criterios de la mayoría de
la población, ya que un 58 % defiende el restablecimiento de relaciones
diplomáticas entre los dos países.
Quizá lo más trascendente, es que el
cambio de estas actitudes ha estado determinado por las opiniones de los
emigraron de Cuba después de 1994, los jóvenes inmigrantes y los
nacidos en Estados Unidos, expresando una tendencia que puede aumentar
en el futuro, toda vez que responde a factores objetivos e históricos
difícilmente modificables, al menos, si las condiciones actuales se
mantienen más o menos inalteradas.
Tal situación plantea una dinámica muy
interesante a escala de la política local y la futura elección de
representantes cubanoamericanos para cargos estaduales y nacionales,
toda vez que aproximadamente el 50 % de los habilitados para votar se
ubica en una u otra posición. En esta paridad influye la secuela del
llamado “exilio histórico” y la escasa participación de los “nuevos
emigrados” en la vida política del país, pero la diferencia la hacen los
descendientes, donde se registra un apoyo mayoritariamente sostenido a
las posiciones más conciliadoras.
Algunos opinan que estos resultados
generarán, a corto plazo, transformaciones relevantes en la estructura
política cubanoamericana y no deja de ser cierto que los más preocupados
con esta eventualidad, son los políticos de la extrema derecha, los
cuales incluso pretenden modificar la Ley de Ajuste Cubano,
con tal de frenar este proceso. No obstante, yo soy menos optimista, ya
que si realmente la opinión de las mayorías decidieran en la vida
política norteamericana, los ricos pagarían más impuestos y George W.
Bush nunca hubiese sido presidente de Estados Unidos.
Lo que resulta innegable es que,
cualquiera sea su impacto inmediato en la política doméstica, en
términos humanos, culturales, incluso económicos, estas transformaciones
inducen a una nueva manera de relacionarse con la sociedad cubana, así
como a la forma en que ésta percibe a los emigrados, atenuando los
conflictos políticos e ideológicos de antaño, sin por ello negar que
éstas diferencias existen, al menos generalizadas a escala social, y
continuarán influyendo en las relaciones entre las dos partes.
La clave está en que, en las actuales
condiciones, es dable convivir a pesar de estas diferencias y en esto
radica la posibilidad del “diálogo entre cubanos”, como algunos llaman a
un proceso que siempre debió haber sido normal, pero que resultaba
imposible hace veinte años, como lo demuestra las encuestas llevadas a
cabo en la comunidad cubanoamericana entonces y la reacción de la
sociedad cubana frente a estas actitudes.
Todo indica que la recientemente
anunciada reforma de la política migratoria cubana, parte de reconocer
estas transformaciones. Por lo que, aunque aún no se conoce el alcance
de las mismas y seguramente éstas no van a satisfacer, por sí solas, las
expectativas de todo el mundo, lo relevante es el sentido en el que
están orientadas, “al incremento de los vínculos de la nación con la
comunidad de emigrantes”, según lo dicho por el presidente Raúl Castro, desbrozando el camino para avanzar en este proceso.
Es de esperar, por tanto, que la encuesta
que realice el CRI dentro de veinte años, tenga resultados aún más
alentadores y ojalá hayan pasado definitivamente a la historia, aquellos
políticos cubanoamericanos que viven de una beligerancia que ya solo
sirve a sus propios intereses. (Tomado de Progreso semanal)