Jesús Arboleya Cervera
Los congresistas norteamericanos Marco Rubio (der) y David Rivera (izq)
Una vez informado oficialmente, creo que
vale la pena volver al proyecto de ley presentado por los congresistas
cubanoamericanos David Rivera y Marco Rubio, con vista a restringir los
viajes de los cubanoamericanos a Cuba.
Lo que finalmente proponen es que ninguna
persona, hasta tanto no tenga la ciudadanía norteamericana, pueda
viajar a la Isla. O sea, si un inmigrante cubano viaja a Cuba
antes de tener la residencia permanente en Estados Unidos, no puede solicitarla al año y un día, como establece la
Ley de Ajuste Cubano
y, si viaja siendo ya residente pierde esta condición, por lo que en
ambos casos el proceso para obtener la ciudadanía norteamericana se
extiende cinco años más, como ocurre con cualquier otro inmigrante que
no sea cubano.
Varios son los objetivos que persiguen los legisladores de la extrema derecha cubanoamericana con esta propuesta:
El primero es enfatizar “por la fuerza”
la supuesta condición de “refugiados” de los inmigrantes cubanos,
poniendo a las claras que nunca lo fueron en realidad, con lo que se
viene abajo uno de los mitos que sirvieron de base a la idealización del
llamado “exilio histórico” y los privilegios hasta ahora recibidos.
En segundo lugar, se busca limitar el
encuentro de los inmigrantes con sus familiares, no solo por los
ingresos que esto puede reportar a Cuba, como aducen, sino porque tales
visitas contribuyen a establecer un clima de distensión en las
relaciones con Estados Unidos, que se contradice con la beligerancia que
sirve de sustento político y económico a estos grupos.
También se pretende afectar el negocio de
los viajes, los cuales, aunque no lo dicen, siempre han pretendido
controlar, ya que la ideología de esta gente es más verde que la de los
ecologistas. Pero, además, dado que se trata de un capital independiente
de la maquinaria política de extrema derecha, puede servir al
desarrollo de fuerzas alternativas en Miami y ello resulta intolerable
para los fundamentalistas cubanoamericanos.
Y, por último, siguiendo la misma lógica
politiquera, de esta manera se aspira a retrasar la incorporación de los
nuevos inmigrantes al electorado miamense, los cuales, junto a los
descendientes, muestran la tendencia a alterar el predominio de la
extrema derecha entre los votantes cubanoamericanos. Basta recordar que
en las pasadas elecciones presidenciales, alrededor del 40 % del
electorado cubanoamericano votó por Obama, definiéndose claramente
contra los grupos dominantes, algo bien distinto al 90 % que votó por
Reagan en 1980.
En la actualidad, el 67 % de la comunidad
cubanoamericana tiene la ciudadanía norteamericana, mucho más que el
resto de los latinos que apenas alcanzan el 50 %, lo que influye en la
valoración que tienen los políticos, sea cualquiera su tendencia, de la
importancia de este electorado. Tanto es así, que los
cubanoamericanos constituyen el grupo minoritario proporcionalmente
mejor representado del país y ello se debe, en parte, al peso electoral
alcanzado dentro de las estructuras políticas del sur de la Florida.
A partir de esta plataforma es que se ha
construido la maquinaria política de la extrema derecha cubanoamericana.
Sin embargo, mientras que en la actualidad son ciudadanos el 97 % de
los que llegaron antes de 1975 y la totalidad de los nacidos en Estados
Unidos, solo lo son el 24 % de los que arribaron después de 1980. En la
medida en que esta proporción crezca, menos posibilidades tendrá la
extrema derecha para imponer sus posiciones y eso es lo que pretenden
evitar, aunque con ello se están convirtiendo en el lastre que amenaza
con hundir el barco, ya que no hay reemplazo para el “exilio histórico” y
el resultado final será disminuir el volumen del electorado
cubanoamericano en su conjunto, sin impedir con ello que, a la larga,
cambie inexorablemente la naturaleza de los electores.
Las alternativas que plantea esta
propuesta a los nuevos emigrados son bastante claras: se someten a sus
imposiciones y esperan cinco años para votar contra los políticos que le
hicieron tanto daño; viajan a Cuba por terceros países tratando de
burlar los controles y también votan contra estas personas en cuanto
tengan la oportunidad o, en última instancia, se revelan contra ellas y
viajan a Cuba de todas formas, enajenándose por largo tiempo del
sistema, con lo que se reduce el potencial de crecimiento del electorado
cubanoamericano y su importancia relativa en Miami.
No deja de ser paradójico que las mismas
fuerzas que se aprovecharon de la Ley de Ajuste para violentar su acceso
a la vida política norteamericana, hoy día, al tratar de convertirla en
un recurso más de presión sobre el electorado cubanoamericano, corren
el riesgo que otros grupos adquieran mayor importancia relativa,
desplazándolos igual de sus posiciones, ya que enemigos sobran a la
extrema derecha cubanoamericana y los más peligrosos no son,
precisamente, los nuevos inmigrantes cubanos.
Días atrás, un amigo me recordó algo que
le dije hace tiempo: como en el ajedrez, hay veces que en política se
arriba a posiciones donde la lógica indica que el jaque mate es
inevitable, por lo que las únicas alternativas son aceptar la realidad y
rendirse o, cuando más, retrasar el desenlace, en la esperanza que el
contrario se equivoque. La iniciativa, entonces, la tiene la otra parte.
Más importante aún, si a la
extrema derecha cubanoamericana ya no le conviene la Ley de Ajuste, es
porque ha dejado de ser funcional a la política seguida por Estados
Unidos contra Cuba hasta el momento y, por eso, no solo esta ley está condenada a la muerte. Bajo las actuales condiciones,
lo que no conviene son los nuevos emigrados, transformadores de un
entorno creado para servir de base social a la contrarrevolución, el cual ya no puede ser reproducido, haciendo insostenible la política en su conjunto.
Por tanto, no parece descabellado afirmar
que no solo Cuba está precisada a actualizar su política migratoria,
como afirmó recientemente el presidente Raúl Castro, sino que también
tendrá que hacerlo Estados Unidos, indicándonos la posibilidad de que
estemos abocados a grandes cambios, incluso relacionados con el
contenido de los acuerdos migratorios actualmente existentes y la forma
en que han estado aplicándose. (Tomado de
Progreso semanal)
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