Cabalgó sobre un asno hacia la gloria. Sus captores pensaron humillarlo, pero él, como redentor, fue hacia el paredón con la frente erguida, orgulloso de ser un soldado cespediano.
Cómo sería aquel momento supremo en el que un hombre va hacia la muerte por el delito de luchar por su país?
De qué manera miraría el prócer a aquellos soldados extraños que le dispararían para tratar de matar una idea?
Aquel día culminó para él como la luz del rayo, que fenece pronto, pero no murió el patriota, no murió su idea, no murió su amor por la tierra en ese instante mancillada.
Quizás sobre la pared que sirvió de sostén para el crimen, dibujó con sus ojos las letras de aquel símbolo nacido en el fragor del combate en su querido Bayamo, haciendo real lo que él mismo escribió para la posteridad: ¨¨ del clarín escuchad el sonido: a las armas, valientes, corred.
El músico, el poeta, el hombre culto y enamorado del futuro sabía que la lucha sería dura y peligrosa, pero no dudó en sumarse al afán libertario que junto a otros bayameses, comenzó a concebir para alcanzar la independencia.
Los disparos de la fusilería española no quedaron allí en el sitio del crimen, el eco de los mismos levantó un mar de palomas, las palmas reales movieron como alas sus hojas y el agua del arroyo se detuvo en señal de duelo.
Perucho no cabía en aquel nefasto sitio donde intentaron matar su orgullo, su cuerpo corroído por la enfermedad, echó hacia el frente su pecho de mambí, para aportar la cuota de sangre por ser un insurgente luchador independentista.
No había otra opción para un hombre que había decidido entregar lo mas preciado, su vida, y que desde el principio había apostado por la gloria o el cadalso.
Desde hace 140 años, Perucho sigue cantando, hoy con todo el pueblo cubano aquel Himno rebelde en cuyos versos se dice; ´´…no temáis una muerte gloriosa, que morir por la patria es vivir´´.