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La lluvia y la noche conspiraron creando abismos, rompiendo puentes,
ante la maravilla de un suceso musical de una profunda sensibilidad
artística del cual surgió el sol como arquitecto de la luz y hacedor de
caminos.
Era de noche y llovía, pero los necios, sin los cuales este mundo sería
muy aburrido, tomaron la sala por asalto, armados por el amor y la
devoción a un cantante que traspasó fronteras y alzó la bandera de la
ternura en la escena.
Aquella voz fresca, convincente se nos presentó arropada por exquisitas
cuerdas, metales, percusión, coro, y por encima de eso la excelsitud de
la orquesta que demostró su valía como patrimonio cultural de Cuba.
No fue una jornada para frivolidades o concesiones estético-musicales,
sobre el escenario allí solo hubo autenticidad, respeto y homenaje al
hijo pródigo de San Antonio de los Baños.
Bayamo, que ha demostrado que la necedad es necesaria y útil en el
transcurso de su historia, abrazó a los artistas como se hace con el
cirujano que nos salva la vida, eso sucedió en este memorable concierto.
Y es que cuando el arte se erige en valladar, cuando a través de la
música se entienden las coordenadas que nos pueden conducir a levantar
lo que es válido, entonces estamos ante un suceso cultural
imprescindible.
Lo es porque el lirismo, las musas, las imágenes que la poesía nos
entrega, sustentado en una música que nos eleva el espíritu hasta
convertirnos en protagonistas del hecho trascendente de esa obra de
arte.
Silvio estaba también en el escenario, no solo a través de sus
composiciones, sino reafirmando al mismo tiempo las ideas que sustentan,
los caminos que abren, los puentes que se erigen con sus
elucubraciones.
Los esquemas estallaron una y otra vez en el escenario pues Augusto
Enríquez resucitó canciones que parecían tocadas con el maleficio del
olvido y les dio vida, para que no salgan de la memoria popular.
Fue un concierto de gran estatura poético-musical que permitió al
público bayamés, disfrutar de una velada de lujo con la actuación de la
Orquesta Sinfónica Nacional.
La batuta del maestro Enrique Pérez Mesa trazó las líneas imaginarias
que se convirtieron en sonidos, hermosos, sublimes, sinceros, salidos de
las almas de sus músicos a los que no olvidaremos jamás.
Así quedó conjurada la conspiración de la lluvia y la noche este jueves,
desaparecieron los abismos, surgieron los puentes por el que pasaron
los necios, los que no se amilanaron, los que al final, triunfaron.