De niño y de joven conocí a muchas personas que marcaron mi memoria para toda la vida.
Eran de esos seres que desde diferentes posiciones sociales fueron señalándome las coordenadas necesarias para formar mi carácter.
Tengo bien grabada en la mente la figura de un hombre que era identificado como Veneno, sus trastornos mentales y el acoso de algunos de los estudiantes de una escuela cercana, le exacerbaban los ánimos y no había piedra que no lanzara ante cualquier alusión a su apodo.
En toda época ha habido niños y jóvenes bellacos, que han querido mostrar todas las cláusulas del irrespeto, ante personas que en desventaja social, se convierten en blanco de sus bromas de mal gusto.
Había uno, llamado Conaca, que era un excelente lanzador de piedras. El pobre hombre no se metía con nadie y por eso la muchachada de entonces la tomaba con él, sin sabe a ciencia cierta la razón por la que llevaba ese sobrenombre.
Entre toda esa amalgama de personajes se destacaba uno que al parecer no tenía trastorno mental alguno, quizás lo aparentaba. Su apellido era De la Vega, y se empeñaba en repartir en la Plaza de la Revolución de Bayamo, unos periodiquitos que él mismo redactaba.
En una ocasión, en la década del setenta, me dijo que me tirara una foto porque dentro de algún tiempo ¨¨no te vas a conocer¨¨. Era incisivo, mordaz, irreverente y un día se perdió del horizonte local y apareció en otro horizonte al norte de nuestra tierra,
En cierta ocasión hizo su debut en el escenario bayamés una mujer, que debió ser muy hermosa en sus tiempos mozos. Alguna gente la tomó con ella, la ofendían, la maltrataban, y ella respondía con fuertes palabras cuando le decían su apodo: Prueba.
Yo no sé si Monguele aún existe, pero era otro de esos seres humanos, que desde la capacidad mental que tenía, era muy dócil, muy enamorado y muy tranquilo, teniendo como sitio de permanencia la cafetería frente a la Plaza de la Revolución de Bayamo.
Había otro que a veces pienso yo, provocaba a la gente para que le dijeran algo. Siempre anduvo en bicicleta y no se sabe la cantidad que le robaron, en medio de las discusiones originadas por temas de cualquier índole.
Pero se ponía histérico cuando le decían: la vende!!!, ahí perdía los estribos y ya no había quien aguantara las palabras con las cuales se defendía.
Y recuerdo a más, como a Emilio, al que la gente apellidó Limones, porque se dedicaba a vender ese fruto tan necesario en la cocina cubana, y a ese hombre maravilloso, vecino mío, proyectista de cine recordado con aquella frase: Cuadra Baroco!
Había un niño en el barrio al que Baroco le pintaba todos los años el velocípedo. Los padres le decían que era nuevo, cuando lo distinto era el color.
Seguro que algunos no han sido mencionados, pero estos también tienen su historia, escrita desde el trabajo o en esa especie de mendicidad que algunos se impusieron como medio de vida, pero todos recordados con cariño.
Autor: David Rodríguez Rodríguez