El profesor Victor Montero Mendoza, de Bayamo, recibió en la tarde de ayer el Premio Nacional de Pedagogía 2008. La siguiente crónica está dedicada a su excelente trabajo como educador.
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Fue una fiesta de la cultura, de la palabra, el deporte y la música.
Es muy difícil resumir la trayectoria de alguien que pasa por la vida dejando las huellas de la bondad.
La cultura, la palabra, la música y el deporte han distinguido a quien en la hermosa tarde de ayer, recibió los honores que merece por su permanencia en el púlpito de la enseñanza, ya convertido en evangelio vivo.
Patriarca de la ternura, ha sabido diseminarla por no se sabe cuantas aulas, sembrando además del conocimiento, el amor a la tierra, a esa tierra nuestra marcada por las raíces de las cañas y de las ceibas, de los cedros que han parido tantos horcones sobre los que se afianza hoy la patria libre que le rinde homenaje.
Se podría estar hablando de su manera de explicar el fenómeno martiano en las letras hispanoamericanas, de esa vehemencia que manifiesta por el deporte, disciplina que hizo crecer en no pocas polémicas con avezados comentaristas a los que quizás no convenció, pero que llevaron desde entonces en sus sentimientos el impacto de haberlo conocido y por la contundencia de sus argumentos.
También es momento para expresar su apego a la música. Nos enseña aún cómo entender a los negros norteamericanos desde la tristeza de sus expresiones jazzísticas, lo que nos permite, al mismo tiempo, entender su historia de privaciones desde los abarrotados barcos en que llegaron encadenados a América hasta el desastre de Nueva Orleáns que lleva el nombre de Katrina.
La memoria del pueblo no puede traicionarse con el olvido hacia quien ha elevado el gusto estético de muchas generaciones. De quien ha difundido las hermosas notas musicales que se han escuchado a través de la radio, llevando cultura al que no la tiene, y afianzándola en quienes tienen el fértil campo abierto a esa manifestación.
En un tarde hermosa como la de este jueves, cuando el sol se aprestaba a dormir su siesta de doce horas, en ese pequeño espacio de la Ciudad de Bayamo, que lleva el nombre de Juan Clemente Zenea, aplaudimos con la generosidad de pueblo agradecido a un hombre que ya dejó de pertenecer solo a su familia, para integrarse, por derecho propio a la gran familia que somos los cubanos.
La cultura, la palabra, la música y el deporte, pueden resumirse en este nombre:
Víctor Montero Mendoza.
Es muy difícil resumir la trayectoria de alguien que pasa por la vida dejando las huellas de la bondad.
La cultura, la palabra, la música y el deporte han distinguido a quien en la hermosa tarde de ayer, recibió los honores que merece por su permanencia en el púlpito de la enseñanza, ya convertido en evangelio vivo.
Patriarca de la ternura, ha sabido diseminarla por no se sabe cuantas aulas, sembrando además del conocimiento, el amor a la tierra, a esa tierra nuestra marcada por las raíces de las cañas y de las ceibas, de los cedros que han parido tantos horcones sobre los que se afianza hoy la patria libre que le rinde homenaje.
Se podría estar hablando de su manera de explicar el fenómeno martiano en las letras hispanoamericanas, de esa vehemencia que manifiesta por el deporte, disciplina que hizo crecer en no pocas polémicas con avezados comentaristas a los que quizás no convenció, pero que llevaron desde entonces en sus sentimientos el impacto de haberlo conocido y por la contundencia de sus argumentos.
También es momento para expresar su apego a la música. Nos enseña aún cómo entender a los negros norteamericanos desde la tristeza de sus expresiones jazzísticas, lo que nos permite, al mismo tiempo, entender su historia de privaciones desde los abarrotados barcos en que llegaron encadenados a América hasta el desastre de Nueva Orleáns que lleva el nombre de Katrina.
La memoria del pueblo no puede traicionarse con el olvido hacia quien ha elevado el gusto estético de muchas generaciones. De quien ha difundido las hermosas notas musicales que se han escuchado a través de la radio, llevando cultura al que no la tiene, y afianzándola en quienes tienen el fértil campo abierto a esa manifestación.
En un tarde hermosa como la de este jueves, cuando el sol se aprestaba a dormir su siesta de doce horas, en ese pequeño espacio de la Ciudad de Bayamo, que lleva el nombre de Juan Clemente Zenea, aplaudimos con la generosidad de pueblo agradecido a un hombre que ya dejó de pertenecer solo a su familia, para integrarse, por derecho propio a la gran familia que somos los cubanos.
La cultura, la palabra, la música y el deporte, pueden resumirse en este nombre:
Víctor Montero Mendoza.
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