Me ha dolido mucho el fallecimiento de Santiaguito Feliu.
En primer
término porque se ha ido un ser humano, y cuando un semejante muere, sea quien
sea, también muere un poco de nosotros.
Lo conocí
hace muchos años a través de su hermano Vicente, pero ya el traía ese bichito
de la composición y la interpretación muy adentro de su ser, así que llego
adonde llego, influenciado, pero con voz propia.
Algunas
veces durante mis visitas a La Habana escuchaba el impacto que tenían sus temas
en los jóvenes que acudían a sus conciertos que terminaba extenuado, dado el
nivel de entrega para su auditorio.
Siempre
pensé que Santiaguito podía llegar a la cima de esa montaña a la que todo músico
aspira no solo pisarla, sino a mantenerse como esos horcones que aguantan a las
viejas casonas.
El era eso: un horcón de este último tiempo, como
lo fueron en el suyo Sindo Garay, Miguel Matamoros, María Teresa Vera y otros
muchos que no han dejado morir la presencia de la guitarra en nuestras vidas.
Lo
recuerdo en una de sus visitas Bayamo junto a Donato Poveda, su compañero en
una etapa importante en la que compartieron escenarios, giras y un montón de
canciones inolvidables.
Su
deceso ha estremecido a la sociedad cubana que no esperaba esta infausta
noticia teniendo en cuenta la edad de 51 años que Santiaguito tenia y que nos
ha dejado estrepitosamente anonadados.
Pero
desde su guitarra continuaran saliendo los acordes que tanto disfrutamos,
compartimos y llevaremos siempre en la memoria aunque el no se lo hubiese
propuesto.
Ahí radica
parte de su grandeza pues siempre compuso sin pretender llevarnos por los
vericuetos de sus letras, pero al final terminábamos secuestrados por su
talento, y por la expresión de su guitarra.
Sobre
el escenario era el trovador irreverente, enemigo de las formalidades, acusador
eterno del facilismo y de las frivolidades, eso sí, era luz tenue o
incandescente, frágil o contundente, pero siempre inclaudicable, brillante.
Hoy
ese poema canción llamado Vida, cobra especial vigencia en un momento en que
los pueblos la buscan desesperadamente a través de la unidad preconizada por Bolívar
y Martí.
¨¨Vida,
la montaña está en la sangre, en tantas calles, la montaña está pariendo el
porvenir de este planeta¨¨.
Ha
partido el juglar. Se ha llevado su guitarra, sus musas, pero las canciones
hermosas las ha dejado para que nosotros le construyamos un monumento de manera
cotidiana con el fulgor de su sonrisa.
AY, VIDA
Vida, traes entre las manos vivas
la esperanza y un motivo
para que tu sed resulte
para todos un camino.
Vida, la guerra tendrá un sentido
de renacimiento y sueños,
sueños que harán del hombre
un humano, un buen destino.
Vida, te buscamos desde siempre
y, ahora, somos toda una razón armada
desde el alma hasta tu vientre.
Vida, porque es el verdadero trecho
para que tu pecho rompa este cielo gris.
Vida, a la muerte le queda un tiro
y un corazón te defiende
y hace de tus alas grandes
una historia para siempre por el amor.
Vida, vendrás quemando el eco
que quiera tener lo viejo,
quien no tuvo nunca manos
ni palabras por tu triunfo.
Vida, los verdaderos hombres
sólo son gigantes brazos
que le nacen a la tierra
y se van a la montaña.
Vida, la montaña está en la sangre,
en tantas calles,
la montaña está pariendo el porvenir
de este planeta.
Vida, de este planeta indio y negro y blanco,
poderoso y pobres,
todos al final.
Vida, a la muerte le queda un tiro
y un corazón te defiende
y hace de tus alas grandes
una historia para siempre por el amor.
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