Bayamo contó hasta hace algunos años, con un símbolo natural, que identificaba a la ciudad, junto a su historia y sus legendarios coches tirados por caballos-
Ese símbolo, que ocupaba un privilegiado sitio de la Vega del Río Bayamo, era admirado por los habitantes de la ciudad por su altura y el diámetro de su tronco.
La Ceiba, ubicada entonces en un área adyacente a la Escuela Primaria Manuel Ascunce Domenech, donde antes funcionó La Divina Pastora, un centro estudiantil religioso.
El entorno de la majestuosa Ceiba era visitado frecuentemente por los bayameses, unos para disfrutar de su imagen, y otros, lamentablemente, para dañarla, quizás sin percatarse de las heridas que infligían a su tronco.
La Ceiba era la novia del río. Sus raíces se humedecían en sus aguas, nutriendo a la planta que cada año vestía sus mejores galas, a veces blancas, a veces de un intenso color verde.
Su altivez y frondosidad dominaban el panorama paisajístico aledaño al río, no había árbol más alto, ni más bello que ella, solo compitiendo en belleza y orgullo con las palmas reales.
Su ancho tronco comenzó a recibir el maltrato de algunos que, con fuego, fueron abriéndole el vientre, ignorándose las intenciones de estos.
Lo real es que con el tiempo aquel tronco fue horadado de tal manera que en su interior cabían perfectamente varias personas.
Un día de un año que no recuerdo, en horas del mediodía, se escuchó en el entorno un ruido seco, que llamó la atención de los vecinos cercanos al río.
Había caído La Ceiba, no pudo aguantar el sufrimiento de los desmanes de algunos y de la enfermedad que la corroía. Sus raíces, ya viejas, no resistieron el peso del gigantesco árbol.
En su último gesto de existencia, La Ceiba recurrió a su amor de toda la vida, y se lanzó al río, cuyas aguas bendijeron para siempre su paso por la vida. Fue un último abrazo entre La Ceiba y el río, novios eternos, que siguen siendo referencia de los bayameses.
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