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lunes, 23 de mayo de 2011

UN VIAJE A LA ESTRELLA

Por: Osviel Castro Medel
Pensaba encontrar en La Estrella, en las gargantas de la Sierra Maestra y a 14 kilómetros de la cabecera municipal de Buey Arriba, una escuelita estrecha y sin mucha pompa.
Alcancé a ese sitio, en el que se pueden sentir los suspiros de las nubes a la espalda, luego de cruzar ocho veces el río Buey, el cual bordea caprichoso el camino entre crestas.
Sin embargo, allá hallé un recinto grande, nombrado Esteban Gallardo Medina, con una matrícula de 76 alumnos y una peculiaridad llamativa: allí viven 15 alumnos internos.
Llegaron ellos desde Brazo Seco, Pan de Azúcar, Malo, Bernabé, Macío Arriba, Nevada, Santana y otros lugares tan recónditos que a veces no se pueden dibujar con palabras. En esos parajes funcionaban escuelas hasta para un solo niño. Y este curso, a raíz de los cambios que buscan eficiencia y elevar la calidad en la educación, fueron clausuradas.
Por ejemplo, Alexnier Sánchez y Adisnuvia Molina, dos retoñitos que no llegan a los 10 años de edad, proceden de Santana, un sitio que está a unos 25 kilómetros de La Estrella, exactamente en los límites con Santiago de Cuba, y que poseía un centro docente cuya matrícula rara vez excedió los cinco alumnos.
Ahora ambos estudian en la Esteban Gallardo, la que cuenta con un albergue, siete aulas, laboratorio de computación, comedor, enfermería, cuarto para maestros, dirección, almacén y una cocina en construcción.
Otros que tenían escuelitas con matrículas del tamaño de una mano eran Alejandro, Yuliannis, Amelia, Daniel, Susana, Erismel, Reinier y Daimelis. Algunos de ellos reconocen que echan de menos de vez en cuando aunque aclaran que allí estudian, comen, juegan, se bañan y duermen «muy bien».
Luis Carlos Pacheco, quien lleva 20 años dirigiendo el plantel, nos confesó que en tanto tiempo nunca había asumido un reto similar, este de educar al mismo tiempo a niños de la comunidad cercana y de sitios apartados.
«No ha sido fácil porque nunca habíamos tenido estudiantes albergados, pero tampoco resultó tan difícil como creíamos al principio; poco a poco todos nos hemos ido adaptando. La cooperación de los padres fue determinante», señala.
Y agrega que en la escuela una «tía» (una auxiliar) les calienta el agua todos los días a los niños para que se bañen y que, incluso, a algunos de los padres de hogares más distantes el sectorial en Granma del Ministerio de Educación les ha facilitado mulos con tal de que transporten a sus hijos los fines de semana de la escuela a la casa y viceversa.
Rolando Machado, un veterano educador de este centro, considera que el traslado de esos alumnos a colegios con mayor matrícula ha ayudado a los niños porque «han mejorado la expresión oral, la participación en clases, la disciplina y la preparación política.
Algunos llegaron con problemas en la ortografía y en el aprendizaje y hoy se ve el cambio. A todo eso se agrega que aprenden a ser más independientes».
Luis Carlos, el director, expone que en la medida en que mejoren las condiciones de vida en los dormitorios y el comedor, los pequeños irán enamorándose más de la escuela, aunque algunos hoy parecen estar bastante flechados, al punto que quieren retornar los domingos bien temprano.
De la Estrella me fui estremecido, después de escuchar al locuaz jefe de colectivo, Javier Aguilar Soto. Él, de sexto grado, es uno de los «externos», que repetidamente por las noches va a ver a sus compañeros albergados para saber cómo se sienten, qué necesitan y para acompañarlos en el estudio o los juegos de mesa.
Él, también, es el principal promotor del círculo de interés sobre tránsito Vía a la Vida y el director del grupo musical Los pequeños Turquinitos, que fue impulsado por el instructor de arte Osvaldo Sánchez.
«Los primeros instrumentos los hicimos nosotros mismos con la ayuda de nuestros padres; eran un guayo, unas maracas y un “tamborcito”, pero desde que llegó Osvaldo con su guitarra nos hemos superado porque él nos enseñó muchas cosas y ya tenemos unos cuantos números», me dijo con el acento de un profesional.
Y para demostrarlo Los Pequeños Turquinitos me despidieron con un «popurrí» de temas campesinos y urbanos, que me dieron deseos de bailar entre aquellas gloriosas lomas y me hicieron pensar cuántas otras escuelas rurales de Cuba respiran y viven esos aires de felicidad.

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