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jueves, 12 de marzo de 2009

HEBERTO CARVAJAL OLAZÁBAL

Por primera vez voy a hablar acerca de una deuda de gratitud que he guardado por más de cuarenta años en el sitio más preciado de mis sentimientos.

La historia tiene que ver con el paso de los seres humanos por la vida, en muchos casos eliminando obstáculos, en otros tendiendo puentes para poder caminar con pasos seguros.

Todo comenzó un día del año 1968. Fue el momento en que pude conocer parte de una emisora por dentro. El pequeño local de las transmisiones me alucinó y más me llamó la atención el hecho de que voces y sonidos llegaran a tantas personas a través de los receptores.

En otra área un hombre se empeñaba en hacer realidad el arte de escribir en una vieja máquina que ya hoy resulta obsoleta, pero inolvidable.

Mientras hacía su trabajo que después supe que era la redacción de informaciones, me quedé como atontado al ver de la manera en que escribía, con dos dedos y con una velocidad tremenda.

Ya desde ese momento me percaté que mi vida, en algún instante, estaría ligada a ese oficio de buscar y redactar informaciones.

Aquel hombre, desde sus grandes espejuelos, clavó sus ojos en los míos y me preguntó: quieres ser periodista?

Ante aquella pregunta vista hoy como provocadora y osada, respondí afirmativamente. Rápidamente se paró de la silla me la brindó y me dijo: pues aquí tienes, escribe cualquier cosa que sea una noticia.

De él podría decir más, del humor que lo caracterizaba, la manera de expresar las ideas, los deseos de vivir cuando una enfermedad quiso arrastrarlo hacia el fin, de las convicciones políticas e ideológicas que lo caracterizaron.

Ese hombre que me enseñó los rudimentos de la información y que es el maravilloso culpable de mi presencia en el periodismo, para mí sigue llamándose, aunque ya no esté, Heberto Carvajal Olazábal.

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