En reiteradas ocasiones leí que personajes tales como Ronald Reagan, George W. Bush, Barack Obama, Hillary Clinton, Ileana Ros-Lehtinen y otros, expresaban su cariño y su amor por el pueblo cubano.
Cuando alguien exterioriza ese
sentimiento, rápidamente relaciono que ese cariño, ese amor, debe
materializarse con acciones que beneficien al receptor de ese mensaje.
Este grupo de personas, tan amorosas
hacia los cubanos, dicen y vuelven a decir, que los que habitamos en la Isla merecemos ¨¨libertad¨, y
¨¨respeto a nuestros derechos humanos¨¨
Valdría entonces ahora aclarar
ciertas cosas que no se entienden, teniendo en cuenta esas declaraciones de
amor que me llegan desde la Casa Blanca
y el Capitolio.
Dicen que me quieren, pero cuando
alguien lo expresa, no espero que me lancen una bofetada, o me preparen un
atentado, o sencillamente, quemen la escuela donde estudio.
Tampoco entiendo la solidez y
autenticidad de esos mensajes cuando desde 1959, desde esa nación del norte,
todo lo que he oído y sufrido tiene que ver con torceduras de brazos para que
me vea en la necesidad de quebrantar mis principios.
¿Se puede amar a un pueblo teniendo
como base el exterminio de ese propio pueblo?
¿Qué se puede entender acerca de aquel
memorando, conocido, publicado y vuelto a publicar, que decía que al pueblo
cubano había que presionarlo para que se levantara contra su gobierno?
Implantar el hambre y las
enfermedades era lo que planteaba ese criminal documento para lograr el derrumbe
de la Revolución Cubana.
Esa ha sido la tónica que he vivido
desde hace más de 50 años en las (no) relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Sojuzgarme como pueblo es la
estrategia formulada desde los salones fríos donde los no menos fríos think
tank formulan y reformulan las acciones contra los cubanos.
Vergüenza universal es lo que debe
sentir un gobierno, el mas poderoso del mundo, que se empeña en dañar la vida
de un pueblo, utilizando los más viles pretextos y planes.
Entre esos planes están el bloqueo
económico y financiero impuesto a la
Isla desde hace más de medio siglo, las transmisiones de las
horrendas radio y televisión Martí, el acoso a las transacciones comerciales y
el estímulo a las deserciones de profesionales.
Todo eso dirigido a sostener una
política que ha encontrado un peñón en el Caribe, que ha resistido los embates
de invasiones, infiltraciones de terroristas y de virus como el de la fiebre
africana y del dengue.
Un peñón que ha aguantado de manera
heroica todas las demás agresiones, como la de tratar de fomentar una
fanta$iosa opo$ición, desprestigiada y sin basamento popular.
Yo, como ciudadano cubano, estoy
orgulloso de vivir en un país como el que habito, donde la justicia social, aun
no lograda en su totalidad, se abre paso con la manera humanista del sistema
que tenemos.
Por estas y otras razones me sentí
orgulloso este martes, cuando la comunidad internacional votaba, por vigésima
ocasión en la ONU,
contra el genocida bloqueo.
En ese momento me percaté de que
esas expresiones de amor y de cariño, hipócritamente expresadas hacia el pueblo
cubano por esos personeros
norteamericanos, quedaban sepultadas por el verdadero amor de los pueblos hacia
esta Isla del Caribe.
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