Si se contabilizan los millones de dólares dedicados al incremento del periodismo independiente en Cuba, y se contrapone esta cifra con el valor de la información enviada desde la isla, hay que concluir que en Estados Unidos la palabra se paga a un alto precio. O al menos algunas palabras o las palabras de algunos.
Cabe preguntarse qué importancia han tenido tantos y tantos artículos de poca calidad, así como reportajes mal hechos, que desde hace años llegan a la Florida y a todo el mundo gracias a la existencia de supuestas ``agencias'' que aquí en Miami los recogen y distribuyen.
¿Han ayudado a conocer mejor la realidad cubana? ¿Han sacado a la luz hechos importantes? ¿Se puede creer en lo que se afirma en muchos de ellos? En la mayoría de los casos, estas preguntas tienen una respuesta negativa.
Mientras en Miami hay demagogos y tergiversadores, que perciben ingresos substanciosos gracias a estos materiales --cuya veracidad de contenido no debe ser cuestionada, según el canon del anticastrismo imperante en esta ciudad--, sus autores en la isla reciben migajas, y eso sólo en el mejor de los casos.
Los dos aspectos anteriores son hasta cierto punto secundarios ante el derroche que representan viajes, congresos y reuniones de acólitos en los puntos más diversos del planeta, siempre y cuando se trate de una ciudad con buenos hoteles.
La clave aquí no es que varias organizaciones de Miami y Washington se dediquen a estas labores, sino que las lleven a cabo con el dinero de los contribuyentes norteamericanos. No es correcto que con fondos fiscales se financien programas que intentan producir un cambio de régimen en Cuba.
Tomado de Cambios en Cuba
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