Los Estados Unidos mantiene injustificadamente a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo. Indigna que la nación que más terroristas engendró cuestione a la que ha pagado el precio más alto en víctimas por oponerse a las agresiones y los crímenes de Washington
La inclusión de Cuba durante casi tres décadas en la ilegítima y arbitraria lista del Gobierno de Estados Unidos sobre supuestos «estados patrocinadores del terrorismo internacional», es como si cada año el poderoso imperio extendiera sus largas pezuñas peludas para hurgar y hacer sangrar una de las heridas más dolorosas del pueblo cubano: los miles de muertos y lesionados por los actos violentos que precisamente se han fraguado, organizado y financiado por agencias gubernamentales de ese país.
Víctima durante medio siglo —de forma puntual— de actos terroristas, agresiones y provocaciones de todo tipo, ningún país en la historia humana ha sido vejado de forma tan cruel, contumaz y prolongada. Embestida feroz en magnitud y daño; ataque perverso en engaños, negaciones, manipulaciones, justificaciones, protecciones, perdones...
Las penetraciones armadas, los ataques biológicos y otras variantes del actuar terrorista ejecutados en suelo cubano o contra sus misiones en el exterior por mercenarios reclutados y entrenados por los servicios de inteligencia de EE.UU. han dejado ya 3 478 muertos y 2 099 heridos.
Es como si dos veces las Torres Gemelas hubieran estado cayendo lenta y lastimosamente por cinco décadas. O como la tortura del Prometeo, que por la eternidad está condenado a que cada día el águila vuelva a comerle las entrañas.
Más de 5 500 víctimas. Es solo una cifra. El catálogo de la sangre. Porque es inmedible el daño de toda índole provocado a las miles de personas unidas a ellas por algún lazo de sangre o sentimiento. Y no termina ahí. Son millones los victimados. Ningún cubano ha salido ileso. Ni los que viven aquí ni los que han emigrado.
Todos hemos sido y somos daños directos o colaterales de una guerra no declarada —cada una de cuyas acciones han tenido su origen, invención o preparación en EE.UU.— que dura ya 51 años, y de un bloqueo económico, financiero y comercial que ya no es un acto terrorista, sino algo peor, la última escala de la maldad humana: el genocidio, según reafirma cada año la comunidad internacional al votar contra este en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Como fuentes de terrorismo, se ha estigmatizado en los últimos años —en especial desde el 11/9— a determinadas corrientes extremistas e integrismos religiosos que cada día se hacen más fuertes ante la inopia y la obcecación extrema de las propias potencias imperiales.
Sin embargo, no hay nada más ajeno a la cultura, la idiosincrasia y la identidad cubanas que la intolerancia o el fanatismo. Cuba ni fue, ni es, ni será así. Criaturas irreverentes, amantes de la vida por encima de cualquier cosa, luchadores acérrimos por la felicidad aunque la escasez material presida mucho de sus actos, solidarios por antonomasia, ni el golpe artero que mata ni el dolor que hiere y entristece le son propios al cubano.
Es cierto que algunos nacidos aquí están listados como terroristas extremos. Son los que han matado o contratado a los asesinos de sus compatriotas. Son los Osama Bin Laden de América. Solo que se trata de desarraigados, parias de países y culturas que, como aquel, fueron entrenados y aupados por las instituciones de espionaje de EE.UU., especializadas en la desnaturalización de las culturas y las identidades; almas máter de todos los extremismos.
No ha sido por carambola: por simplemente estar dentro —de forma injusta— de la «lista de estados patrocinadores del terrorismo internacional», que Cuba ha sido incluida entre los 14 países cuyos viajeros serán escrutados hasta en lo más íntimo al entrar a Estados Unidos. Y mucho menos que la decisión se haya divulgado a bombo y platillo por las transnacionales de la información.
¿Estará Washington retomando en versión reducida la tristemente célebre frase de Bush de los «sesenta o más rincones oscuros del mundo»? ¿Se convertirá el frustrado atentado a la nave de la Norhwest Airlines en una versión light de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 para permitir y obligar a la actual Administración a los enormes gastos y desafueros de sus presentes guerras y amenazas de apertura de nuevos frentes de batalla?
¿Y qué pinta Cuba en todo esto? Nada y todo. Lo de Cuba patrocinadora del terrorismo internacional no se lo cree nadie. Pero no es una broma de mal gusto. Las implicaciones de esta nueva maniobra buscan fortalecer la patente de corso del Gobierno de Estados Unidos, la ultraderecha norteamericana y continental y la contrarrevolución externa e interna para continuar con sus acciones subversivas.
No hay que ser paranoicos, pero tampoco ingenuos. La medida contra los viajeros procedentes de Cuba que lleguen a Estados Unidos, ha venido a ser como la piedra de toque, al entrar el año, de un grupo de acciones de la más diversa índole que están señalando el inicio de una nueva estrategia subversiva, que apelará a todos los frentes, y que ya no solo tiene como actores visibles —tras la salida por la puerta trasera de Bush— a grupos de presión y movimientos contrarrevolucionarios internos y externos, sino al nuevo Gobierno del país más poderoso del mundo.
Estigmatizar a los pasajeros que llegan a USA desde Cuba, no es un asunto de alertas de seguridad, de renovadas rutinas aduanales y migratorias. Es un nuevo ardid para satanizar al país ante la opinión pública internacional y en especial la norteamericana, cada día en más desacuerdo con las políticas de Washington hacia el archipiélago.
Los acontecimientos provocadores que se han concatenado en los últimos meses, antecedidos y acompañados por muy bien pensadas campañas de prensa, no dejan lugar a dudas. El enemigo —sí, lamentablemente, existe, y no solo en palabras— es real y no parará en cuitas. Está pulseando para iniciar una nueva y feroz arremetida. Entre sus principales cartas de triunfo están, en el parecer de ellos: una supuesta bancarrota económica del país —chorrean tintas para ilustrarla y es la base para los otros dos cálculos—, un agotamiento de la sociedad tras 20 años de resistencia, y un supuesto distanciamiento de las nuevas generaciones de algunos de los valores primigenios de la Revolución.
La vieja y arrugada gusanera anticubana, como añosa Penélope que teje y desteje, vuelve a hacer sus maletas. Y la reacción «americana» se afila los dientes. Solo que olvidan que la Revolución Cubana sigue siendo la posibilidad infinita. Y que hay imágenes que no se pueden olvidar. Dolores que lastiman, pero de los que se renace.
Autor: René Tamayo
Juventud Rebelde
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