Autor: Ernesto González
Kaosenlared
Siempre me ha resultado un misterio las razones que tenemos los «latinos» (término oscuro, en vano aglutinante), para escoger, en medio de una cultura tan compleja y vibrante, lo peor de ella, y conjugarlo de la peor forma posible con lo peor que traemos de nuestros países de origen.
Cristina nos recuerda, al final de sus programas más deleznables, que somos los televidentes quienes pedimos semejantes ostentaciones de mal gusto y chabacanería. La voz de Don Francisco vibra de ternura, rodeado de sus invitados lacrimosos, con historias de infidelidades y desamores que no sé por qué han de interesarle a nadie. Las telenovelas, a excepción de algunas brasileñas, repiten descaradamente fórmulas y personajes de cartón que provocan diarreas de aburrimiento. Y muchos programas de opinión se hartan de encomiar el ejercicio de la libertad de expresión a la vez que denigran, no presentan pruebas de lo que aseguran y se desbordan de tópicos y ataques personales cuando la respuesta no cae en el marco consensuado.
Las entrevistas por televisión al dúo Buena Fe y a David Calzado, director de La Charanga Habanera, aunque son un paso de avance indiscutible, no dejan de tener sus pinceladas patéticas. El de “A mano limpia”, que dadas sus obsesiones con Cuba parece vivir en otro planeta donde las mujeres sólo se dedican a manualidades artísticas y todos los niños nacen con IQ de científicos, le informa en tono condescendiente al estoico cantante de Buena Fe «que vamos a comerciales, porque en la televisión de aquí hay comerciales». Luego reafirma nuestra libertad de decir lo que nos da la gana (aunque eso no cambie los problemas de la gente simple que han perdido sus ahorros de toda una vida, por ejemplo, y no se pueda atravesar la raya de lo políticamente correcto). Entonces explica, condimentado con gran condescendencia, claro, como podemos entrar y salir de Estados Unidos sin tarjeta blanca (omitiendo lo que nos cuesta, al común de los mortales, ganarnos el dinero para garantizar esas salidas).
María Elvira por su parte, entre otros dislates, le echa en cara a David Calzado su faceta capitalista (exactamente lo mismo que ella dice desear para Cuba), y repite lo compasivos, benignos y tolerantes que nos hemos vuelto en el exilio, así de pronto. Su autocomplaciente patetismo le alcanza como para repetir varias veces: Y eso que te habían dicho que no vinieras a mi programa.
En el programa de Carlos Otero la gozadera cubana se impuso sobre el patetismo, con la música de La Charanga Habanera. Pero durante la entrevista a Buena Fe, por momentos la audiencia parecía reírse más a la orden dada por el coordinador del programa, que por los dudosos chistes de los personajes que supuestamente animan el diálogo con los artistas.
Lo más irritante, pienso, es asumir que los cubanos de la isla, por carecer en su mayoría de dispositivos tecnológicos, son una especie sobreviviente de cromagnones con sólo dos neuronas a su disposición: una para comer y otra para el sexo. ¿Y no seremos nosotros los desinformados? ¿No será que de tanto enviarnos fotos con nuestros perros, a través de Facebook y otras redes, mostrándonos los unos a los otros la buena vida que llevamos, de fiesta en fiesta y de viagra en cialis, estamos alcanzando un punto crítico de ignorancia que no nos permite ver la realidad como es? ¿No nos habrán pescado con esas redes? ¿No será la autocomplacencia una suerte de venda por la que se paga muy caro al final de la jornada?
En febrero de 1979 estuve entre los que pudo conseguir entrada para ver a Billy Joel en el Carlos Marx de La Habana. En aquellos años de tantas restricciones, los jóvenes estábamos al tanto de lo último que se cocinaba en música en los Estados Unidos, a través de la televisión que entraba ocasionalmente y sobre todo por las bandas am y fm de la radio. Hasta una emisora de Kansas escuchábamos por onda corta. Además, veíamos cine independiente americano y europeo, y nos pasábamos libros y revistas que no se publicaban en Cuba.
De una cultura musical, literaria, cinematográfica y artística tan rica bien podríamos haber aprendido más. ¿Por qué nos empeñamos en igualar la carencia de tecnología a la carencia de neuronas? ¿Por qué asumimos como un hecho incuestionable que en la Isla están ansiosos por disfrutar de esta libertad de expresión cromagnonesca, nutrida por lacrimosidades de mal gusto y broncas solariegas engalanadas con perfumes franceses y ropas de marca?
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Ernesto González, escritor cubano residente en Chicago, publica artículos en revistas locales y electrónicas, ha enseñado español en la East-West University y en la escuela Cultural Exchange. Fue asesor de la prueba nacional de español de Riverside Publishing. Sus novelas “Habana Soterrada”, “Memorias de una Bodega Habanera”, “Descargue cuando Acabe”, “Mariquita”, “Todas las ausencias” y ‘Bajo las Olas”, y su libro de misceláneas “Los riesgos del neófito”, están disponibles en amazon.com (EEUU) y lulu.com (Europa y Latinoamérica)
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