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lunes, 28 de diciembre de 2009

UN SER ALUCINADO, TRANSMISOR DE ASOMBRO Y SABIDURÍA



Por Silvio Rodríguez Domínguez


Lo primero que me nace decir de Teresita es que es una muy importante compositora. Tanto que, en el devenir de la canción cubana, ella viene a ser como un ave singular, pudiera decirse que única. Por otra parte, en el panorama de la canción para niños de Latinoamérica, Teresita completa un triángulo de Grandes Maestros, cuyos otros vértices son el mexicano Francisco Gabilondo Soler y la argentina María Elena Walsh. Nada poco para un artista de la canción.

En los años en que yo empezaba, sonaba por la radio una canción de Teresita que me gustaba mucho. Era una melodía fresca y abierta, con un aroma campesino que aprendí a tocar en la guitarra. Tiempo después la conocí a ella y empecé a visitarla en El coctel. Una noche le escuché cantar “Cuando el sol” y descubrí que mi amiga era la autora de lo que me gustaba tanto. Supongo que algo de aquel espíritu tiene que estar en lo que hice después. Pero hay otras cosas, no solo canciones, que contagian e influyen. Teresita siempre fue una trovadora con la que se podía hablar de poesía, de arte, de animales, de naturaleza, de humanidad. Y nunca ha dejado de ser una especie de ser alucinado, transmisor igualmente de asombro que de sabiduría. Conocerla temprano me reafirmó en la poesía como sostén fundamental de la canción.

“Maestra que canta”. Hasta en eso ella nos deja sin palabras porque ha sido capaz de autodefinirse mejor de como lo haría cualquier otro.

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