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miércoles, 10 de febrero de 2016

PADRE BAPTISTA: REQUIEM Y ALELUYA

Autor: Angel Lago Vieito

El siglo XIX fue un período definitorio para el imperio español de Ultramar. Tras la pérdida de sus posesiones coloniales en América, a causa de las guerras independentistas culminadas en la tercera década de la centuria, la metrópoli intentó retener a Cuba, y con ese fin aumentó el número de sus tropas en la Isla; decretó el régimen de las facultades omnímodas para el gobierno colonial, y además, en el ámbito eclesiástico, comenzó la sustitución del clero criollo por el peninsular.

Bayamo era uno de los pueblos cubanos que contaba con mayor número de templos, y en su caso específico se dio la circunstancia peculiar de que todos los clérigos, desde siglos atrás, eran siempre bayameses y miembros de las familias más distinguidas.

Se destacó el Padre Baptista como patriota y partidario de la independencia de Cuba, y muestra evidente de ello es su actuación desde antes del estallido de la guerra liberadora en 1868. Al respecto señalaba Maceo Verdecia:

Entre los varios hijos de Bayamo que habían abrazado la carrera eclesiástica, se encontraba el Padre Baptista, Vicario de la Arquidiócesis y uno de los más famosos oradores sagrados de la provincia. El espíritu abierto a las ideas reformistas que empezaban a vislumbrarse en aquella época; su generosidad para con los necesitados y la amabilidad de su carácter, hicieron que fuera el verdadero director espiritual de las familias bayamesas. A estas cualidades unía otra el Padre Baptista: su patriotismo. En esto era intransigente.

Al abundar sobre la posición patriótica del padre Baptista, el historiador bayamés precisaba: “Fue el verdadero precursor de los acontecimientos que debían surgir en el año 1868; es más: fue el padre de esos acontecimientos. La generación que debía animarlos, fue obra de sus manos. El hizo aquel espíritu; lo hizo y le dio vida,”

Un suceso acaecido en el mes de Abril del año 1864, puso de manifiesto el carácter íntegro del padre Baptista. Durante la procesión del Santo Entierro en la Semana Santa, reafirmó su derecho a organizar la procesión, y lo impuso ante las pretensiones del mariscal de campo don Luis de Monteblanch, quien de regreso con sus tropas de la frustrada empresa de Santo Domingo, se encontraba en la ciudad.

Otros episodios similares dan la medida de la osada y firme actitud patriótica del padre Baptista, entre ellos el hecho de haber permitido la primera interpretación instrumental de la marcha compuesta por Perucho Figueredo, a modo de Marsellesa, del movimiento conspirativo surgido en la ciudad, y que luego se convertiría en el Himno Nacional de Cuba.

El referido suceso tuvo lugar el 11 de Junio de 1868, apenas unos meses antes de la insurrección, después del Te Deum y también durante la procesión de la fiesta del Corpus Christi, en la Iglesia Parroquial Mayor y ante la presencia de las autoridades coloniales de la ciudad, entre ellos en propio teniente gobernador Julián Udaeta.

Pero sin dudas, el acontecimiento más trascendental de la vida patriótica del presbítero, fue la bendición de la bandera insurrecta de Carlos Manuel de Céspedes, efectuada también, en el mismo histórico escenario de la hoy Catedral bayamesa, el 8 de noviembre de 1868, días después de la toma de la ciudad por las fuerzas independentistas. En esa acción fue secundado por los sacerdotes Juan Luis Soleilac y Emiliano Izaguirre, perteneciente el último a la parroquia de Barranaca.

Cuando las tropas colonialistas recuperaron esta ciudad reducida en parte a cenizas el padre Baptista fue considerado infidente. Debido a su avanzada edad –tenía entonces 90 años- no fue castigado ni desterrado, sino que fue trasladado a Santiago de Cuba, donde murió de consunción, el 14 de febrero de 1876.

El longevo sacerdote criollo –vivió hasta los 98 años- a despecho de posiciones oficiales y del Patronato Regio ejercido sobre la Iglesia Católica, asumió valiente y dignamente su papel como hijo fiel de la tierra cubana.

Sirvan estas líneas –no es otro su propósito- como un tirón al manto del olvido, y de antecedente para un futuro y necesario trabajo, que indague y localice nuevas fuentes, y pueda ofrecer una imagen más acabada del religioso y patriota bayamés.

Queda entonces ese reto a los investigadores o interesados en general. Mientras, este es nuestro réquiem y a la vez nuestro aleluya.

Fuente: A propósito de Bayamo. Ediciones Simiente. Obispado Bayamo- Manzanillo (1999) p. 27 y 28.

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