La
Plaza de la Revolución de Bayamo es un sitio de trascendencia histórica, pero
al mismo tiempo poseedora de una belleza extraordinaria, rodeada por
importantes instituciones en el mismo centro de la ciudad.
Mucho
antes del amanecer, teniendo como fondo la estrepitosa canturía de las aves que
allí pernoctan, manos, de hombres y mujeres, se empeñan en dejar bien limpia la
plaza y lo hacen muy bien.
Esa
labor la desempeñan con el convencimiento de que entorno debe estar bello,
limpio, pues dos figuras como las de Carlos Manuel de Céspedes y Perucho
Figueredo, merecen tal empeño.
Quizás
sea difícil encontrar otra plaza en la que hayan nacido cubanos de tan
extraordinaria vigencia como el Padre de la Patria, el autor del Himno
Nacional, y el orquestador de ese canto que honramos en esta Isla.
Céspedes,
Figueredo y Manuel Muñoz Cedeño vieron la luz en las inmediaciones de esa
plaza, a la que iluminaron más con sus incorporaciones a la lucha por la
independencia nacional.
El
venerado sitio tiene otros atractivos como la sede de la Asamblea Municipal del
Poder Popular, la Casa de la Cultura 20 de Octubre, Café Literario y una
Cremería.
Además
un circulo infantil, cuatro restaurantes, la sede de la dirección de cine en
Granma, hotel, joven club de computación, la oficina principal de Correos de
Cuba, Palacio de Pioneros, ludoteca y una cafetería.
La
propia Plaza de la Revolución de Bayamo es lugar para la distracción y el
esparcimiento pues está dotada de largos bancos de granito, propicios para el
disfrute del arbolado que la envuelve y nos protege del sol.
No
son pocos los espectáculos culturales que allí se desarrollan, por ejemplo la
histórica Banda de Conciertos de Bayamo se presenta en su espacio habitual para
el desarrollo de su retreta.
Pero
es un lugar, además, con mucha seguridad para que los niños jueguen, corran,
den rienda suelta a sus emociones pues las condiciones están creadas en ese
sentido, claro, siempre bajo la mirada de los padres.
En
horas de la tarde manos hacendosas nos entregan una plaza limpia, reluciente,
cuando ya a esa hora vuelve a escucharse la estrepitosa canturía de las aves
canoras que regresan a su descanso habitual.
Probablemente,
entrada la noche, pueda escucharse el gemido de una guitarra, acompañado por
versos enamorados, reclamando espacio en el alma de alguna bayamesa.
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