Hay
personas bayamesas que con el tiempo llegaron a convertirse en personajes
debido al oficio que desempeñaban y que quedaron como tales en la memoria
popular.
Las
habido en muchos sectores de la vida de nuestro pueblo y aunque han pasado
tantos años, el pueblo las recuerda con cariño porque llenaron una parte de
nuestro tiempo.
Bayamo
tiene en su memoria a un individuo que llenaba un espacio importante en la
recreación de la ciudadanía, pues se dedicaba a la proyección de películas en
los cines.
La
ciudad tenía varios cines, entre ellos, Cesar, Iglesias y Elpidio Estrada,
ubicados por ese orden en las calles Martí, Pío Rosado y en la Plaza de la
Revolución de la Ciudad Monumento Nacional.
Los
domingos se ofrecían tandas los domingos en las tardes con películas
fundamentalmente del oeste norteamericano, las del Rey de la Jungla y otras de
carácter bélico.
Por
diez centavos podían disfrutarse de dos películas proyectadas por aquellos
enormes equipos, operados por personas preparadas de manera empírica pues en
aquellos tiempos no había las exigencias de hoy.
La
persona a la que nos referimos era un hombre extremadamente delgado, muy
simpático y que además de su labor en el cine tenía otras labores como la de
pintor de velocípedos y bicicletas,
En
esta tarea era muy bueno al punto que un velocípedo pasó por cuatro
generaciones de niños, pues lo pintaba dejándolo prácticamente nuevo para
beneplácito de los pequeños.
Era,
además, una persona muy respetuosa con los vecinos y siempre tenía el saludo
para todos en las mañanas, las tardes y las noches, como muestra de la
educación familiar recibida.
Cuando
trabajaba en la proyección de películas y alguno de aquellos enormes rollos se
partía era el momento para proferir cuanta palabra pudiera expresar una
protesta exigiendo el restablecimiento del filme.
En
ese momento el desorden tomaba todo el espacio del cine, instante en el que
algunos, aprovechando las circunstancias lanzaban para todos lados los despojos
de naranja que se vendían afuera de la instalación.
Todo
volvía a la normalidad cuando se veían de nuevo, las imágenes de Tarzán con la
mona Chita o los avances de una patrulla de soldados norteños, masacrando a los
aborígenes de esa nación.
Pero
en el momento de la proyección cuando las imágenes se distorsionaban, se
escuchaba un grito de manera unánime: ¡!SUELTA LA BOTELLA!!! ¡!!CUADRA
BAROCO!!!!
Ese
hombre que tanto nos hizo disfrutar de aquellas películas tenía un nombre que
nadie recordaba: Salvador Casales Luzúa y falleció en 1989 con casi 80 años
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