Bladimir Zamora Céspedes
El 20 de octubre de 1868, en el
fragor de la lucha por la independencia, los cubanos comenzaron a
conocer los versos del que devendría su Himno Nacional, también conocido
como “La Bayamesa”, pero son cuatro las melodías que llevan ese nombre y
esta es su historia.
Los testimonios que han llegado hasta
nuestros días, indican que la ciudad de Bayamo ha sido, desde sus
orígenes, tierra fértil para la canción. Así de natural, como decir una
lámpara, una escoba o un tambor para bordados, en la mayoría de los
hogares había una guitarra, siempre a la espera de la mano tentada, por
tañerla allí mismo en el salón o en el zaguán o para sacarla al paseo
sensual de las serenatas.
En ese
ambiente surgió la que se considera la primera canción cubana. Francisco
Castillo Moreno y su novia Luz Vásquez , se habían disgustado quizás
por una de esas grandes naderías que de momento se interponen entre los
enamorados. Pasados unos días, Pancho, como le decían sus íntimos,
quería arreglarse con su amada y al encontrarse con sus amigos Carlos
Manuel de Céspedes y José Fornaris, les pidió ayuda para componer una
canción capaz de conmover a Luz. Enseguida pusieron manos a la obra y ya
entrada la madrugada del 27 de marzo de 1851, guitarra en mano y
secundados por un violinista, cantaron aquella canción, a la que
pusieron por título “La bayamesa”.
Aunque la letra original de “La bayamesa”
de Céspedes, Fornaris y Castillo Moreno tiene un espíritu de naturaleza
patriótica, poco después del 10 de octubre de 1868 empezó a circular
entre los bayameses que estaban en la manigua redentora y también entre
los que volvieron a la ciudad arruinada por el fuego, otra bayamesa. Con
la música de aquella compuesta en 1851, aparecieron otros versos de
plena alusión independentista que hasta hoy se consideran anónimos, pero
que muchos atribuyeron en aquellos días de la Guerra Grande al poeta
José Joaquín Palma.
Mientras la pieza trovadoresca fue
corriendo de boca en boca en los pobladores de Bayamo y no tardó en ser
llevada, como hermosa prenda en la memoria, por quienes emprendían los
caminos de la Isla, hasta que alguien la tararease en un barco en el que
partía lejos; la dominación colonial española era cada vez más
insoportable y los criollos que ya se reconocían como cubanos se
dispusieron a organizar su lucha independentista. Bayamo fue pionera en
estos menesteres. Allí un puñado de hijos valiosos fundaron el primer
Comité Revolucionario Cubano. Entre ellos estaba el abogado Pedro
Figueredo, que era muy aficionado a la música y a la literatura. Ello le
permitió a inicios de 1868 componer una marcha, que luego fue orquesta
por el maestro Manuel Muñoz Cedeño, quien poseía la mejor orquesta de la
ciudad. Cuando estuvo lista, el maestro Muñoz la estrenó en público, en
la parroquia de San Salvador de Bayamo como parte de una fiesta
religiosa y en presencia del Gobernador, que mostró su extrañeza por
aquella composición, en nada semejante a la música sacra.
Tenía buen oído el Gobernador español de
la ciudad, porque Perucho Figueredo había compuesto la obra, para que
fuera el himno de guerra de los bayameses, que no tardarían en lanzarse a
la lucha armada. En los primeros meses la marcha, a la cual Figueredo
tituló La bayamesa seguramente por el referente de La marsellesa, no
tenía letra. Sin embargo al entrar a Bayamo las tropas de Céspedes el
20 de octubre de 1868, Perucho ofreció los versos del esta segunda
bayamesa. La leyenda dice que los improvisó motivado por los gritos
enardecidos, que en la alegría de sentirse libres del coloniaje hispano,
le gritaban: ¡ La letra, la letra…! Tal vez ya los traía al llegar a la
plaza. Lo cierto es que esta segunda bayamesa, en el curso de la guerra
de los Diez Años, fue reconocida como el himno de todos los cubanos.
Este que ahora nos estremece a todos y llamamos sencillamente el Himno
Nacional.
Llegó el siglo XX y Bayamo siguió siendo
zona de frecuentes canciones y de reuniones de trovadores. Y no sólo los
que habían nacido allí, sino otros importantes juglares venidos de
otras ciudades. Se destaca entre ellos el genial santiaguero Sindo
Garay. Que en la década del cuarenta del siglo pasado fue reconocido
como hijo adoptivo y cuyos restos mortales reposan en el cementerio de
Bayamo desde 1968, cumpliendo su voluntad.
Sindo se pasaba largas temporadas en
Bayamo, de fiesta en fiesta, de serenata en Serenata. Fue así que una
madrugada de 1918, mientras Garay estaba luchando con sus recuerdos en
el patio de la casa de Eleusipo Ramírez, situada en la calle Manuel del
Socorro, que le vinieron juntas la letra y la música de su composición
“Mujer bayamesa”. De esa manera aparecía la tercera bayamesa, o como
mucha gente le dice “La Bayamesa de Sindo”.
Desde finales de la segunda década del
siglo pasado hasta nuestros días, no hay dudas de que en Bayamo se han
escrito otras hermosas e importantes obras musicales, que podrían
también llamarse bayamesas. Nadie puede negar sin embargo que las tres
primeras bayamesas, compuestas ente 1851 y 1918, precisamente en un
período rotundo de afirmación de nuestra identidad nacional, son parte
entrañable del patrimonio de la nación cubana. (Tomado de La Jiribilla)
La Bayamesa de Céspedes, Fornaris y Castillo Moreno
(DEDICADA A LUZ VÁSQUEZ)
¿No te acuerdas gentil bayamesa,
Que tu fuiste mi sol refulgente
Y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor?
(DEDICADA A LUZ VÁSQUEZ)
¿No te acuerdas gentil bayamesa,
Que tu fuiste mi sol refulgente
Y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor?
¿No te acuerdas que en un tiempo dichoso
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Ven y asoma a tu reja sonriendo;
Ven y escucha amorosa mi canto;
Ven, no duermas acude a mi llanto;
Pon alivio a mi negro dolor.
Ven y escucha amorosa mi canto;
Ven, no duermas acude a mi llanto;
Pon alivio a mi negro dolor.
Recordando las glorias pasadas
Disipemos, mi bien, las tristezas;
Y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor.
Disipemos, mi bien, las tristezas;
Y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario