No había vidrio sano en las ventanas, salvo las que daban al patio con pretensiones de campo deportivo. Así lucía la escuela secundaria Luis Ramírez López en septiembre de 1970 cuando comencé allí como profesor: piedras descomunales lanzadas con furia abrían un hueco más grande donde ya había otro.
¡Veneno! ¡Veneno! ¡Veneno!
Voces estentóreas en los exteriores del centro, o acaso algún alumno agazapado en uno de los recovecos del sólido edificio, “le encendían el carnaval” al hombre atormentado a quien otros llamaban el Cabo Veneno, quizá aludiendo, según el imaginario popular, a su filiación y comportamiento como efectivo del Gobierno de Batista.
Una tarde leía yo muy entusiasmado, para mis alumnos, un fragmento de En el parapeto esas geniales crónicas de Pablo de la Torriente Brau sobre la Guerra Civil española, cuando lo que me pareció un aerolito tronó como un cañonazo; palidecí y fui a curiosear, pero al ver a mis pupilos con la tranquilidad de quien está acostumbrado a las balas y por las razones que me dieron: “Profe no se asome, Veneno es una ametralladora”, seguí la clase vigilando de reojo el agujero.
Esa persona vivía en un minúsculo apartamentico en un costado de la “Luis Ramírez” y por eso era tan certero en sus disparos; después fue internado en un centro de Salud; falleció posteriormente. Nunca supe su nombre.
Pero los alumnos de esa época, como dicen que uno se acostumbra “hasta a una picazón en los pies”, todavía, aún de tarde en tarde, añoran las pedradas del “Tóxico”.
Autor Luis Morales Blanco, periodista del periódico La Demajagua. http://www.lademajagua.co.cu/
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