Hoy es uno de esos días que me estremecen.
Tengo muy presentes los recuerdos de aquella jornada fatídica.
Entonces, como hoy, la indignación no deja de acompañarme.
Han pasado más de tres décadas y hay familias cubanas llorando la pérdida irreparable, terrible, de sus familiares.
No conocía entonces a aquellos cubanos, guyaneses y coreanos que el mar abrazó inesperadamente el seis de octubre de 1976, pero hoy los siento a todos como parte de mis seres queridos.
La tristeza no debe confundirse con debilidad, la tristeza que produjo en mi aquel horrendo crimen me fortaleció para seguir creyendo en lo que creo, en lo que he defendido y defenderé y que nadie, por poderoso que sea, logrará arrebatarme.
A veces pienso que algún día terminará esa obsesión de aterrorizar, de asesinar, que tienen ciertas personas, convertidas en criminales queriendo alcanzar a través de la violencia, sus fines políticos.
Creí que con la llegada a la Casa Blanca de un afro norteamericano, las cosas cambiarían y que mi pueblo podría dedicarse por entero a resolver sus problemas sin la presión de quienes han querido ahogarme entre las penurias y las limitaciones.
Nada ha cambiado. Si aquel día, hace 34 años, manos criminales segaron la vida de 73 personas en el Mar Caribe, esas mismas manos están preparando en este instante otros actos atroces, sin que haya justicia que les detenga en esos propósitos.
Cuando pienso en eso, la ira se incrementa, y es lógico que así sea, porque en el territorio del gobierno que desde hace medio siglo se esfuerza en estrangularme, viven tranquilamente los asesinos de esas 73 personas y de otras que han sido criminalmente despojadas del derecho a la vida.
Cómo es posible que ese hombre, negro, que generó expectativas contra la guerra, no ordene de inmediato la captura de esos y otros asesinos que constituyen un real peligro para la sociedad norteamericana?
Cómo puede convivir bajo el mismo cielo ese hombre, negro, que esgrimió como bandera la palabra CAMBIO, con esos terroristas confesos que no descansan buscando la manera de hacer mas daño a mi pueblo?
Como se explica que ese hombre, negro, que se entrega a su Dios todos los domingos, pueda dormir tranquilo en su mansión presidencial, sabiendo, como sabe, que está protegiendo a terroristas asentados en Miami?
Dónde está la vergüenza de ese hombre, negro, Premio Nobel de la Paz 2010, que no siente repulsión ante tales sujetos que han provocado en mi país mas de tres mil muertes de personas, de hermanos míos, cuyo único delito ha sido haber nacido en esta Isla Rebelde?.
No tienen perdón alguno los que provocaron el horrendo ataque terrorista del 11 de septiembre del dos mil uno, que arrancó salvajemente la vida de más de tres mil ciudadanos norteamericanos.
No tienen perdón alguno los que provocaron el horrendo ataque terrorista del seis de octubre de mil 976, que arrancó salvajemente la vida de setenta y tres personas de Cuba, Guyana y Corea del Norte.
Creo, asimismo, que tampoco tienen perdón, ni legal ni divino, los que protegen, alimentan, custodian, amamantan a Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, autores intelectuales de la masacre de Barbados, quien bajo la bandera norteamericana, gozan de total libertad para seguir cometiendo crímenes.
Precisamente hoy ese Gobierno, “”paladín de los derechos humanos”’ e ‘’investido” con la autoridad que nadie le ha dado para certificar qué países luchan contra el terrorismo o no, ha vuelto a colocar a mi país en esa lista que jamás podrán imponer a la dignidad de mis conciudadanos.
Tiene que haber una gran dosis de desvergüenza en ese gobierno, capaz de encarcelar y sancionar con penas insultantes a cinco hijos de mi tierra que estaban haciendo en Miami lo que las autoridades norteamericanas nunca hicieron: vigilar y controlar a los verdaderos terroristas.
Esos hermanos míos, cubanos, guyaneses y coreanos son hoy un monumento condenatorio para el gobierno de Estados Unidos, que al mismo tiempo que ‘’certifica” a otros, sostiene el amparo y la impunidad para los terroristas que han causado tanto daño a mi pueblo cubano.
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