Faltan pocos días para concluir este 2009. Un año postolímpico en que el movimiento deportivo cubano —sin obviar cuánto debe hacer para renovarse y recuperar terreno— ha ponderado lo nacional como divisa de su desarrollo.
Han sido 12 meses para reflexionar sobre el deporte en la base, en las escuelas, en la comunidad, en la montaña, arterias esenciales de cara al futuro inmediato, a pesar de las dificultades económicas y los obstáculos que otros, desde afuera, pretenden imponernos.
Siempre que finaliza un año de labor salen a relucir los análisis de lo realizado y surgen ideas para enfrentar la próxima temporada, a partir de la cual se sumarán al diario quehacer eventos como los Juegos Centroamericanos y del Caribe, los Panamericanos y los Olímpicos, entre otros. Traerán su carga de satisfacciones convertidas en medallas y también, por qué no, los reveses de donde extraer experiencias.
Durante esta media centuria los cubanos han bregado con ahínco y, quizá como en ningún otro país en el mundo, nuestro movimiento deportivo le pone el pecho a las injurias. Acá sabemos hacia dónde nos quieren llevar quienes menosprecian las victorias de esta pequeña isla, y también tenemos claro cómo dan continuidad a ese infame empeño por desgajarnos, con una campaña orquestada y apoyada por sus medios de prensa.
En cualquier parte del planeta —atenazado por el profesionalismo y la comercialización— un atleta emigra de una nación pobre hacia otra desarrollada en busca de una mejoría económica y en busca también de un patrocinador que lo mantenga a flote para competir. Lo que no acontece en cualquier parte del planeta es que una pequeña nación sea asediada para robarle a sus atletas e intentar echar por tierra un modelo de deporte que ha sentado pautas y ha demostrado su capacidad de propiciar, en primer término, una vida saludable a su población, amén de las medallas.
Eso molesta a los detractores, despierta su cólera propia de la impotencia. Por tal de conseguir sus propósitos, insisten y acuden a las más despreciables prácticas para socavar la moral de quienes acá están conscientes de qué representan para su pueblo.
La constante persecución de nuestros deportistas por el mundo para que abandonen su Patria la calzan con una campaña nada casual, mucho menos improvisada: la reiterada publicación de fotos y noticias en la portada de El Nuevo Herald sobre cubanos que desertan, notas centradas en el individualismo, enfiladas a crear un desmedido afán por el dinero como única forma de alcanzar celebridad.
¿Acaso publica algo el Herald de los escamoteados —no solo a Cuba— que fracasan y quedan olvidados tras saltar a Estados Unidos mareados por el olor de una fama efímera? De ellos no se habla, y son los más.
No han podido acallar el prestigio y la consideración ganados por el solidario movimiento deportivo cubano, que aporta su experiencia y colaboradores a gran cantidad de naciones, especialmente de Nuestra América. Cada día crecen los países que como Venezuela asumen papeles destacados en certámenes de la región, donde años atrás apenas eran meros acompañantes, sin hombres y mujeres capaces de empinarse sobre un podio de premiaciones.
Esos triunfos causan escozor a los renegados, que continuarán cerrando el cerco sobre los nuestros, lo harán con otros disfraces, otras artimañas, desembozadamente, sin respeto a la dignidad del hombre, porque para ellos esa condición no cuenta.
Acá, deben saber, no estamos cruzados de brazos.
Autor: Alfonso Nacianceno del periódico Granma
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