La Tierra del Fuego se ha estremecido, los glaciales, ya dañados por el cambio climático esparcieron escarcha desde sus vientres, mientras bandadas de aves de diferentes colores se enlutaban con la noticia.
Los argentinos, hermanos más cercanos de esa voz que nos queda en la memoria, lloran justificadamente su partida, pero no solo allí se manifiestan las expresiones de dolor. Toda Latinoamérica, Nuestra América hace un alto en las urgencias cotidianas y le dedica un minuto a la gran mujer que “”Gracias a la Vida””, pudimos escuchar desde las entrañas de Los Andes.
Yo la conocí un día de un año que no recuerdo en el vestíbulo del Hotel Habana Libre, adonde me había llevado un gran amigo de ella: Lázaro Gómez.
Pequeña, diminuta, con una voz casi imperceptible me dijo: “”encantada de conocerte””.
Mercedes estaba por ese tiempo en La Habana para participar en una gran exposición de artes plásticas que tuvo como escenario las proximidades del antiguo Palacio Presidencial, donde cantó como lo que siempre fue: una diva de las causas justas.
Su hermoso rostro recordaba a los ancestros nuestros de esta América Latina, a la que entregó su canto como la más hermosa expresión de amor y de respeto a los pueblos que la integran.
Afloran ahora imágenes de sus presentaciones en todas partes del mundo. Se recuerda su incansable peregrinar por los escenarios cantando con desgarramiento los dolores y las alegrías de todos los que en este continente hemos tenido la fortuna de nacer.
La Negra, como se le conocía, deja un legado para las nuevas generaciones de cantores. Estuvo siempre atenta para la colaboración con los pinos nuevos, a los que ayudó de manera desinteresada. Ahora ellos seguirán su ruta.
Es imposible resumir en pocas líneas la extraordinaria importancia de Mercedes Sosa. Su permanente apego a las tradiciones más auténticas le han ganado un espacio en la memoria de los pueblos de Latinoamérica, que hoy, ante su deceso, da las Gracias a la Vida por haberla conocido.
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