Miguel tenía duros los dedos de las manos. No era un herrero ni manejaba un arado. Tampoco trabajaba en la construcción ni hacía piezas en un torno.
Pero la verdad es que tenía siempre los dedos muy tensos y es que su trabajo consistía en producir sonidos, era un músico de una calidad humana extraordinaria.
Ya se ha dicho que no era tornero, pero tuvo la capacidad y la ternura de tejer amistades que hoy lo recuerdan con cariño porque para eso vivió la vida, para compartirla, para soñarla a su manera, pero siempre desde el podio de la honestidad.
Dicen que los percusionistas no hablan, solo emiten sus momentos de regocijo a través de las tumbadoras, a través de los sonidos que surgen de los cueros antes calentados para luego calentar las almas que vibrarán con esos toques ancestrales que parecen nacer desde el centro de la tierra.
Este amigo llevó sus ritmos a numerosos orquestas y conjuntos, y paseó su música por innumerables poblaciones cubanas, pero donde se sentía el rey de la tumba era en Bayamo, porque aquí se asentaba toda la prole que tuvo como familia y que hoy mantiene desde sus duros dedos la lozanía de sus interpretaciones.
Cuántos amigos dejó Miguel entre nosotros? Cuántas personas lo recuerdan por su innegable caballerosidad? Habrá partido realmente Miguel dejándonos en total desamparo por el silencio de sus tumbadoras?
José Martí nos ha dicho: ¨¨...La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida¨¨. Entonces no es cierto que Miguel nos dejara en aquel año tempestuoso porque su obra no tiene cabida en un ataúd, porque en fin, la música no puede atraparse debajo de la tierra.
Esas son razones que nos impulsan para creer que sigue aquí, en medio de las turbulencias de un mundo tan mal repartido, pero con la satisfacción de que él sigue tocando las tumbadoras con las manos de su hijo, quien con la habilidad y la maestría de su padre impide que el tiempo apague aquel sonido ancestral que lleva el nombre de Miguel Angulo
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