De retorno a Bayamo de una inolvidable estancia en Baracoa, la hermosa Ciudad Primada de Cuba, el compañero de viaje me propuso entrar a Playitas de Cajobabo, un minúsculo punto de la geografía guantanamera, que entraría en mi historia personal de manera definitiva.
Resulta que en una humildísima vivienda habitaba un hombre que para mi hubiera resultado muy común, a no ser por la historia que allí me contó, con voz muy queda y casi carente de visión Salustiano Leyva.
Yo que desconocía su vinculación con la lucha por nuestra independentista del yugo español, quedé asombrado ante la magnitud de la noticia y a partir de ese instante, comprendí la razón por la cual mi amigo, sabedor de mi interés por la historia, me había llevado hasta ese sitio.
Salustiano estaba sentado en un balance, con su sombrero de yarey, las manos con sus largos dedos, casi ni se movían, parecían que estaban pegadas a los huesos.
Y así, sin sobresaltos, dijo que había conocido a José Martí y a Máximo Gómez el 11 de abril de 1895. Era un niño pero guardó bien en su memoria las imágenes de los dos próceres, quienes arribaron en un pequeño bote a la playa contigua para comenzar la “”guerra necesaria””.
Salustiano desgranó los recuerdos de aquel encuentro. Caracterizó a Martí como un hombre de mediana estatura y a Gómez, con una estatura superior. Ambos brillarían para siempre en el panorama libertario cubano.
Aquel anciano se sentía feliz al poder contar esa historia que lo eterniza junto a las figuras de tan grandes hombres, pero su contacto con esa historia no terminaría con aquel encuentro.
Ochenta y un años después se produciría otro acontecimiento en su vida que lo marcaría también como parte de esa misma historia: En 1976 recibirá la visita de Fidel, con quien sostuvo una animada charla.
Le habló al Lider de la Revolución sobre José Martí y Máximo Gómez, ya casi no veía y solo después pudo descubrir que quien le preguntaba una y otra vez, era el propio Fidel.
Salustiano falleció el 17 de septiembre de 1981. Partió de este mundo llevándose el calor de las manos de José Martí, Máximo Gómez y Fidel Castro.
Yo tengo la dicha de guardar también el calor de las manos de Salustiano Leyva, ese campesino de Playitas de Cajobabo que vivió en dos siglos y pudo conocer a tres hombres de reconocido prestigio universal.
A mi amigo, Aris Cuza Rueda, quien me llevó hasta ese sitio sagrado de la Patria, según palabras de Eusebio Leal, le agradezco su interés para que yo conociera a Salustiano Leyva.
Resulta que en una humildísima vivienda habitaba un hombre que para mi hubiera resultado muy común, a no ser por la historia que allí me contó, con voz muy queda y casi carente de visión Salustiano Leyva.
Yo que desconocía su vinculación con la lucha por nuestra independentista del yugo español, quedé asombrado ante la magnitud de la noticia y a partir de ese instante, comprendí la razón por la cual mi amigo, sabedor de mi interés por la historia, me había llevado hasta ese sitio.
Salustiano estaba sentado en un balance, con su sombrero de yarey, las manos con sus largos dedos, casi ni se movían, parecían que estaban pegadas a los huesos.
Y así, sin sobresaltos, dijo que había conocido a José Martí y a Máximo Gómez el 11 de abril de 1895. Era un niño pero guardó bien en su memoria las imágenes de los dos próceres, quienes arribaron en un pequeño bote a la playa contigua para comenzar la “”guerra necesaria””.
Salustiano desgranó los recuerdos de aquel encuentro. Caracterizó a Martí como un hombre de mediana estatura y a Gómez, con una estatura superior. Ambos brillarían para siempre en el panorama libertario cubano.
Aquel anciano se sentía feliz al poder contar esa historia que lo eterniza junto a las figuras de tan grandes hombres, pero su contacto con esa historia no terminaría con aquel encuentro.
Ochenta y un años después se produciría otro acontecimiento en su vida que lo marcaría también como parte de esa misma historia: En 1976 recibirá la visita de Fidel, con quien sostuvo una animada charla.
Le habló al Lider de la Revolución sobre José Martí y Máximo Gómez, ya casi no veía y solo después pudo descubrir que quien le preguntaba una y otra vez, era el propio Fidel.
Salustiano falleció el 17 de septiembre de 1981. Partió de este mundo llevándose el calor de las manos de José Martí, Máximo Gómez y Fidel Castro.
Yo tengo la dicha de guardar también el calor de las manos de Salustiano Leyva, ese campesino de Playitas de Cajobabo que vivió en dos siglos y pudo conocer a tres hombres de reconocido prestigio universal.
A mi amigo, Aris Cuza Rueda, quien me llevó hasta ese sitio sagrado de la Patria, según palabras de Eusebio Leal, le agradezco su interés para que yo conociera a Salustiano Leyva.
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