El
sonido de las guitarras se ha adueñado de Bayamo desde tiempos inmemoriales, no
podemos olvidar aquella serenata dedicada a Luz Vázquez y Moreno en la noche
del 27 de marzo de 1851.
Nacía
entonces ese canto al amor que hasta nuestros días se llama y se llamará por
siempre La Bayamesa, canción primigenia de los temas de amor en nuestra Isla.
Aún
en noches de cualquier día de la semana, en alguno de los parques de la ciudad,
se escucha ese rasgar de las cuerdas que emite ese sonido maravilloso que
enternece a las más duras almas que puedan existir.
Y es
que ante la posibilidad de disfrutar de los sonidos de la guitarra, es casi
imposible sustraerse a ese embrujo que cautiva y si viene acompañado de una
letra preciosa entonces el goce es superior.
Eso
ha pasado en esta ciudad de juglares, los que desde el anonimato o la actuación
pública, llenan de vida esos momentos hermosos cuando la guitarra se convierte
en la estrella del amor.
Aquí
se le sigue cantando a lo más bello de la vida,
a esos detalles aparentemente insignificantes, pero que forman parte de
la cotidianidad de los bayameses que llevan la música arraigada en sus
sentimientos.
Esto
lo confirma esa pléyade de muchachos que guitarra en mano arman sus versos
cargados de metáforas que indican la permanencia de esa manera de pintar las
noches con sus canciones.
Bayamo
sigue siendo la ciudad en la que se recuerda a ese bardo, a veces demasiado
olvidado que sigue siendo Pimpo La O, que legó uno de sus temas más hermosos al
terruño que lo vio nacer.
Pimpo
recorrió las calles con su inseparable guitarra y una humildad extrema, propia
de los seres humanos que llevan lo mejor de sí en el corazón, por eso le cantó
a Bayamo durante tantos años.
La O
anduvo muchas veces acompañado por Sindo
Garay ese horcón de cubanía, dueño de una extensa hoja de páginas musicales que
el tiempo no ha podido borrar por la autenticidad que expresan.
Su
canción Mujer Bayamesa, es una muestra del impacto que recibió al compartir en
esta ciudad de la compañía de excelsas féminas que se vio obligado,
tiernamente, a reflejar en esa composición.
Sindo
Garay y Pimpo La O, se mantienen vivos no solo en el recuerdo que dejaron entre
quienes los conocieron y disfrutaron de sus musas, sino en el alma de una
ciudad que los tiene como pródigos hijos.
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