Si el manantial es hermoso, también la mujer y la poesía.
Como el agua que sale de los poros de la tierra, asi van los versos que peldaño a peldaño paren los poemas que son la expresión más acabada de la sensibilidad humana.
Pero cuando ese verso, ese peldaño, esa poesía surge de la fibra intima de una mujer, entonces estamos ante un acontecimiento sin igual y necesario, como el agua de ese manantial.
Hablar de una de ellas en una fecha como el 8 de marzo siempre estimula el pensamiento porque decir mujer es decir belleza, fuerza, valentía, atrevimiento y lozanía.
Y es que ante la monumental figura de una mujer, las palabras se esconden, hay titubeos mentales, zonas del habla que escapan, otras que salen a regañadientes sin ton ni son.
Eso sucede cuando la estatura de la mujer rebasa los límites de la cordura, no esa estatura que puede medirse, sino de esa que se sostiene por la honestidad, el amor, la lealtad y la belleza.
Podrían citarse ahora decenas, centenas, miles de nombres de mujeres que han dejado en su camino por la vida ejemplos que imitar, hechos que repetir, ilusiones que imaginar.
Porque la mujer es verso, es aquella poesía, es aquel manantial de agua cristalina que riega los helechos y las mariposas de la montaña, la que se abraza con el rocío para pintar el amanecer.
El 8 de marzo es una fiesta para las mujeres allí donde han alcanzado la emancipación plena, la posibilidad de disfrutar de la libertad que ofrece un sistema social que las respeta.
Es día de fiesta, de flores, de besos y de expresión de cariño, sustentado en el amor a lo bello, al apego a la luz de sol que en este país comenzó a iluminarlas para siempre.
Faltan las palabras, se escurren como el agua entre las manos, se escapan, corren ante la inmensidad de ellas, mujeres dueñas de su pueblo, de su destino.
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