POR Miguel Cabrera* (especial para Granma)
Corría el año 1985 cuando oí hablar por primera vez y en forma muy alarmada, al claustro de profesores de la Escuela Provincial de Ballet de La Habana sobre un estudiante de ese centro, poseedor de excepcionales condiciones para el baile, pero también de un carácter muy difícil e indisciplinado, paradoja que finalmente lo llevó casi a la expulsión de ese centro docente, y escribo "casi", porque gracias a sabias y visionarias profesoras y a la férrea voluntad de su padre, el humilde camionero Pedro Acosta, se logró su traslado a la Escuela Vocacional de Arte de Pinar del Río, donde pudo concluir los estudios del nivel elemental de la especialidad.
Carlos
Acosta mereció la distinción de Comendador de la Excelentísima Orden
del Imperio Británico.
Entre 1988 y 1991, bajo la guía de Ramona de Sáa, ilustre pedagoga y directora de la Escuela Nacional de Ballet, el rebelde estudiante fue dejando atrás los lastres del difícil entorno familiar y social en que había crecido, para convertirse en un apasionado de su arte, reconocido ya con importantes galardones internacionales como el Grand Prix de Lausana, el Grand Prix de la Bienal de Danza de París, el Premio Chopin de la Corporación Artística Polaca y los Premios Vignale Danza y Leonide Massine, en Positano, Italia, país donde había continuado sus estudios de nivel medio, con la profesora de Sáa, dentro de la máxima exigencia académica de la Escuela Cubana de Ballet y realizado sus primeras actuaciones como artista invitado del Teatro Nuevo de Turín.
De regreso a La Habana debió vencer los exámenes finales para lograr su graduación, lo que tuvo lugar en el verano de 1991. Lo recuerdo en la mañana de ese día, vestido con una camisa azul, sudorosa por la tensión nerviosa, rodeado del cariño, la admiración y la ayuda del resto de sus compañeros de curso. Hacía mucho tiempo que no le veía y fue un orgullo para mí no solo presidir el Tribunal que lo valoraría en aquel examen teórico sobre la Historia de la Danza, sino dedicarle, por la condición de Graduado más Eminente que obtuvo, la conferencia que impartí entonces para estudiantes y profesores. Con la modestia que siempre lo ha caracterizado, agradeció mis palabras, en las que le auguraba lo que todos intuíamos: que tendría una carrera profesional luminosa.
Luego de actuaciones en Gran Bretaña con el English National Ballet y restablecido de una grave lastimadura, en 1993 pasó a integrar el elenco del Ballet Nacional de Cuba, con el que actuó en La Habana y Madrid y, de manera simultánea, con el Ballet de Houston, en los Estados Unidos.
En 1994, ya con el estatus de Primer Bailarín, se reincorpora a nuestra principal compañía danzaria y con ella realiza nuevas actuaciones en España, donde interpretó un vasto repertorio que dio la medida de su gran talento y del desarrollo artístico que ya había alcanzado. Una sucesión de éxitos clamorosos en Houston y en actuaciones en diferentes partes del mundo avalaron su meteórica carrera, hasta 1998 en que ingresa en el Real Ballet de Londres, donde desde entonces ostenta la más alta categoría artística, la de Principal Artista Invitado.
Dueño de un versátil repertorio, que abarca desde la tradición romántico-clásica del siglo XlX, hasta la más audaz contemporaneidad coreográfica, ha sido aclamado en las más prestigiosas compañías, galas y festivales de danza a nivel mundial, entre ellos el Ballet del Teatro Marinsky, de San Petersburgo; el American Ballet Theatre de Nueva York, el Ballet de Stuttgart, en Alemania; los Festivales de Japón y la República Popular China o el Ballet Estable del Teatro
Colón de Buenos Aires.
Con el Ballet Bolshoi de Moscú alcanzó clamoroso triunfo en el ballet Espartaco, de Yuri Grigorovitch, el que también protagonizó durante las actuaciones de la compañía moscovita en el Covent Garden de Londres y en la Ópera de París, donde en el 2004 había interpretado brillantemente el Don Quijote, coreografiado por Rudolf Nureyev.
Aunque ha cosechado éxitos rotundos en las cuatro esquinas del planeta, ha sido Londres la plaza que lo ha consagrado, al entregarle lo más valioso del repertorio de su compañía insigne, dejar registrado su arte en soportes fílmicos y digitales y reconocerle con distinciones del más alto fuste, entre ellas el Doctorado Honoris Causa de su Universidad Metropolitana y los Premios del Círculo de la Crítica londinense (2004 y 2007) y el Premio Laurence Olivier, en el 2007.
Sin embargo, ese cosmopolitismo no ha alejado a Carlos Acosta de su Patria. Prueba de ello son sus vínculos con el Ballet Nacional de Cuba y los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana, la creación en el 2004 del espectáculo Tocororo, de evidente espíritu autobiográfico, presentado en La Habana y en varias ciudades de Europa y Asia, donde no vaciló en combinar lo académico con una rumba columbia y nuestros bailes populares; asociarse a notables músicos, pintores y escritores cubanos; traer a Cuba al Real Ballet o realizar una hermosa gira para compartir su arte con sus compatriotas en Pinar del Río, La Habana, Cienfuegos, Camagüey y Santiago de Cuba, en el escaso tiempo libre de que dispone.
Hace pocos días Carlos, también poseedor del Premio Benois de la Danza, que le fuera otorgado en Moscú, acaparó la atención mundial al darse a conocer que la Casa Real Británica lo había condecorado con una de sus más altas distinciones: la de Comendador de la Excelentísima Orden del Imperio Británico, creada el 4 de junio de 1917 por el rey Jorge V para enaltecer, fundamentalmente, a figuras ilustres en el campo de las artes, las letras, la ciencia y el deporte.
En Carlos se reconocen sus más de tres lustros de entrega artística en ese país, que incluye tanto su obra como intérprete, actor cinematográfico, autor literario (por su autobiografía No Way Home y su novela Pata de puerco, de reciente publicación) y también como coreógrafo por su novedosa versión de Don Quijote, creada especialmente para el repertorio del Real Ballet.
He tenido el privilegio de tenerlo muy cercano en los momentos que ha recibido los reconocimientos que más tocan su sensibilidad humana y artística: el Carnet de Miembro de Mérito de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Premio Nacional de Danza, que le fuera concedido en el 2011 por nuestro Ministerio de Cultura.
Estoy seguro que al recibir ahora tan merecido y altisonante galardón, Carlos no vaciló en repetir lo que siempre le he oído decir ante cada lauro obtenido y que es el sentimiento que guía su brújula ética. "Eso no me pertenece a mi, sino a Papito, Pedro, que me puso en el camino correcto, a la barriada de Los Pinos, donde crecí y aprendí muchas cosas, malas y buenas, a la Escuela Cubana de Ballet, de la cual soy parte y a Cuba, que me dio mis raíces."
*Historiador del Ballet Nacional de Cuba (BNC)
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