¨¨Sé bendito, hombre de
mármol¨¨. Es Carlos Manuel de Céspedes según la pupila insomne de José Martí,
quien con la ternura de los grandes se refiere al Padre de la Patria.
Se trata de la luz que
iluminó las conciencias cubanas de entonces, dando el primer aldabonazo cuyo
eco llega hasta nuestros días, ya con la patria libre de amos coloniales.
Cuba lo recuerda con el amor
que merece porque no permitió al enemigo ultrajarlo en vida y por eso
desenfundó su arma en acto ejemplar, para defender su dignidad de patriota.
En aquel paraje se refugió
el gran cubano, modesto pero viril, victima de las contradicciones de entonces,
despojado de sus atributos, pero jamás de su apego a la independencia nacional.
San Lorenzo en plena Sierra
Maestra sirvió de abrigo al fundador de la Nación Cubana, al que habían
dejado solo sus adversarios, pero acompañado de nobles campesinos.
Le ofrecieron la vida de su
hijo a cambio de abandonar la beligerancia contra la metrópolis y su actitud de
entonces nos permitió llamarnos cubanos para siempre.
Si él hubiera aceptado la
proposición, nuestra Isla aún estuviera colonizada. Hubiésemos sido moneda de
cambio entre el antiguo y el actual imperio.
Céspedes es el Padre de
todos los cubanos, y ese atributo lo ganó porque solo un hombre como él, de
estatura de héroe y de pensamiento claro, puede ser calificado como tal.
Todavía de Céspedes hay que
investigar más, estudiarlo más, difundir mas su maravilloso andar por la vida
de esta tierra que jamás renunciará a los principios que nos inculcó.
Recordamos hoy su muerte en
combate. Lo hacemos conscientes de su influencia eterna en el devenir histórico
de la patria, que como él quiso es un brazo de amor para otros pueblos.
Lo tenemos presente como
símbolo de la gallardía de los cubanos y con José Martí le decimos: ¨¨Sé
bendito, hombre de mármol¨¨.
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