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domingo, 24 de julio de 2011

LOS C UBANOAMERICANOS Y LA UNIÓN DE LA NACIÓN CUBANA

Con todos y para el bien de todos”, fue la “fórmula del amor triunfante” propuesta por José Martí, para regir la nación cubana. Sin embargo, dicho así, fuera de su contexto, puede servir igual como plegaria caritativa o consigna anarquista. En realidad, fue una arenga para alcanzar la unidad que requería la guerra por la independencia de España y evitar con ello “que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”, dijo el maestro, definiendo de esta manera la naturaleza de la nación cubana y su principal obstáculo hasta nuestro días.
La emigración, por sí misma, no es un hecho antinacional. Durante buena parte de su vida, el propio José Martí fue un emigrado y esas palabras las dijo en Tampa, a los tabaqueros cubanos también emigrados. Tampoco es necesariamente mala para la nación cubana, sobre todo ahora, en que existe un evidente desbalance entre el desarrollo humano alcanzado en Cuba y el mercado laboral que debe emplearlo, convirtiendo a la emigración en parte de la solución a este problema, si se desarrolla en normalidad y se eliminan las barreras que hoy día dificultad las relaciones de los emigrados con su país de origen. La emigración, particularmente hacia Estados Unidos, adquirió esa connotación negativa en Cuba, en la medida en que fue percibida como instrumento de la política norteamericana y las mismas fuerzas que sostuvieron al régimen neocolonial asumieron el control de la comunidad de inmigrantes cubanos, determinando sus expresiones políticas, francamente supeditas a los intereses de los “imperialistas de allá”, como lo definió el mismo José Martí. Es cierto que tal generalización, aunque válida para analizar ciertos fenómenos, ya es generalmente obsoleta, porque pasa por alto innumerables diferencias y matices, incluso las causas endógenas que han generado esta emigración, especialmente cuando se habla de los nuevos migrantes. Tampoco tiene en cuenta las transformaciones sufridas por la comunidad de inmigrantes cubanos en Estados Unidos, a lo largo de medio siglo. La más importante de las cuales es su integración a la sociedad estadounidense, en calidad de cubanoamericanos, o lo que es lo mismo, norteamericanos de origen cubano. Diversos estudios revelan que la mayoría de los inmigrantes cubanos y sus descendientes se identifican con esta categorización, incluso personas que han arribado recientemente a Estados Unidos, lo que indica que el término también es bastante reconocido en Cuba y no está referido solo a los que poseen la ciudadanía norteamericana, sino a toda la población de origen cubano, sin importar el lugar de nacimiento o el estatus legal que tengan. Ello no resulta nada extraño en una sociedad multiétnica y multinacional como Estados Unidos. Más bien, es similar al proceso por el que han transitado todos los inmigrantes que han arribado a ese país, aunque, a escala individual, este proceso se expresa de formas muy diversas. Tampoco tiene connotaciones políticas en sí misma, toda vez que ser norteamericano no implica ser anticubano. Respecto a la historia nacional, lo más relevante de la formación del cubanoamericano es que determina la existencia de un grupo étnico norteamericano, donde la cultura cubana se expresa en una identidad nacional distinta a la cubana. Ello nos junta y también nos distingue. Nos junta, porque compartimos esta cultura común. El hecho de reconocer la singularidad del cubanoamericano, no quiere decir que con ello se enajene su condición cultural cubana, en tal sentido, los cubanoamericanos tienen derecho a sentirse tan cubanos como cualquiera. La diferencia está en lo político, y no me refiero al pensamiento político en uno u otro caso, sino porque en términos concretos, muchas veces al margen de la voluntad de las personas, refleja una filiación nacional distinta y, por tanto, son distintos los derechos y deberes nacionales. Es verdad que la dicotomía ciudadana existe en otras naciones y han optado por aceptar la doble nacionalidad, equiparando los derechos de los emigrados con los de los habitantes del país. Pero ello resulta muy difícil en el contexto originado por el conflicto entre Cuba y Estados Unidos y su impacto en las relaciones con la emigración. La unión de la nación cubana, concebida como la construcción de una comunión de intereses entre Cuba y los cubanoamericanos, pasa, por tanto, por tener en cuenta estas condicionantes históricas y avanzar en el sentido que permitan las circunstancias. En la medida en que cuajen estos intereses comunes, ajenos a las injerencias externas que han determinado las posiciones políticas predominantes en la emigración hacia Cuba y pierdan vigencia posiciones extremistas en ambas partes, son muchas las cosas que pudieran avanzar en la conciliación y la creación de consensos entre Cuba y los cubanoamericanos. Para Cuba sería un proceso bienvenido, tanto por su impacto en la seguridad nacional, como por la necesidad evidente de actualizar su política migratoria, a tono con su realidad interna y las exigencias de su política exterior. Pudiendo aprovechar, de esta manera, el potencial político y económico, así como los valiosos aportes a la cultura nacional, que pueden ofrecer los cubanoamericanos. Y para los cubanoamericanos, el contacto con su patria de origen no solo reviste importancia sentimental o está limitada al ámbito de las relaciones filiales, incluso a intereses económicos, sino que constituye una necesidad para alimentar la propia identidad cubanoamericana, a través de la cual se identifica con el resto de la sociedad norteamericana. En la medida que avance este proceso, será posible que los cubanoamericanos puedan participar de muchas maneras en la vida nacional cubana e, incluso, que le sean reconocidos derechos en aquellos aspectos de la política nacional que los afecten, como, por ejemplo, la propia política migratoria, las posibilidades de invertir en el país o aspectos de la política cultural que los involucre. La comunión en lo político dependerá de qué fuerzas representen, las antinacionales o las nacionalistas. En definitiva, el conflicto de la nación cubana con Estados Unidos no lo inventó la Revolución, ni desaparecería incluso si ella fuese derrotada. Al contrario, fue su consecuencia, y solo el triunfo del ejercicio pleno de la soberanía nacional puede, a la larga, resolverlo. Un camino largo y tortuoso, pero claro e inevitable, para cumplir con el mandato martiano. ( Autor Jesús Arboleya Cervera Tomado de Progreso semanal)

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