El parto no fue difícil. La malévola criatura nació en las tenebrosas
oficinas de la Casa Blanca, amparada en las obcecadas ambiciones del
Imperio por derrotar a la Revolución Cubana, con la pretensión de
emplearla como carta de triunfo para tal propósito.
Por ello, un grupo
de miembros del gabinete presidencial, varios recalcitrantes de la
ultraderecha en el Congreso norteamericana, acompañados en malsana
euforia por un círculo reducido de contrarrevolucionarios de origen
cubano, casi todos ellos ex agentes de la CIA y terroristas sin
escrúpulos, presenciaron halagados cómo el presidente Ronald Reagan
firmó el decreto presidencial 501-C-3, mediante el cual se daba luz
verde al engendro del terror, bajo la falsa apariencia de una
organización de corte humanitario y educativo. Tal como lo concibieron
Reagan y sus acólitos, el grupo de mercenarios cubano americanos,
enriquecidos mediante la estafa y todo tipo de corruptelas, contó desde
ese momento con soportes económicos y políticos propios, aumentados
por los fondos destinados secretamente por Washington para ejecutar la
más criminal guerra sucia contra Cuba. Los criminales más desalmados
encontrarían en su seno un favorable caldo de cultivo para sus
insaciables ambiciones de dinero y poder. El sucio compromiso se selló
el 1 de agosto de 1981.
Tomado de Cambios en Cuba
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